23 enero 2018 (20.01.18)
Cerca pero dentro
Fabián Laespada
Antes de entrar de lleno en la cuestión,
creo que es necesario aclarar dos términos que se manejan con calculada
estrategia sobre la política penitenciaria: dispersión y alejamiento. La
reclamación del fin de la dispersión de los presos significa que se persigue
que todos los presos y presas de ETA estén juntos, no diseminados por las
diferentes y lejanas cárceles de la geografía española y francesa. Pero estoy
seguro de que los reclamantes del fin de la dispersión no quieren que todos los
presos estén juntos en, pongamos, la cárcel de Herrera de La Mancha. No , obviamente.
Los quieren cerca, en una cárcel próxima. Aunque realmente –y ya lo dicen- los
quieren en casa. Y punto. Pero la impartición de justicia y la no impunidad son
principios irrenunciables en un estado de derecho, por lo que esas personas que
cometieron crímenes con largas condenas han de cumplir sus penas. Y el asunto
es que deben hacerlo cerca de sus lugares habituales de residencia, tal y como
figura en el art. 12 de la
Ley Gral. Penitenciaria; llevarlo a cabo ahora no supone
ningún quebranto para la administración estatal ya que tenemos un centro
penitenciario “ad hoc” dentro del territorio vasco. De esta manera, si los presos
por delitos de terrorismo cumplen su pena de privación de libertad cerca de sus
ámbitos familiares, no solo estamos ante una política penitenciaria imparcial y
lógica, sino que además no se inflige un perjuicio y sufrimiento añadido a las
personas cercanas al reo. Finalmente, tal y como refleja el código Penal, los
presos con enfermedades incurables deberían ser puestos en libertad y con el
tratamiento adecuado. Así pues, el estado no debería hacer política con el tema
de los presos, sino aplicar su propia ley.
Todo lo susodicho lo reclamó la organización pacifista
Gesto por la Paz
desde 1994, que denunciaba el nulo efecto disuasivo que produjo tanto la
dispersión como el continuo traslado de cárcel de los presos. Ambas medidas
dificultaban enormemente las relaciones familiares y amistosas de las personas
presas y, por ende, era un castigo para aquellas.
Volvamos al presente. Sábado pasado, manifestación en favor
de los derechos de los presos de ETA. Muchos creemos que el acercamiento de
todas y todos ellos a cárceles próximas así como la puesta en libertad de
quienes padezcan enfermedades incurables no era el objetivo primordial de la
manifestación anual en favor de los presos. Por muchas razones: la primera,
porque un número no pequeño de personas relevantes que acuden habitualmente han
estado sistemáticamente defendiendo la amnistía y la impunidad de los presos de
ETA, con el pretexto de que estamos en otros tiempos, la organización (sic) ya ha dado los
pasos que debía dar, en el fondo son nuestros gudaris, estamos ante una suerte
de fuerzas simétricas pero sólo se ha movido una de ellas, etc.
como si el daño perpetrado por la banda terrorista fuera equiparable,
negociable, mensurable e intercambiable por el sufrimiento de sus presos. La
segunda razón es que en el manifiesto leído al final de la marcha, se reclamó
la aplicación de la justicia transicional, instrumento que podría aplicarse en
situaciones de resolución de conflictos en los que se ha producido una
vulneración simétrica y equiparable de derechos humanos en sendos bandos. Y
aquí, no ha lugar. Finalmente, las pancartas desplegadas, los testimonios
recogidos en la propia manifestación y la cartelería desplegada por Bilbao
indican que lo que pretenden es que esas personas presas vuelvan a sus casas. No los queremos en foto, los
queremos en casa. Blanco y en botella.
Es obvio que tantos y tantos años de violencia política, de
represión desaforada y de tramas de grupos antiterroristas nos ha dejado muy
escarmentados y dolidos. Pero la violencia de ETA ha sido la que se ha quedado
hasta el final haciendo el más pasmoso y obsoleto ridículo en la Europa avanzada, pegando
tiros cuando ya nadie creía en su revolución. Y ahora quedan sus presos,
colectivo acerca del cual una gran parte de la sociedad vasca sigue opinando
que los delitos cometidos son gravísimos y deben cumplir la pena de privación
de libertad que les corresponda. Igualmente, también opina que han de aplicarse
las medidas y reglamentos con total y absoluta normalidad y legalidad porque
pensamos que ellos, los asesinos, están privados de libertad, pero no se puede
extralimitar su castigo, y menos todavía, sobre sus familiares y amigos. Pero a
muchas y muchos nos gustaría que ese colectivo tuviera el coraje de plantearse
su error, de preguntarse y responderse por qué decidió asesinar y si eso tuvo
algún sentido.
Es un deber ético planteárselo. Hace unos años, contra toda
corriente y pronóstico, mentes preclaras llevaron a cabo una iniciativa
modélica en este sentido: algunas víctimas de la propia banda, en un acto de
generosidad y humanidad inmenso, se entrevistaron con presos de ETA
arrepentidos de sus crímenes. Eso no les supuso ningún beneficio penitenciario,
tan solo personal. De alguna manera, se acercaban al dolor que habían generado
y se reconciliaban con la sociedad que les iría a acoger después. Fue una
experiencia dura, muy dura para esas víctimas, y, sin embargo, necesaria y
reparadora para los reclusos. ¿Nadie de los presos encuadrados en el EPPK va a
tener la valentía de dar un paso adelante y reconocer que matar fue no solo
hacer un daño irreparable sino que también un error? ¿Alguien de los que acudió
a la manifestación del sábado vería con buenos ojos un gesto así? Yo supongo
que la mayoría, ya que dijeron algo de reivindicar los derechos humanos.
Última reflexión: el año pasado fueron asesinadas 46
mujeres en España ¿Alguien podría aceptar que un colectivo formado por madres y
padres afectados por las sentencias judiciales de violencia machista, reclamase
la vuelta de sus hijos violadores y/o asesinos a casa, poco menos que
impunemente? ¿Veríamos con buenos ojos que esos familiares y amigos o colegas
del barrio inundasen las paredes con pintadas de libertad para ellos, y con
amplio despliegue infográfico? ¿Admitiríamos que utilizasen a escolares con
mochila en sus proclamas para provocar la compasión de la sociedad? ¿Qué nos
parecería que nuestra alcaldesa, por ejemplo, recibiera con honores y laureles
a un violador y asesino de esos tras cumplir su castigo? ¿Cantarían nuestros
hijas e hijos canciones en su honor, en plan “la mató porque era suya, txutxua,
txutxua…” y nosotros les regalaríamos el CD en su cumple? ¿Qué nos parecería
que la televisión pública emitiese con absoluta normalidad y profusión de
detalles las visitas de los familiares a sus chicos malotes, y fuesen
entrevistados sin el menor atisbo de crítica? Hay diferencias entre una
violencia y otra, indudablemente, pero el resultado final es que las víctimas
siempre son las peor paradas. ¿Alguien pensó en ellas el sábado?
Opinión:
El artículo tiene una enorme carga de razón y es indiscutible en muchos
de sus argumentos pero… cada vez que leo o escucho palabras semejantes me viene
a la mente una pregunta: ¿por qué no se decía lo mismo hace 15 o 20 años? ¿Podría
ser porque la banda terrorista ETA estaba todavía activa? ¿Por qué tuvimos que
ser cuatro víctimas mal contadas las que denunciáramos lo que ahora tanta gente
proclama?
Si alguien tiene respuestas a estas preguntas, ya sabe donde encontrarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario