19 octubre 2024
Trece
años sin ETA: “Hay que reivindicar la paz, frivolizar con el terror es
despreciar a los muertos”
El
20 de octubre de 2011 la banda anunció el final definitivo de la violencia tras
décadas de actividad terrorista que implicaron el asesinato de más de 850
personas
elDiario.es
conversa con dirigentes políticos, víctimas, exmiembros de la banda y
representantes de la cultura
Han
pasado ya trece años del día en que, oficialmente, todo acabó. A las siete de
la tarde del 20 de octubre de 2011 ETA anunció mediante un comunicado en Gara
que ponía fin a más de cuatro décadas de terrorismo tras asesinar a más de 850
personas, herir a 2.600 y destrozar la vida de otras miles. Desde entonces, la
ausencia de violencia ha abierto paso, poco a poco, a una normalidad añorada
durante demasiado tiempo: sin escoltas, sin bombas, sin muertos, sin miedo.
Para
rememorar esa efeméride, para poner en valor la conquista histórica del fin del
terror y para dar cuenta de los retos pendientes, elDiario.es conversa con
dirigentes políticos, víctimas, exmiembros de la banda y representantes de la
cultura en mitad de los empeños de quien aún atribuye “más fuerza que nunca” a
una ETA que no existe.
20
de octubre de 2011: “Esto se ha acabado”
Es
jueves. La semana discurre en España en plena cuenta atrás para la campaña
electoral de las generales que enfrentarán a Mariano Rajoy y a Alfredo Pérez
Rubalcaba en las urnas en exactamente un mes. La prensa está repleta de
referencias económicas a la prima de riesgo, a Moody’s, al umbral de la
pobreza. Aún resuenan los ecos del 15-M. Y en Euskadi se respira una especie de
calma tensa.
Los
últimos pasos de la izquierda abertzale y del entorno de ETA y también las
informaciones que se manejan en los círculos del poder político y mediático
apuntan a un runrún cada vez más extendido sobre el fin de la violencia. Hay
quien asegura que es cuestión de días, de horas. Pero desde la Conferencia
Internacional de Paz impulsada por el independentismo vasco el lunes 17, y a la
que acudieron personalidades internacionales como Kofi Annan, Gerry Adams o
Jonathan Powell, nada más se había movido. Esa cita, celebrada en el Palacio de
Aiete, fue interpretada como “la pista de aterrizaje” de los terroristas antes
del paso definitivo.
Pero
como no hay novedades, la vida sigue ese jueves en términos parecidos a los de
los últimos 40 años. Y por eso al periodista Gorka Landaburu le esperan dos
escoltas en la estación de tren de Pamplona. Viene de la redacción de 'Cambio
16' en Madrid. Cuando va en carretera camino de Zarautz, recibe algún mensaje
en el móvil y le pide al escolta que conduce que ponga la radio. Son las siete
de la tarde del 20 de octubre de 2011.
“ETA
ha decidido el cese definitivo de su actividad armada”, se escucha a los
terroristas que dan lectura al comunicado. “Luis, esto se ha acabado”, le dice
Landaburu a su conductor, que le contesta escéptico. “Nunca hay que creer a
ETA”. En conversación con este periódico, el periodista y víctima del
terrorismo (recibió un paquete bomba en su casa que le causó graves heridas)
recuerda haber vivido ese anuncio con el convencimiento de que sí se trataba
del final. “Sabíamos que esa vez iba en serio. Cuando llegué a casa, abrí la
puerta y vi a mi hija corriendo por el pasillo hacia mí. Nos abrazamos y
empezamos a llorar. Pero le dije que estuviera tranquila, que esto se había
acabado”.
En
contraste con la información de primera mano que manejaban el Gobierno, la
oposición y las fuerzas de seguridad, y que acreditaba que el paso era firme y
definitivo tras las conversaciones emprendidas durante años con la banda por el
Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, el sentimiento más generalizado
entre la gente de a pie, incluidas las víctimas, fue el escepticismo. “¿Cómo lo
íbamos a vivir? Pues incrédulos. Estábamos cansados de ver cómo todas las
negociaciones y todas las treguas acababan igual: con ETA matando, lo único que
sabían hacer”, recuerda Consuelo Ordónez, presidenta de Covite y hermana del
dirigente del PP vasco Gregorio Ordóñez, asesinado por la banda terrorista.
El
dirigente socialista vasco, Txiki Benegas, tampoco reaccionó de primeras con
demasiado entusiasmo. “Bueno, vamos a ver qué pasa”, le contestó a su hijo, el
músico Pablo Benegas, uno de los integrantes de ‘La Oreja de Van Gogh’, que
acaba de publicar ‘Memoria’ (Plaza & Janés), un libro en el que narra sus
vivencias. “Recuerdo que esa tarde estaba en la calle, en Donosti, y que me
empezaron a llegar mensajes al móvil. Lo primero que hice fue acordarme de mi
padre y llamarlo. Reconozco que yo sentí alivio, pero noté en mi padre
desconfianza después de tantos años en primera fila, tantos años de miedo por
esa forma que tenían ellos de amedrentar, de deshumanizar y de intimidar a los
que nos consideraban enemigos”, relata.
El
comunicado de la banda también fue seguido en directo con gran expectación
desde las cárceles, donde cientos de condenados por terrorismo cumplían pena.
En la de Nanclares de Oca, uno de los centros en los que se llevaron a cabo
programas de acercamiento a las víctimas, lo vio mientras cumplía condena Ibon
Etxezarreta, uno de los responsables del asesinato de Juan María Jáuregui. “En
mi caso pesó más la tristeza de que llegaba muy tarde, con las cárceles llenas
y después de centenares de familias destrozadas”, relata.
La
de Etxezarreta es una de las voces que proceden de la banda que se han
pronunciado más rotundamente en rechazo a la violencia que él mismo ejerció. Y
se señaló tras su ruptura con ETA como uno de los defensores de la denominada
‘vía Nanclares’ para restituir a las víctimas. “Poco antes de aquel día
habíamos iniciado dentro de la cárcel unos talleres por la convivencia y
habíamos tenido un encuentro con dos víctimas cuyos padres fueron asesinados.
Ese encuentro y sus testimonios estuvieron muy presentes en esa larga noche del
20 de octubre. Tuvimos la sensación de que, por fin, había llegado el final,
aunque muy tarde y habiendo dejado pasar un sinfín de oportunidades para que
llegara antes”.
Desde
la política, aquel jueves por la tarde se vivió de manera diferente. El
Gobierno de España, el Gobierno vasco y el Partido Popular, entonces en la
oposición, tenían toda la información de lo que iba a ocurrir. Solo fataba que
se concretaran el cómo, el cuándo y el dónde. En la sede socialista de la calle
Ferraz se encerró aquella tarde la que había sido cúpula política de Alfredo
Pérez Rubalcaba durante su etapa al frente de Interior en la que llevó las
riendas del fin de ETA. Ese grupo de máxima confianza era ya por entonces su
equipo de campaña electoral como candidato a las generales.
“Obviamente
teníamos toda la información y estábamos esperando a que sucediera. Lo vivimos
al lado de Alfredo, que había liderado tantos años de dedicación y de esfuerzo
de tanta gente”, recuerda Gregorio Martínez, jefe de gabinete de Rubalcaba,
coordinador de su campaña y, en la práctica, su mano derecha y su amigo. “Me
acuerdo que nos dimos un abrazo muy fuerte y nos miramos unos segundos sin
comentar nada. Pero con esa mirada nos dijimos: misión cumplida”, rememora
emocionado.
Al
lehendakari Patxi López el anuncio le pilló de viaje en Estados Unidos. Se
trataba de una reunión con empresarios vascos y una visita a la presidenta de
la ONU Mujeres, Michele Bachelet, una agenda programada desde hacía semanas.
Con la información de que el fin de ETA llegaría de manera inminente valoró la
posibilidad de cancelar el viaje. “En ese contexto tan concreto, que el
lehendakari de repente suspendiera un viaje a Estados Unidos podría haber
resultado sospechoso. Lo hablamos con la Moncloa y decidimos no suspenderlo
para no estropear nada”, explica en conversación por teléfono.
El
comunicado de ETA le cogió concretamente en un tren de alta velocidad sin
cobertura de viaje entre Washington y Nueva York. “Ese día descubrí que se
puede llorar y reír a la vez. Me abracé a Begoña (su pareja, que le acompañaba
en el viaje). Y nos repetimos que nunca más, que se acabó, que lo habíamos
conseguido”.
Borja
Sémper, actual dirigente nacional del PP y entonces de los populares vascos,
también tenía información directa de que el anuncio iba en serio. “Nos tocó
tranquilizar a mucha gente que, lógicamente, estaba incrédula. Llevaba mucho
tiempo hablando con Guardias Civiles que estaban a pie de campo y que me iban
contando que toda la lucha contra ETA estaba desembocando en la búsqueda de una
manera de bajar la persiana sin que pareciera una derrota. Estaban acogotados
policialmente”, narra.
Vivir
sin ETA: “Ese comunicado me cambió la vida”
“Después
de que mataran a Juan Mari, para mí lo más duro fue llevar escolta. Eso te
cambia la vida”, cuenta Maixabel Lasa, la pareja del dirigente socialista Juan
María Jáuregui, asesinado en el año 2.000. A Lasa aquel jueves de octubre para
la historia le pilla en el monte, dando un paseo con sus amigos. Y fueron sus
escoltas, precisamente, quienes le dieron la noticia de que ETA se disponía a
anunciar que dejaba de matar para siempre.
“Yo
he dejado muchos años de ir a la playa, de andar en bici o de tomar un café con
una amiga porque los escoltas ya habían dejado de trabajar y yo no podía bajar
sola a la calle. Darte cuenta de repente de que todo eso ya no existe, de que
se acabó, de que ya no habrá más muertos, ni más gente que mira debajo del
coche, ni más impuesto revolucionario…Es como, no sé, ¿pues lo hemos
conseguido, no?”, explica sobre lo que significa para una víctima la diferencia
entre que ETA exista o no.
Maixabel
Lasa también ha participado en los programas de encuentros con presos etarras.
Y por eso llegó a conocer precisamente a Ibon Etxezarreta, con el que hoy
mantiene comunicación fluida. “Cuando veo a parejas de mi edad pasear juntas, a
mí me da muchísima envidia. Porque no tengo a la mía, la mataron. Y siempre
recordaré a Juan Mari, pero yo quiero seguir viviendo. Tengo una hija, tengo
nietos y quiero vivir lo mejor que pueda. Yo no quiero ser víctima toda la
vida, ¿sabes? Tenemos que seguir viviendo y esto es lo que queríamos, vivir
mejor que en aquella época”, cuenta.
Etxezarreta,
el preso de ETA arrepentido condenado por participar en el asesinato de su
marido, también explica el impacto que supuso para él el final de la violencia.
“Durante un permiso penitenciario quedé con una estudiante que estaba haciendo
un trabajo sobre la violencia en Euskadi para la universidad. Antes del
encuentro, entré a un bar a tomar un café y allí estaba tranquilamente un
concejal tomando algo. Me alegró verlo sin escolta y me vino el pensamiento de
que años antes hubiéramos vuelto a ir, una y otra vez, al mismo sitio hasta
poder atentar contra él. Y esto es parte del horror que hemos dejado atrás”.
Borja
Sémper también admite que fue consciente de la repercusión del fin de ETA casi
en tiempo real. “Supe de la relevancia histórica, pero también personal, que
eso tenía. Ese comunicado certificaba que me cambiaba la vida. Ya no me iban a
matar. Llevé escolta desde los 19 años, no recordaba prácticamente la vida sin
escolta. Para cualquier persona bajar la basura por la noche es un suplicio y a
mí me encantaba porque significaba libertad”.
De
los primeros placeres que se brindó Gorka Landaburu en su nueva vida fue pasear
con su hermano por la playa de Zarautz. “Durante años y años los paseos con mi
hermano Ander por el malecón eran acompañados de tres escoltas, dos míos y uno
de él, que también era periodista y fue director de 'El País' en Euskadi. Era
surrealista aquello. Y, de repente, resulta que habíamos vencido. Podíamos
empezar a ir a por el pan, a la carnicería o pasear sin miedo. ¡Lo habíamos
conseguido!”, celebra.
“La
diferencia se nota hasta en las caras, hasta en las calles”, cuenta Pablo
Benegas, de La Oreja de Van Gogh. “Se percibe hasta que se ha desmantelado toda
esa estructura que les hacía adueñarse de todo el espacio público, de las
plazas, de la universidad, de los institutos. Las calles eran suyas y, poco a
poco, hemos sentido ese alivio y nuestros hijos ya no viven en eso”.
Consuelo
Ordóñez es aún más explícita al describir el cambio que supone el 20 de octubre
de 2011. “La diferencia entre que ETA mate y no mate es la vida de mi hermano,
fíjate si hay diferencia. Y es una felicidad, porque no hemos vivido en este
país tiempos mejores que desde que dejaron de matar. Y el que diga lo
contrario…en fin”.
“¿Más
fuerte que nunca? ¿Es que no les importamos nada?”
Si
hay un sentimiento generalizado entre todas las personas contactadas de
cualquier ideología es el del rechazo y dolor ante las afirmaciones que arrogan
a ETA más poder que nunca. Las declaraciones de las últimas semanas de
dirigentes del PP como Isabel Díaz Ayuso o el portavoz Miguel Tellado, que
llegó a exhibir en el Congreso fotos de asesinados socialistas entre risas de
la bancada popular, indignan a víctimas de cualquier afinidad política y son
rechazadas también por todos los dirigentes políticos consultados, incluido el
PP.
Así
lo dice expresamente Borja Sémper, que evita entrar en conflicto con cualquier
declaración pública de compañeros de fila, pero que expresa su rotundo
desacuerdo. “Defiendo que hay algunas críticas que hacer sobre cómo se está
gestionando el día de hoy en relación con el mundo de ETA, pero decir que ETA
está más viva que nunca es un profundo error, porque no es cierto. Y,
obviamente, no estoy en absoluto de acuerdo. Creo que la hipérbole y el trazo
grueso no ayudan en nada”.
También
desde la política, el que fuera lehendakari y actual portavoz del PSOE en el
Congreso, Patxi López, arremete duramente contra el uso de las víctimas de ETA
de una parte del PP. “Quienes nos dicen que ETA está viva, ¿nos está negando el
triunfo a los demócratas? Conseguimos el sueño de generaciones enteras,
conseguimos la libertad, que es un concepto enorme pero que consiste en poder
subirte a un autobús o en no tener miedo por tus hijos o por tu pareja. Y yo
tengo un gran respeto por los compañeros del PP en el País Vasco que sufrieron
lo que sufrieron igual que nosotros, algunos de ellos incluso me han mandado
mensajes diciendo que sienten vergüenza de ver a su partido hacer lo que hace”.
Esas
alusiones a la vigencia etarra son recibidas entre las víctimas directamente
como un insulto. “¡Qué desprecio! ¡Qué desprecio a cómo lo hemos pasado, a
nuestro dolor, a tanta sangre derramada!”, lamenta la presidenta de Covite,
Consuelo Ordóñez, que interpela directamente a los responsables del PP que
insisten en que la banda sigue viva. “¿Es que no respetáis ni a vuestros
propios compañeros asesinados? ¿Es que no os importamos nada?”.
Gorka
Landaburu reivindica la memoria de sus amigos muertos ante discursos de ese
tipo. “Un día, dando un paseo con mi amigo José Luis López de la Calle, él me
dijo que tuviéramos cuidado, que sabía que iban a por nosotros. A los quince
días lo asesinaron. Y ahora tengo que ver que algunos sacan cartelitos con su
cara. Me da mucha pena que ni él ni Enrique Casas ni tantos otros que fueron
asesinados y lucharon por la paz hayan podido disfrutar de estos años. Luchamos
contra la dictadura de Franco y contra la de ETA. Y hemos ganado esa batalla.
¡La hemos ganado! Es una victoria de todos, conseguimos la paz y deberíamos
reivindicarla. No lo hemos reivindicado lo suficiente”.
La
memoria
Entre
todas las personas consultadas, el del olvido y la difícil gestión de la
memoria es también un temor generalizado.“Una cosa es la satisfacción de haber
acabado con esto y otra cosa es que nos olvidemos, y me preocupa que nos
olvidemos”, dice Patxi López. “Creo que tenemos que contarles a nuestros hijos
qué pasó aquí por la dignidad de las víctimas y porque entendamos muy bien
quiénes somos y qué nos ha pasado”, pide Pablo Benegas, que admite ser
consciente de que no resultará fácil a una parte de la sociedad vasca.
“Entiendo que debe ser muy complicado decirle a la gente que se ha destrozado
la vida y que le ha destrozado la vida a tanta gente que todo eso, en realidad,
no ha servido para nada. Pero tienen que drenar su odio”.
La
presidenta de Covite, muy crítica con las políticas del PSOE y del PP respecto
a la situación de los presos o de los casos sin resolver, reivindica que la
memoria de las víctimas debe ser ante todo un reconocimiento a que fue su papel
la verdadera pieza clave de la paz y no otra. “Desde 2011, este país no ha
visto ninguna operación policial para el final de ETA, no ha visto detenciones
de etarras de los cientos de crímenes que quedan sin resolver. Porque se pactó
que no hubiera foto de la derrota de los terroristas. Claro que el fin de la
violencia es lo mejor que le ha pasado a este país, pero que no nos mientan a
la cara. Quienes asumieron el precio de la paz que disfrutamos y con quienes
tenemos una deuda infinita es con las víctimas, que hemos pagado con la
impunidad de muchos crímenes y hemos roto la espiral de la violencia, porque
nunca devolvimos con violencia la violencia que hemos sufrido”.
Desde
el PSOE, desde el PP y desde los colectivos de víctimas reclaman a la izquierda
abertzale y a EH Bildu (que no ha querido participar en este artículo) que den
un paso más allá en la reparación, en las disculpas y en el arrepentimiento. En
el décimo aniversario del fin de ETA, Arnaldo Otegi llegó lo más lejos que ha
llegado hasta ahora ese mundo. “Sentimos enormemente su sufrimiento. Eso nunca
debió ocurrir”, le dijo a las víctimas en la histórica Declaración de Aiete.
El
exmiembro de ETA que rompió con la banda y hoy trabaja en los programas de
reparación de las víctimas cree que ese camino que él mismo ha emprendido sí
resulta reparador para todas las partes. “Pienso que, frente al mirar para otro
lado, lo correcto es acercarse al dolor de las familias que han sufrido la
violencia de la organización donde yo milité y escuchar sus testimonios. Es un
ejercicio doloroso porque te pone frente al espejo de lo que hiciste y de lo
que fuiste, pero es a su vez un ejercicio reparador porque empatizas con su
sufrimiento”, cuenta Ibon Etxezarreta.
Maixabel
Lasa ya trabaja en ese reto de que no se olvide lo que pasó y acude a charlas a
institutos y universidades para hablar de su historia personal que cuenta la
película que lleva su nombre y que dirigió Icíar Bolláin. “Es importante que
los chavales que no lo vivieron conozcan lo que pasó, fundamentalmente para que
no vuelva a repetirse esta historia”, dice.
Todos
coinciden en que esa reparación ha de llegar más pronto que tarde. De momento,
han pasado ya trece años del fin de ETA, tan solo trece años sin violencia y
sin miedo. Un tiempo que, para quienes lo sufrieron en su propia piel, ya
supone un cambio igual de grande que el que pueda existir entre la vida y la
muerte.
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