15 agosto 2020
17-A. La explosión de Alcanar. Génesis de un atentado imprevisto
Si todo hubiese salido según lo
previsto, Younes Abouyaaqoub no habría atropellado a cientos de personas en La Rambla de Barcelona. Si el
plan inicial no hubiese saltado por los aires, la célula yihadista de Ripoll no
habría lanzado un ataque suicida en Cambrils con cuatro cuchillos, un hacha
comprada en un bazar chino y chalecos explosivos de pega. Si una explosión
accidental no hubiese desviado el curso de los acontecimientos, el 17 de agosto
de 2017 sería una fecha más en el calendario y no estaría manchada de rojo.
Pero nada salió como tenía que salir. La voladura de la casa ocupada de Alcanar
(Tarragona) donde los chicos de Ripoll preparaban un gran atentado con bombas
en Barcelona lo cambió todo. La explosión frustró un horror planeado durante
meses, pero provocó un atentado imprevisto que alcanzó la trágica cifra de 16
muertos y más de 140 heridos. Esta es la génesis del 17-A
Los atentados de Barcelona del 17 de agosto de 2017 son la
consecuencia de un plan fallido. Una salida de emergencia, la improvisación del
horror. Y no pueden entenderse sin saber lo que pasó un día antes, el miércoles
16, en una casa okupada de Alcanar, en el extremo sur de Cataluña. Montecarlo
es el glamuroso nombre de una urbanización de casas bajas y caminos de tierra.
Solo el paso de la carretera nacional bloquea el acceso directo a una playa
poco atractiva, con vistas a la cementera Cemex. Lo que hay en Montecarlo son,
sobre todo, segundas residencias y fincas de veraneo habitadas por franceses
como André Groby. Hace unos años, Groby se interesó por una casa a los cuatro
vientos pegada a la suya, de 140 metros cuadrados
y cercana a una pequeña pineda. La propiedad, del Banco Popular, costaba unos
145.000 euros. Groby ignoraba que, poco después, la casa iba a ser okupada por
un grupo de jóvenes magrebíes a los que vería a diario, sin prestarles
demasiada atención, desde su parcela.
En 2015, Youssef Aalla se desplazó a Castellón para
trabajar, como temporero, en la campaña de recogida de la fruta. Seguía los
consejos del imán de Ripoll, Abdelbaki Es Satty, que habría de ejercer en él
una influencia poderosa, definitiva. Contaba entonces 20 años, los mismos que
su amigo del pueblo Younes Abouyaaqoub, que pronto se le unió. Vieron en
Internet que una finca en la porosa frontera entre Tarragona y Castellón estaba
deshabitada. Y se quedaron. Lograron incluso empadronarse en Alcanar gracias a Vanesa
Flores, trabajadora social del consejo comarcal del Montsià. Flores recuerda el
día en que visitó la casa que -nadie podía imaginarlo entonces- iba a
convertirse en un polvorín y en el desencadenante inesperado del 17-A. Para
entonces no había rastro de las sustancias explosivas ni de las 104 bombonas de
butano que la célula reuniría con paciencia, robándolas o comprándolas a
vecinos de la zona. Por no haber, no había “muebles, maleta ni ropa”, según su
testimonio. Flores comprobó que Youssef y Younes habían pinchado la luz y
recogían el agua de un pozo cercano. Los chicos le explicaron que habían
buscado “casas de bancos en subasta” y que querían vivir allí, pero que se
marcharían si el propietario se lo exigía. Además de empadronarles, el
organismo público les concedió una ayuda de alimentos.
Cuando el imán Es Satty convenció a un
grupo de amigos de toda la vida de Ripoll con lazos de sangre -el religioso
influyó a los hermanos mayores, que arrastraron a los pequeños- de que debían
cometer un atentado en nombre de Alá, convinieron que la casa de Alcanar era el
lugar idóneo para planearlo. Es Satty conocía bien la zona: había estado preso
en Castellón por tráfico de drogas y había sido imán en la mezquita de la Caridad de ese municipio.
Youssef Aalla, su primer discípulo, había alquilado un piso en Ripoll donde la
célula empezó a acumular material para fabricar explosivos. Pero era pequeño y
llamaba demasiado la atención. La casa de Montecarlo “ofrece más espacio,
discreción y un lugar donde pueden moverse con la tranquilidad del anonimato”,
según un informe de la
Guardia Civil incluido en el sumario. Y hasta allí, a casi 300 kilómetros de
sus hogares, empezaron a trasladar en furgoneta las neveras, congeladores y
bidones precintados con el material.
Una alcazaba junto al
mar
Los vecinos de la urbanización Montecarlo verbalizarían
ante la policía, solo después del ataque, sus inquietudes silenciadas: que los
chicos evitaban el contacto con ellos, que intentaban ocultar sus rostros, que
a veces llegaban por caminos de tierra cargados con mochilas, que descargaban
la furgoneta con la parte trasera del vehículo encarada a la finca para no ser
vistos... No todos estaban al mismo tiempo en la casa, pero el trasiego era
constante. Danail Ivanov recuerda que un día, a su hijo Lorenzo se le escapó la
pelota a la finca de los chicos, que le dejaron entrar a recogerla y le
trataron con suma amabilidad. A otro vecino, francés igual que Groby, lo que
más le llamaba la atención es que, con un grupo de jóvenes instalados en una
casa junto al mar, “nunca hubiera ruido de música ni de fiesta”.
Para los chicos de Ripoll, la casa nunca fue un lugar de
recreo, sino la alcazaba veraniega desde la que prepararon un gran ataque con
bombas en Barcelona. Estudiaron la posibilidad de atentar contra discotecas
gais, contra locales eróticos (como el Bagdad) o contra salas de conciertos
(como Razzmatazz, que por sus características podría equipararse a la sala
Bataclan de París). Pero el objetivo que tenían entre ceja y ceja y al que más
empeño dedicaron fue la
Sagrada Familia. Hacerla volar por los aires o al menos
dejarla malherida supondría un golpe para Barcelona, pero también para el mundo
cristiano. Una fundación vinculada al Estado Islámico ya había puesto el templo
expiatorio de Antoni Gaudí en la diana con una vistosa ilustración justo un año
antes.
Ese atentado deseado y frustrado por los acontecimientos de
la noche del 16 debía ejecutarse no el 17 de agosto sino, más probablemente, el
día 20 del mismo mes. Con ese objetivo en mente, y con la ayuda de manuales que
encontraron en Internet, los jóvenes elaboraron peróxido de acetona. El
explosivo, conocido por las siglas TATP y apodado la madre de Satán, ha sido
utilizado de forma recurrente por el Estado Islámico; por ejemplo, en los
atentados de París (noviembre de 2015) y Bruselas (marzo de 2016). En el verano
de 2017, los preparativos ya estaban muy avanzados. En julio, compraron en
tiendas de Tarragona y Castellón los precursores necesarios (acetona, peróxido
de hidrógeno) para elaborar el TATP. Para el 16 de agosto, habían acumulado ya
“entre 80 y 120 kilos” de esa sustancia, según los informes de la Guardia Civil.
Ese día clave, en el que todo va a
cambiar, la actividad de la célula es intensa. Poco después de las 9.00, Younes
-el conductor de La Rambla-
y Mohamed Hichamy -otro de los mayores del grupo y la persona a cargo de los
explosivos- abandonan la casa de Alcanar y recorren más de 200 kilómetros hasta
la sede de la empresa Telefurgo en Santa Perpètua de Mogoda (Barcelona).
Hichamy se identifica como Adam y confirma que alquilará dos furgonetas. Pero
Younes no tiene la edad necesaria y se van solo con una. Regresarán por la
tarde con Driss Oukabir, de 28 años (está en prisión preventiva y es uno de los
tres procesados por el 17-A) y se harán con la Fiat Talento que se
convertirá (ellos no lo saben aún) en el arma mortal del 17-A. Mientras tanto,
sus hermanos pequeños (Omar Hichamy y Houssaine Abouyaaqoub) están en Vic,
donde quedan con un tipo al que han contactado a través de Wallapop para
venderle una moto. A lo largo del día, mantienen reuniones en Ripoll.
Los tres de la casa:
Youssef, Es Satty, Houli
En la casa de Alcanar permanecen tres personas el día 16:
Youssef, Es Satty y Mohamed Houli.
Youssef, que tiene 22 años, es el alumno aventajado, el
primero tocado por el imán. No siempre ha sido así: adolescente “problemático”
según lo definiría su padre ante los Mossos, había sido expulsado de la
escuela. Hacía tiempo que se había instalado por su cuenta y ya no vivía con los
padres. Tomaba drogas y bebía alcohol. Lo dejó cuando empezó a frecuentar la
mezquita de Ripoll y la compañía de Es Satty, con el que compartía cada vez más
tiempo y confidencias. La gente del pueblo les veía correr en ocasiones por la Ruta del Ferro, un sendero de
unos 12 kilómetros
que parte de Ripoll y sigue el antiguo trazado del ferrocarril. Convencido
hasta la médula de la necesidad de perpetrar los ataques, el día 16 Youssef
llama a empresas de alquiler de vehículos y pregunta por coches “robustos”,
tipo 4x4: la idea era lanzarlos, cargados con explosivos, contra monumentos de
Barcelona. También se interesa por los próximos partidos que van a jugarse en
el Camp Nou; en concreto, el Barça-Betis del 20 de agosto, que estuvo en el
punto de mira de la célula. Hasta 43 veces consulta información sobre las
entradas y salidas del estadio azulgrana.
Es Satty había regresado hacía unos días de un viaje a
Marruecos que le sirvió para despedirse de su mujer, sus nueve hijos y el resto
de la familia que había dejado abandonada durante años en Tánger. A sus 44
años, sigue siendo un errante. Niño del Rif, hombre de frontera, traficante de
personas y de drogas, imán en perpetua búsqueda de mezquita, confidente del
CNI, adoctrinador de jóvenes y mártir frustrado. Todo eso y más fue Es Satty,
cuya oscura y poliédrica biografía da para una novela. Su domicilio más estable
fue la cárcel de Castellón, donde pasó cuatro años encerrado por tráfico de
drogas hasta que salió en 2014, más convencido que nunca de castigar a Occidente.
La Administración
ordenó su expulsión a Marruecos, pero un juez la revocó. Fue uno de sus muchos
momentos de fortuna, como cuando años atrás salió airoso de la investigación
sobre la mezquita Al Furkan de Vilanova (Barcelona) o como cuando evitó el
radar policial pese a que la policía belga hurgó en su vida cuando intentó ser
imán de la mezquita de Diegem, cerca de Bruselas. Las visitas de personal del
CNI durante su estancia en prisión, supuestamente para captarle como
confidente, no sirvieron tampoco para sospechar de él cuando abandonó la
cárcel.
En su última morada, en su último día de vida, Es Satty
busca inspiración y, a lo largo de la mañana, lee mensajes de reivindicación
del Estado Islámico.
Mohamed Houli confirmará ante los
Mossos, en una de sus muchas (y contradictorias) declaraciones, que esa tarde
ve al imán con el ordenador y escribiendo notas en árabe en un papel. En la
misma prisión de Castellón en la que estuvo el imán permanece ahora, en el
severo régimen de aislamiento, este melillense que entonces contaba 20 años. En
la cárcel ha dicho a sus allegados que era poco más que el chico de los
recados, que al llegar a la casa de Alcanar el imán le quitó el pasaporte, que
se dejó llevar. Más que mostrarse arrepentido por el atentado, se arrepiente de
haber arruinado su vida y la de sus padres, según fuentes cercanas a su
defensa. La fiscalía pide para él 41 años de cárcel -la mayor pena de los tres
procesados- por organización terrorista, tenencia de explosivos y conspiración
para cometer estragos. Houli es el primogénito de sus cuatro hermanos y sigue
contando, entre rejas, con el apoyo incondicional de su madre, que cree que le
han engañado.
El principal procesado por el 17-A pese a que no fue autor
material de los atentados (todos murieron, bien en la explosión, bien abatidos
por la policía) es uno de los últimos que se incorpora a la célula. Y el único
que no tiene lazos familiares con el resto de miembros del grupo. Pero jugará
un papel clave en la historia. Había llegado a la casa de Alcanar apenas unos
días antes engañando a sus padres, que habían reservado un ferri a Marruecos
para toda la familia. Houli les dijo que no podía ir porque le había surgido un
trabajo, pero que les visitaría en septiembre para la fiesta del cordero. Durante
esos días, Houli graba escenas domésticas de Alcanar en las que se ve a la
célula manipular los explosivos. “Si Dios quiere esto nos abrirá las puertas
del jardín, del paraíso”, proclama él mismo en uno de los vídeos. El 16 de
agosto, se desplaza un momento a la vecina Vinarós para vender joyas de oro.
Dice que son de su madre, pero en realidad habían sido robadas a Josefina, una
vecina de Ripoll. Logra venderlas por 1.180 euros. Por la tarde, regresa.
Cae la noche en Alcanar y el plan criminal de la célula
desaparece en cuestión de segundos. Houli acaba de preparar la cena. Es agosto,
hace calor. Está en el porche recogiendo los platos, explicará más tarde. Se
dispone a entrar de nuevo cuando se produce una violenta explosión que “reduce
la casa a escombros”, explicarán los Mossos, y mata a sus dos compañeros. Lo de
violenta no es una redundancia. La policía catalana destacará en sus informes
que “la nube en forma de hongo fue visible a kilómetros de distancia”. Son las
23.18, la hora en la que los atentados de Barcelona mudan su piel. Fueron, en
realidad, dos explosiones simultáneas: la primera en el garaje donde guardaban
los congeladores; la segunda en la habitación donde almacenaban el explosivo.
La explosión mata en el acto al imán y a Youssef, y deja herido a Houli. Se
rompe para siempre el contacto entre los tres de Alcanar y el resto del grupo,
que no sabrá nada de lo ocurrido hasta la mañana siguiente.
Media hora después del incidente,
mientras los primeros bomberos llegan a la casa, los hermanos Oukabir discuten
por Facebook. El mayor, Driss, parece que se echa atrás en el último momento:
“Tío, siempre igual, no me dejáis en paz. Yo quiero hacer las cosas a mi
manera”. Moussa, su hermano pequeño, asume que no participará en el ataque: “No
estás preparado”. Driss, profético -la fiscalía pide para él 36 años de cárcel-
responde: “Después soy yo el que me lo comeré todo”.
La falsa pista del
laboratorio de drogas
Nada de eso se sabía entonces, claro, y el suceso frío, sin
un cómo ni un porqué, apenas mereció una información breve en la edición de EL
PAÍS del día siguiente: “Un muerto en una explosión en una vivienda en
Alcanar”, señalaba la información desnuda, que apuntaba la existencia de media
docena de heridos. Esos eran los datos que manejaban los Mossos. Y algunos más,
que no trascendieron. Los vecinos les cuentan que la casa estaba ocupada de
forma ilegal. Pasada la medianoche, los agentes comprueban, a través de la DGT , que dos vehículos
aparcados en las inmediaciones (un Peugeot 306 con cinco bombonas de butano en
su interior y una moto Kawasaki) pertenecen a Houssaine Abouyaaqoub y a Mohamed
Hichamy. Pero ¿quiénes eran esos chicos aquella noche? Tan solo unos chavales
de Ripoll sin antecedentes; para la policía, no son nada. Más o menos a esa hora,
localizan también garrafas de líquidos inflamables. Los bomberos, por su parte,
contabilizan unas 20 bombonas de butano.
El escenario del accidente (el número 9 de la calle F de
Montecarlo) se complica. En una primera inspección, los Mossos piensan que la
explosión se ha iniciado por un chispazo en el compresor del frigorífico.
Pronto cambian de opinión. A las 2.00 llaman por teléfono a Sonia Nuez, la
magistrada de Amposta que está de guardia esa noche. Han encontrado tres
garrafas de color azul vacías, que según la etiqueta contenían acetona. La
acetona es un disolvente que puede usarse como precursor de explosivos, pero
también para fabricar sustancias estupefacientes. Los Mossos se inclinan por
esta última opción y comunican a la juez -así consta en los autos judiciales-
que la casa podría albergar un laboratorio de drogas. Los Tedax agregan que la
zona es “segura” y que regresarán al día siguiente para seguir con las labores
de desescombro. Hubo un punto de mala fortuna porque otras garrafas habían sido
retiradas por los bomberos, de buena fe, a la parte trasera de una finca
cercana; la policía no lo supo hasta dos días después.
Mohamed Houli es trasladado, en paralelo, al hospital de
Tortosa. Por la mañana del 17, da su nombre. Explica que, “para ganar un
dinero”, él y sus compañeros “traspasaban la carga de gas de las bombonas
españolas a las francesas” y las vendían a turistas de la zona. Por la tarde,
tras la consumación de los atentados, es detenido. Y empieza una serie de
declaraciones en las que, poco a poco, va admitiendo su participación en los
hechos. Primero dice que estaba allí de vacaciones y que sus amigos querían
elaborar un prototipo de petardo. Luego añade que le engañaron y que no usó la
cabeza. Finalmente asume que participó en la elaboración de explosivos y que
pretendían hacer volar a distancia monumentos de Barcelona y, en particular, la Sagrada Familia.
La noche del 16 de agosto, el imán y Youssef están muertos,
pero la juez ordena el levantamiento de lo que se cree entonces un solo
cadáver: encuentran la parte posterior de un cráneo y un tórax, que olían a
gasoil. “Trozos pequeños del cuerpo”, que no tenía extremidades, son hallados
en un terreno contiguo de olivos. La identificación resulta “imposible”. Entre
los restos de Alcanar hay todo lo necesario para identificar a la mayoría de
miembros de la célula. Pero están bajo una montaña de escombros. Un trabajo
descomunal que, de hecho, se prolongará hasta el 3 de septiembre. La noche no
da para más.
Solo más tarde (demasiado tarde), los Mossos encontrarán el
TATP; los clavos y tornillos que iban a ser usados como metralla; 19 granadas
artesanales y hasta un cinturón bomba con interruptor y pulsador, listo para
funcionar. Aún hoy se ignora qué causó la “explosión fortuita”, aunque los
Mossos subrayan que el explosivo es “altamente inestable”. Houli declaró más
tarde que, probablemente, “alguien tocó o removió algo”. Tal vez, apuntó, fuera
cosa del imán, bastante torpe en esos asuntos. El primer día de Ramadán de
2017, que los investigadores consideran el inicio de la fase operativa de los
atentados, Es Satty había buscado en Internet: “fabricación de explosivos para
principiantes”.
Es Satty debía llevar puesto, el día de los atentados, un
chaleco bomba con ocho tubos de PVC y un circuito eléctrico que “le permitía
detonar la carga explosiva en cualquier momento”. No pudo morir como un mártir,
pero voló de todos modos en mil pedazos. Sus intenciones las dejó por escrito
en un folio que fue hallado (cuando todo ya había pasado) entre los escombros.
Dirigida a “judíos y cruzados”, la carta -que tiene partes ilegibles y otras
ininteligibles- describe una de sus obsesiones: Al Andalus y la reconquista
árabe de la península Ibérica. Y supone la reivindicación de un atentado
inminente: “Los occidentales quieren corromper a los musulmanes” (...), “los
muyahidines siguen luchando con la bendición de Dios contra ellos” (...),
“nosotros los soldados del Estado Islámico en la tierra usurpada de Al
Andalus”. Y así. La fecha es significativa: “Domingo 27 del mes de Dhu-I-qada”.
Corresponde al 20 de agosto.
Un atentado
involuntario
Lo ocurrido en Alcanar no solo evaporó el plan inicial de
los terroristas y eliminó físicamente a dos de ellos: aunque involuntario, fue
un atentado en sí mismo. La explosión nocturna causó lesiones a 13 vecinos de
la urbanización Montecarlo, incluido André Groby, que tardó más de un mes en
curarse de sus heridas, sufrió estrés y padeció molestos pitidos en los oídos
durante semanas. Pero Alcanar todavía iba a dar para más sorpresas. La mañana
del 17, durante las labores de desescombro, se localiza un documento de
Instituciones Penitenciarias a nombre de Es Satty al que nadie da importancia.
Por la tarde, la pala de la retroexcavadora trasladada a la finca impacta con
el explosivo almacenado en lo que había sido el cuarto de baño. Se produce una
nueva explosión que hiere a otras 21 personas entre mossos, bomberos… y el
operario de la retroexcavadora.
Pese a que los atentados de Barcelona y Cambrils dejaron 16
muertos y 140 heridos, los de Alcanar son los únicos para los que la Fiscalía pide
indemnización. Como los autores materiales de los ataques murieron, no acusa a
los tres procesados (Driss Oukabir, Mohamed Houli y Said Ben Iazza por
colaborador) de los asesinatos, sino de organización terrorista y otros
delitos. Les pide que indemnicen a los vecinos de Montecarlo por las lesiones y
por los daños en 15 viviendas.
Como si fuera un géiser, la segunda explosión del día 17
expulsa a la superficie prendas de ropa, documentos y otras pertenencias de
todos los jóvenes que habían pasado por la finca de Alcanar. Facilitará, pues,
que los Mossos encuentren cientos de pruebas sobre la célula terrorista. Pero
será, otra vez, demasiado tarde. Suena a broma macabra, pero la deflagración se
produce a las 16.53 horas. En ese mismo momento, Younes conduce su furgoneta
por la zona peatonal del paseo más emblemático de Barcelona.
Mala suerte, buena
fortuna
A la 1.30 de la madrugada del 17 de agosto, mientras los
Mossos se adentran sin saberlo en el infierno de Alcanar y Houli está fuera de
juego en el hospital de Tortosa, los hermanos Oukabir, que habían estado
charlando por Facebook, deciden verse. Será la última vez. Moussa, menor de
edad, abraza a su hermano: “Cuídate mucho. Te quiero. Y cuida a tu madre”. Eso
fue, por lo menos, lo que Driss contó a los policías cuando fue detenido. Es
altamente improbable que Moussa o algún otro miembro del grupo supiera esa
noche lo que había ocurrido en Alcanar. No es probable que Houli, herido,
pudiera avisarles de alguna forma desde su cama del hospital. O que se
enteraran por los medios de comunicación. Se ignora por qué Omar Hichamy y
Houssaine Abouyaaqoub (los pequeños de sus familias, muy amigas entre sí)
recorrieron de madrugada los más de 100 kilómetros que
separan Ripoll del aeropuerto de El Prat. ¿Querían ver a alguien? ¿Huir? En
cualquier caso no lo hicieron y a las 4 de la madrugada volvían a estar en el
pueblo. La célula conoció el desastre de Alcanar a la mañana siguiente -y no
precisamente a primera hora- por una nueva carambola del destino.
La mala fortuna de los terroristas fue, en cierto modo, subaraka.
Y la maldición de los investigadores, que no solo no pudieron evitar los
ataques sino que, de forma involuntaria, precipitaron las acciones de las horas
siguientes. Pasadas las 14.00 del día 17, un agente de los Mossos d’Esquadra
llama a Hicham Abouyaaqoub, el mayor de la familia, que nada tiene que ver con
los atentados. Consta como propietario del Peugeot 306 visto en Alcanar. El
policía le informa de que ha habido una explosión y que el vehículo está
afectado. Se lo cuenta a su hermano pequeño, Houssaine, que sale pitando de
casa y llama de inmediato a Younes. La escena la explica Anna Teixidor en su
libro Los silencios del 17-A.
Todo se precipita.
Younes había estado por la mañana en Parets del Vallès
(Barcelona) con su amigo Mohamed Hichamy para alquilar otra furgoneta. A las
14.00, cada uno al volante de un vehículo, ponen rumbo a Alcanar. Younes
conduce la Fiat Talento
que estrellará contra los peatones de La Rambla. Paran en un
punto de la AP-7
a rezar. Aunque se comunican por teléfono, no acaban de entenderse sobre el
lugar de encuentro: Mohamed abandona la autopista por El Vendrell y Younes, por
Altafulla.
Alertado por su hermano del desastre de Alcanar, Younes
parece que actúa por su cuenta. Su rastro se pierde para los demás hasta que
aparece en el corazón de Barcelona. Su hermano Houssaine logra finalmente
contactar con Mohamed. “Tú sabes que la casa ha volado?” “No, no lo sé”,
contesta Mohamed. “Pues que sepas que ha volado. Da la vuelta y ven para que
hagamos un plan”. El plan b, si es que existía, se pone en marcha, aunque los
investigadores se inclinan por pensar que los hechos de Alcanar “les obligaron
a improvisar” (Mossos) y que las acciones de Barcelona y Cambrils no fueron más
que un “plan de contingencia”.
Sin tiempo de reacción, y ante el temor de ser capturados
por la policía, los terroristas de Ripoll no se muestran demasiado originales.
El atropello múltiple había sido probado hasta cinco veces en el último año por
el Estado Islámico: el 14 de julio de 2016, un camión embistió a la multitud en
Niza; el 19 de diciembre de 2016, otro camión arrolló a los visitantes del
mercado navideño de Berlín; el 22 de marzo de 2017, un todoterreno enfiló el
puente de Westminster de Londres; el 7 de abril de ese año, un camión desató el
pánico en una vía comercial de Estocolmo y el 3 de junio, una furgoneta invadió
la zona peatonal del puente de Londres.
Zig-zag y huida
Mientras Younes va camino de Barcelona, Mohamed ya está en
Cambrils. Los hermanos pequeños de ambos y el resto de la célula permanecen en
Ripoll. Todo parece salir mal. A las 15.25, Mohamed sufre un accidente de
tráfico con otro vehículo en la autopista AP-7. Cuando un testigo dice que va a
llamar a la policía, abandona la vía por un camino y logra llamar a Houssaine.
Quedan en verse. Mohamed también intenta contactar con Younes, pero sin éxito.
A las 16.51, la Fiat
Talento de Telefurgo deja la calle Pelai y sube a la zona
central de La Rambla ,
de uso exclusivo para peatones y hoy protegida por pilones.
Ahsan Ameen, de 37 años, estaba en la parada del metro de
plaza de Cataluña con un amigo. “Me dijo que pensaba que era un borracho. Yo
quería correr, pero no me dio tiempo. Esquivé de milagro que me arrollara de
frente, pero me dio fuerte en el brazo izquierdo”, recuerda. Dice que tuvo
suerte de caer en la parte lateral y no frontal del vehículo, y que por eso se
cuenta entre los más de 300 heridos y no entre los 14 fallecidos por el atropello.
Casado y con dos hijos, este taxista pakistaní pasó un año de baja. Recibió una
carta del Ministerio del Interior en la que se le anunciaba el pago de unos 100
euros como compensación y se le recordaba que disponía de la vía judicial para
reclamar por los daños. “No quiero ninguna ayuda porque he salvado mi vida y
eso es lo importante. Pero es un poco vergonzoso que ofrezcan 100 euros. Llevo
en España tanto tiempo que lo siento mi país”.
Ameen, que con cada nuevo invierno siente una punzada de
dolor en el brazo, dice que ni Younes Abouyaaqoub ni el resto de los miembros
de la célula son musulmanes. “En el Corán está escrito que, cuando matas a
alguien, es como si mataras a todo el mundo”. No quiere ahogarse en recuerdos
que le hacen sufrir, pero rememora cómo la furgoneta aceleró arrollando a la
gente en dirección a la estatua de Colón y “haciendo zigzag”. No fue una
impresión suya. Otros testigos han dicho lo mismo y la policía ha corroborado
que Younes hizo “cambios bruscos de dirección” al analizar los 700 metros que la
furgoneta recorrió desde la plaza de Cataluña hasta el mosaico de Joan Miró,
junto al mercado de la
Boqueria. En uno de sus informes, los Mossos reprochan el
“evidente desprecio” de Younes por las víctimas y recuerdan que en La Rambla había “gran cantidad
de niños pequeños paseando con sus padres”.
¿Por qué se detuvo Younes? Solo por una cuestión mecánica.
No pudo avanzar más “debido a la gran cantidad de personas atrapadas en los
bajos del vehículo”. Las cámaras de vigilancia de los locales de La Rambla captaron el
atropello. Una en especial lo grabó al detalle, con una crudeza insoportable.
Es mejor que esas imágenes no salgan nunca a la luz (no lo han hecho hasta
ahora) por la “dignidad” de las víctimas, en opinión del juez del caso, que
ordenó eliminarlo de la nube digital y guardar solo una copia en el juzgado.
Las imágenes “podrían herir la sensibilidad de los familiares y de las
víctimas” y aumentar su sufrimiento, argumentó. Con la cantidad de testigos e
informes policiales sobre el suceso, el CD que contiene esas imágenes “no
aporta datos relevantes a la investigación”.
Finalizada su carrera, Younes se ve “atrapado”. Y bien pudo
no haber salido nunca libre de esa furgoneta. Pero, mientras el infortunio
parece guiar las acciones de sus compañeros, a él la suerte le sonríe. La
suerte y las amenazas de hacer explotar el chaleco falso que llevaba adherido a
su cuerpo. Un hombre llega a abrir la puerta del vehículo cuando el terrorista
bajaba y forcejea con él, según relataron los testigos. Younes consige ganar
tiempo al levantar una mano y gritar: “¡Bomba, bomba!” El hombre no se arredra
y, al comprobar que no hay bomba, intenta atraparle, pero se le escabulle.
Younes se adentra en el mercado de la Boqueria , donde se cruza con Neus Verdú, que va
grabando con su móvil y pregunta a la gente qué ha ocurrido. Younes tiene la
sangre fría para decir: “Está pasando ahí”, señalando a La Rambla. Sigue su
camino, inconsciente de que hubo una segunda oportunidad de atraparle. Un mosso que se dirige a la plaza de Cataluña
se cruza con él. Entonces pensó, declarará, que el joven “parecía ocultar un
objeto” y mostraba una extraña “cara de satisfacción”. Se quedan a cinco metros
uno del otro. Cruzan las miradas unos segundos. Pero el policía no le para.
Sigue su camino para “atender a los heridos” y Younes el suyo, que le lleva a
apuñalar en la otra punta de Barcelona a Pau Pérez para robarle su Ford Focus y
seguir su huida.
Los chicos del
pañuelo rojo
Mientras Barcelona entra en pánico, los Mossos empiezan a
atar cabos: detienen a Houli en el hospital, arrestan a Driss en Ripoll. Una
hora después, cinco miembros de la célula están ya en la provincia de
Tarragona. A las 21.50 compran un hacha por 8,95 euros y cuatro cuchillos en
Mercasa, un bazar chino de Cambrils. Y se dirigen a un antiguo restaurante
abandonado de Riudecanyes, a solo 14 kilómetros . Allí emprenden lo que se conoce
como “el camino de no retorno”. Queman su documentación, escriben cartas de
despedida. Se colocan alrededor de la cintura artefactos explosivos simulados.
Trocean una camiseta roja de Tommy Hilfiger con la que confeccionan pañuelos
que se cuelgan al cuello siguiendo el ejemplo de Abu Dujana, el “guerrero del
pañuelo rojo”, un contemporáneo de Mahoma que entraba en combate luciendo esa
prenda. Tampoco en eso fueron originales: los autores de los atentados del 11-S
en Estados Unidos o del 13 de noviembre de 2015 en París ya se vistieron como
Abu Dujana. La policía encontrará en el terreno cerveza y vodka, que quizás
tomaron “para desinhibirse”.
Los cinco terroristas suben al Audi A3
negro y, a la una de la madrugada del 18 agosto, arrollan a las personas que
pasean por el paseo marítimo de Cambrils. Ana María Suárez, zaragozana de 67
años, será la última víctima de los atentados. El coche embiste un control de
los Mossos junto al club náutico y vuelca. Los terroristas salen con las armas
blancas. Y entra en acción el mosso 11888, sobre el que se ha especulado hasta
la saciedad. Él solo abate a cuatro de los terroristas. En su declaración, el
agente explica que esquiva el Audi A3 tirándose al suelo y que, al levantarse,
coge su arma y se prepara. El primero de ellos corre hacia él con un hacha en
la mano, gritando Allahu akbar.
A pocos metros, le dispara y le mata. Dos más le persiguen. Logra correr un
poco más deprisa, se distancia de ellos y prepara de nuevo el arma. Se gira y
dispara de nuevo. El quinto terrorista es abatido no lejos de allí, por un
compañero.
El caos es total; el
miedo es más fuerte que nunca.
Nadie sabe entonces que la pesadilla ha terminado. Salvo
por un cabo suelto: Younes, que sigue su huida hacia el sur. Su camino acabará
abruptamente el 21 de agosto gracias, en parte, al olfato de sabueso de Lilian
Bobeica. Expolicía en Moldavia, Bobeica regresaba del trabajo en coche cuando
vio a un joven caminando solo por el lado izquierdo de la carretera. “Se
parecía a la persona que había salido en las noticias”, dice sobre su primer
encuentro con Younes. Recuerda que llevaba una camisa azul clara, pantalones
largos rojizos, gafas oscuras y un objeto bajo el brazo que parecía una botella
de agua. Pasó de largo. Pero algo le dijo que tenía que volver sobre sus pasos.
Lo hizo. Y alertó al 112. “Tengo experiencia y sé analizar rápidamente la
información visual. Eso explica por qué actué así”, cuenta Bobeica, quien
asegura que tuvo que “huir” de su país y que está escondido en España por su
pasado en las fuerzas de seguridad moldavas.
Fragmentos de vida y
muerte
Pasan las 15.30 cuando Bobeica llama al 112. Las patrullas
que llegan a la zona sitúan a Younes en una zona cercana a una gasolinera, unas
pistas de pádel y un terreno de viñedos. Ven cómo se adentra en una pista
forestal. Se agazapa entre unos matorrales y vuelve a salir al camino. Se
levanta la camisa para que vean con claridad que lleva un chaleco de
explosivos. Es de pega, pero nadie lo sabe. “Parecían metálicos porque el sol
reflejaba en ellos”, explicará uno de los policías. Younes se dirige hacia
ellos gritando Allahu akbar.
Los agentes le disparan y el conductor de La Rambla cae. Pero se levanta y vuelve a correr
hasta que una nueva lluvia de disparos le derriba para siempre.
Si todo hubiese salido según lo previsto, Younes no habría
muerto entre viñedos en el Penedès. Según las declaraciones de Houli, debía ser
el encargado de “conectar los pulsadores para accionar los explosivos a
distancia” y derribar la
Sagrada Familia.
El día en el que Younes es finalmente capturado y abatido,
los Mossos envían a la juez un informe preliminar sobre Alcanar. Pero la
actividad en la casa no cesa. Se trabaja con intensidad. Aparecen nuevos restos
humanos. Aparece el chaleco bomba que, supuestamente, iba a llevar Es Satty el
día 20, símbolo del atentado que pudo ser y no fue. Y aparecen cientos de
objetos que se analizan de forma minuciosa para encontrar respuestas, porqués,
tal vez pistas que conduzcan a otros terroristas, quizás la conexión
internacional (Francia, Bélgica, Marruecos) que ha llevado a la investigación a
callejones sin salida o escasamente fructíferos.
Muchos pertenecen a Es Satty, que, eterno nómada, parece
viajar cargado con una caja de documentos: el escrito de la Subdelegación del
Gobierno de Castellón que revoca la orden de expulsarle de España por su
condena; un billete del ferri entre Tánger y Algeciras; un currículum vitae en
el que ofrece “incorporación inmediata y disponibilidad horaria”.
Una descomunal fuente de pruebas surge de los restos de
Alcanar. Son, también, indicios del paso de los jóvenes de Ripoll por el mundo,
pruebas de que tuvieron una vida anterior al 17-A en la que fueron estudiantes,
trabajadores, amigos, jugadores de fútbol.
Un carnet
jove de La Caixa propiedad de Youssef
Aalla. La evaluación de Houli en el módulo de electromecánica, en la que se
destaca que “le cuesta mucho” y que “se ha de esforzar más”. Una nómina de la
empresa Hilado Motos a nombre de Younes Abouyaaqoub. El pasaporte marroquí de
Mohamed Hichamy. Libros en árabe. Un diccionario árabe-español. Un folleto con
los horarios de autobús entre Castellón y Vinarós. Batas blancas del colegio
con sus nombres inscritos (‘Moha’). Una nota del instituto Abat Oliba, donde
estudiaron la mayoría de los chicos de Ripoll, informando a los padres de una
salida para asistir a la obra de teatro Canvi
de marxa, para prevenir accidentes de tráfico. Una chilaba de color marrón,
otra de color negro. Unos pantalones de chándal con el escudo del Real Madrid.
Fragmentos de vida y muerte abandonados en Alcanar una
noche de verano.
No hay comentarios:
Publicar un comentario