02 julio 2019
Javier Vizcaíno
La verdad, por fin
Supongo que debemos felicitarnos
porque presuntamente se haya restablecido la verdad histórica del atentado que
acabó con la niña de 20 meses Begoña Urroz el 27 de junio de 1960. No fue ETA,
sino una singular organización que se presentaba como antifranquista y
antisalazarista y que atendía al pomposo nombre de Directorio Revolucionario
Ibérico de Liberación, por sus siglas, DRIL. Ocurre, tirando de refranero
español, que para este viaje no hacían falta alforjas y que a buenas horas,
mangas verdes. Hacía muchos años que se conocía cada pormenor de la acción
criminal. Prácticamente desde que –creo que sin mala intención– Ernest Lluch
echó a rodar la historia y fue comprada por golfos ávidos de efemérides
truculentas, decenas de estudiosos y contemporáneos de los hechos han documentado
sin lugar a la duda la autoría del grupo hispanoluso. En todo caso, la novedad,
que debe enunciarse entre el pasmo y la indignación, reside en la circunstancia
de que la fuente del desmentido que pretende quedar como oficial sea la misma
que durante todo este tiempo ha dado pábulo a la versión manipulada. No hablo,
ojo, de los investigadores que firman la monografía titulada Muerte en Amara.
La violencia del DRIL a la luz de Begoña Urroz, sino de la entidad que la
avala, el tal Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, escorado ya
sabemos a qué lado. Cuánto dolor y cuánto bochorno nos hubiéramos evitado sin
el empeño en sostenella y no enmendalla… hasta ahora. Por lo demás, y para los
que levantan el mentón y hasta exigen peticiones de perdón, esta revelación no
convierte a ETA en buena. Cerca de mil muertos lo atestiguan.
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