15 julio 2015
Hechos y dichos
El riesgo de acabar ahora con la
dispersión de presos es mínimo y se arrebataría una bandera a los ‘abertzales’
“Cuando los hechos cambian, cambio de opinión”. Esa
fue la respuesta de Keynes a alguien que le reprochaba haber modificado su
criterio sobre un asunto. La frase ha inspirado el título de Cuando
los hechos cambian, recopilación de artículos de Tony Judt que ha
publicado su viuda, Jennifer Homans. La elección del título es significativa
para la obra de un autor que siempre se caracterizó por su apertura a
reconsiderar sus convicciones cuando los hechos las cuestionaban. Aunque ello
significase ir contracorriente en su medio.
Nicolás Redondo Terreros fue secretario general de los
socialistas vascos entre 1997 y 2001, cuando fue empujado a dimitir a cuenta de
su defensa de un acercamiento al PP frente a la deriva soberanista de un
nacionalismo vasco que había pactado con ETA. Acaba de publicar un valeroso
artículo a contracorriente sobre el papel del constitucionalismo vasco tras el
cese de ETA. Sostiene que una cierta inercia lleva a muchos vascos que
sufrieron y combatieron contra ETA a optar por un posicionamiento más
sentimental que racional a la hora de reconocer que las cosas han cambiado
radicalmente con ese cese; y que, aunque quedan pendientes problemas
relacionados con la banda, no deberían ser abordados de la misma manera que
cuando mataba.
Plantea que la convivencia requiere resguardar la
memoria de las víctimas pero también “capacidad de olvido”, y defiende que la
presencia de los herederos de ETA en las instituciones no significa que hayan
ganado: que acepten defender sus ideas sin el recurso a las armas es una
victoria de los demócratas. Que a ese desenlace se haya llegado de manera
diferente de como se había previsto no debería impedir reconocer la importancia
del cambio producido.
Uno de sus efectos es que ahora es posible plantear
iniciativas antes inconvenientes, y abandonar otras que antes pudieron ser
necesarias. En relación con la política penitenciaria, por ejemplo. Exigir la
delación como condición para acceder a beneficios penitenciarios no tiene mucho
sentido tras el fin de la violencia. Los riesgos que en el pasado habría tenido
poner fin a la dispersión serían ahora mínimos y en cambio podría servir para
arrebatar esa bandera al mundoabertzale y favorecer una política compartida
con el PNV de Urkullu para forzar a ese mundo a exigir a ETA su renuncia a la
negociación como condición para la entrega de las armas.
Las declaraciones de Pablo Iglesias invocando la
“tragedia” de que haya más de 500 presos de RETA y sobre las penalidades que su alejamiento supone para sus
familiares no solo constituyen una desconsideración para con las familias de
las víctimas; lo más grave es que las haga quien ha sostenido que ETA tiene el
mérito de haber sido quien antes denunció que el régimen nacido de la Transición supuso la
continuidad del franquismo: la falacia de ETA para justificar la persistencia
del terrorismo en democracia; y para condicionar su desarme y disolución a una
negociación con el Estado de contrapartidas políticas.
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