27 enero 2014
Muertos con dueño
por Javier Vizcaíno
qUIEN pierde o le es arrebatada la vida deja incluso de pertenecerse. Se convierte en adosado de posesivos pronunciados por los demás -mi muerto, tu muerto, su muerto...- y, si hay rencillas entre los que se reclaman deudos, en motivo de trifulcas y querellas. No solo por lo material; la disputa alcanza a la propia memoria del finado, de la que unos y otros se reivindican usufructuarios exclusivos. Desolador espectáculo, cuando esa especie de sokatira necrófila se produce a la vista de todo el mundo, como acaba de ocurrir con los homenajes contraprogramados a Gregorio Ordóñez. Por un lado, la familia carnal, y por el otro, la ideológica, con apenas una hora de diferencia entre acto y acto. Seguramente, la primera tenía más derechos que la segunda, y por ello, las siglas deberían haber dado un paso atrás ante los lazos de sangre o los matrimoniales. Bien es cierto que si el PP lo hubiera hecho, desde la otra parte alguien habría señalado la claudicación como la prueba definitiva de que el difunto tampoco le importaba tanto, y tal cual se lo habrían echado en cara. Las reyertas funcionan así.
No es nada nuevo entre nosotros la patrimonialización de las víctimas. En más de un velatorio se han dispuesto guardias junto al cadáver para evitar que se acercaran a presentar sus respetos y sacarse la foto quienes no eran bienvenidos. Aunque las emotivas crónicas no solían recogerlo, en algunos funerales había placajes, zancadillas y codazos por conseguir un puesto como portador del féretro, especialmente en el costado donde había más cámaras. Por no hablar de los comandos de increpantes apostados en la puerta de la iglesia o del cementerio para hacer comprender a determinados asistentes que, literalmente, nadie les había dado vela en el entierro.
Lo llamativo es que, entonces como ahora, los protagonistas de estos macabros episodios daban y dan lecciones magistrales sobre dignidad y respeto.
Opinión:
Tiene razón Javier. Lo peor de todo es la gentuza que se dedica a dar lecciones magistrales de dignidad y respeto pero a las que tuve que hacer callar la misma noche de un atentado en Barcelona cuando los gritos por las discusiones sobre qué palabras utilizar en la pancarta se oían desde la sala contigua.
Ah, en la sala contigua estaban la viuda, el suegro y un servidor junto al cadáver de la víctima.
Todo lo que Javier comenta lo he visto en multitud de funerales. Los nombres podrían ser sorprendentes pero eso es, desgraciadamente, la vileza de alguien que se denomina ser humano.
Y no olvidemos de los caraduras e hipócritas que consiguen pensiones o ventajas de cualquier otro tipo recopilando el dolor que escuchan en las víctimas reales. Luego se montan su película y convenciendo al médico de turno... voilà... ya tienen su pensión absoluta y a vivir (del cuento) que son dos días. Y a veces son más de uno los que viven de ese cuento. Si al menos eso sirviera para ayudar al prójimo…
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