04 marzo 2018
La excarcelación de etarras pone a prueba la convivencia en Euskadi
Las víctimas
vascas de ETA se sitúan entre la indiferencia y la exigencia de condena del
terrorismo a los criminales
El homenaje de dos centenares de vecinos de Andoain
(Gipuzkoa) a dos miembros de ETA de la localidad recién
excarcelados, tras cumplir su condena, ha indignado no sólo a las víctimas del
terrorismo. También a buena parte de la sociedad vasca lo que ha implicado un
amplio rechazo del Parlamento vasco a estas iniciativas. EH Bildu ha llegado a
reconocer que entiende la indignación de las víctimas
Estos homenajes van abocados a la extinción, pero
junto a ello existe otra realidad, cada vez más patente: el regreso de etarras
excarcelados por cumplimiento de condena a su localidad de origen en Euskadi
dónde se encuentran o pueden hacerlo con familiares de las personas a las que
asesinaron. ¿Cómo lo viven las víctimas? ¿Cómo reaccionan? ¿La convivencia es
posible?. Tres familiares de víctimas se han pronunciado. No hay unanimidad.
Unos opinan que pertenecen a una sociedad segregada de la vasca y no existen.
Otras distinguen entre quienes admiten el daño injusto causado y los que no.
Otras creen que es imprescindible para la convivencia que la izquierda
abertzale y ETA reconozcan que el terrorismo no tuvo justificación y generaron
una catástrofe humana.
La situación de Ramos
Iván Ramos tenía 13 años cuando un comando de
meritorios etarras lanzó cócteles
molotov contra la Casa
del Pueblo de Portugalete (Bozkaia) y abrasó a tres militantes del
PSE, dos de ellos sus padres. Tres días después falleció su madre, Maite
Torrano, la tercera víctima socialista asesinada por ETA. Era el 28 de abril de
1987. “Tenía 13 años. No volví a ver a mi madre. El Primero de Mayo se le hizo
un gran homenaje en Portugalete. Luego vino el olvido. Así eran aquellos
tiempos. Su pérdida me marcó. Yo era el hijo de Maite. Me generó mucho odio y
la sed de venganza me afectó hasta mis 30 años”, señala Ivan.
Una
década después, uno de los asesinos de Maite Torrano salió de prisión por
cumplimiento de condena y regresó a su domicilio, muy próximo al de Iván. Fue
juzgado por el anterior Código Penal y era menor de edad cuando atentó. “Le
veía y se me erizaba la piel”, señala Ivan. Cuando en marzo de 2002 la edil
socialista de Protugalete, Ester Cabezudo, fue
atacada por ETA, Ramos se enfrentó con el asesino de su madre por su actitud
provocadora. Ivan Ramos tuvo tratamiento psicológico para asumir su situación.
“He superado el odio. Hoy para mí es un fantasma”. Ha contribuido a mejorar su
situación que el ex etarra haya dejado de provocar. Cree que no es ajena la
intervención de un representante de Bildu al que Ramos relató su caso en unas
jornadas sobre víctimas del terrorismo hace unos años.
Hoy,
su hijo de ocho años juega, en la vecindad, con el hijo del ex etarra. “No le
he dicho a mi hijo quien es el padre de su compañero de juegos. Un día le diré
que a su abuela le mató una banda de asesinos que quería imponer su proyecto
totalitario. Pero no le voy a inculcar odio. No quiero que viva, como nosotros,
la sinrazón y el odio que ETA nos trajo”
Asegura
que no se sentará con quienes asesinaron a su madre. “No podría. No quiero su
perdón. Me sentaría con quienes han hecho pública la autocrítica de su
trayectoria en ETA. Es imprescindible para avanzar en la convivencia que ETA y
la izquierda abertzale hagan autocrítica del uso que hicieron del terrorismo
para lograr objetivos políticos”. Cree, también, que “las víctimas tenemos que
asumir que los etarras saldrán y prepararnos superando el odio y haciendo
pedagogía”. Ramos participa en encuentros en las aulas con otras víctimas de
ETA, los GAL y de abusos policiales.
El caso de Múgica.
José María Múgica fue testigo del asesinato de su
padre, Fernando, el seis de febrero de 1996 en San Sebastián: “Salí con mi
mujer del despacho antes que él. Oí una detonación. Vi a mi padre tirado en el
suelo y a sus asesinos. Tuve el impulso de acercarme y uno me amenazó con su
pistola”. El acompañante del asesino salió hace tres años de prisión tras
cumplir 20 años de condena y acogerse a la vía Nanclares de reinserción. Múgica
podría encontrarlo en la calle porque es donostiarra como él. “Me provocaría
repugnancia como a cualquier persona normal. No sé qué significa estar
arrepentido. Representan un mundo odioso, el de 300 asesinatos sin resolver y
de 300 familias que siguen esprando justicia. Sin ese esclarecimiento todo es
filfa”.
A
Múgica le resulta “indiferente” lo que suceda a los ex presos etarras: “En
Euskadi hay un sociedad de amplio cauce que quiere ser libre. Ese mundo odioso
es una sociedad segregada de la vasca que pretende hacer por vivir lo que fue
ese proyecto totalitario. No debe haber encuentro posible con esa gente, que
representa un proyecto totalitario que enlaza con lo peor de Europa. Ese
proyecto debe ser derrotado. No conozco a ningún demócrata francés que se
plantee el encuentro con Le Pen porque sabe que representa una tradición odiosa
para Francia”.
Tras
el fin del terrorismo, a Múgica lo primero que le importa es “combatir la
impunidad y que la justicia se aplique porque estamos en un Estado de derecho”.
Lo segundo es que se construya un “relato claro” de lo sucedido y de cómo ETA “fue
derrotada por la acción policial, judicial e internacional”. “Aquí hubo
asesinos y víctimas; un proyecto totalitario de destrucción del mundo
constitucional. Ese legado de odio tiene que ser derrotado”.
Múgica
insiste en que le importa “muchísimo” que resulte un “relato unívoco, sin
fisuras, que diga que la libertad derrotó al totalitarismo” para que la
sociedad vasca “no vuelva a tropezar en la piedra del terrorismo”. “El
nacionalismo está interesado en explicar la historia vasca, desde las guerras
carlistas, a través del conflicto y por ahí siempre iremos mal. Los grandes
países tienen un relato claro y el nuestro es que hubo un proyecto de
exterminio que asesinó a mas de 800 personas. A los etarras excarcelados hay
que darles el trato que en la postguerra se dio a los colaboradores del
nazismo. Se les hizo sentir la repugnancia social por sus crímenes. No cabe
encuentro posible”.
El caso de Elespe.
Pronto se cumplirá el 17 aniversario del 20 de marzo
de 2001. Aquel día un comando de ETA asesinó a Froilán Elespe, cuando departía
con nunos vecinos en un bar de Lasarte (Gipuzkoa),
de cuyo ayuntamiento era teniente alcalde. Josu, su hijo, que tenía 25 años,
recuerda cómo, dentro de la amargura, tuvo el consuelo de sentirse muy arropado
por los vecinos de la localidad que expresaron masivamente el rechazo al
asesinato de su padre.
Durante
mucho tiempo sintió el odio hacia los asesinos y quienes les apoyaron en
Lasarte. “Los primeros años me atormentaba la posibilidad de encontrarme con
excarcelados de ETA o conocidos de la izquierda abertzale y que mi reacción
fuera imprevisible. Si les veía me enrabietaba, me provocaban un hondo
sentimiento de injusticia. No fue fácil”. Hoy no reacciona igual. “Me producen
indiferencia y muchos de quienes me reconocen agachan la cabeza avergonzados”
Elespe
diferencia entre los etarras excarcelados. “Están los que salen como entraron,
sin autocrítica, con el ambiguo discurso de la izquierda abertzale. Por desgracia,
son amplia mayoría del colectivo de presos. Son socialmente indeseados y su
aportación a la convivencia es nula". Los distingue de los ex presos
expulsados de ETA por condenar su pasado terrorista y se agruparon en la vía Nanclares.
“Quieren construir lo que destruyeron y se acercan a las víctimas para intentar
reparar el daño que hicieron. Aportan a la convivencia y ayudan a cerrar
heridas”. Constata que “la mayoría de la sociedad convive con normalidad; ha
pasado página y ha amortizado la violencia y a las víctimas por las razones de
supervivencia que sean y por temor a enfrentarse a su conciencia”.
Cree
Elespe que “las dificultades para convivir las tenemos las víctimas y quienes
se involucraron en la lucha contra el terrorismo”. Por eso cree necesario “un
pronunciamiento nítido de la izquierda abertzale condenando éticamente lo
realizado por ETA y por ella; escucharle que matar no sólo fue un error sino
que nada hubo que lo justificara y fue un inmenso fracaso humano”.
Considera
que ese pronunciamiento autocrítico deben hacerlo “los líderes históricos de la
izquierda abertzale, que sostuvieron al monstruo”. Pero cree que “está frenando
la autocrítica y no la hará si no se eleva la exigencia sobre ella pues teme
que sus presos se les rebelen por sentirse engañados”. “Pero la convivencia
plena requiere enfrentarse a la realidad de lo que hicieron”.
Elespe
cree posible “convivir y cerrar heridas”. “Veo posible tomar un café con
alguien que asesinó siendo de ETA. Lo he hecho con presos de la vía Nanclares.
La satisfacción fue plena para ambos. Es una convivencia reparadora”. Cree que
la convivencia no debe legarse a otras generaciones. “Debemos enfrentarnos a la
realidad sin prejuicios ni sectarismos. Participé en encuentros con presos de
Nanclares; he contado mi experiencia en las aulas y he escuchado a otras
víctimas no sólo de ETA, también de los GAL y de abusos policiales”.
Opinión:
Una nueva y excelente muestra de la pluralidad
existente en el colectivo de víctimas del terrorismo. Para aquellos que
mantienen la letanía de que “las” víctimas tenemos una manera común de ver el
terrorismo y que pertenecemos a eso que algunos llaman “nuestras víctimas”,
solo tienen que revisar la información publicada.
Parece que aquello que algunas víctimas llevamos
años denunciando y que nos han traído graves problemas a nivel social y
personal se empieza a comprender. Me gustaría ver ahora qué se atreverán a
decir algunos que no hace mucho se quejaban de la existencia de víctimas que
pensamos y/o trabajamos “por libre”.
Es la ventaja de tener criterio propio. Gracias, José
Elespe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario