03 julio 2019
Otegi y la libre expresión
Luis María Anson, de la Real Academia
Española.
O se está con la libertad de
expresión o se está contra la libertad de expresión. Pero si se está con la
libertad de expresión hay que hacerlo con todas sus consecuencias. En el
ejercicio de la libertad de expresión, cimiento sobre el que descansa el entero
edificio de la democracia pluralista plena, la responsable de los informativos
de Televisión Española decidió que se entrevistara a Arnaldo Otegi, condenado
por terrorismo. A lo largo de toda mi vida profesional, y por supuesto cuando
presidí por elección la
Asociación de la
Prensa de Madrid, la Federación de Asociaciones de la Prensa de España y la Federación Iberoamericana
de Asociaciones y Colegios de Periodistas, he defendido hasta la extenuación la
libertad de expresión. Ni en mi periódico papel o digital ni en mi telediario
haría yo una entrevista al proetarra Otegi. Pero, aun pensando lo contrario que
el condenado por tantas salvajes atrocidades, o precisamente por pensar lo
contrario, me dejaría despedazar defendiendo el derecho de un compa- ñero
profesional a hacer esa entrevista.
Claro que el periodista no es un
ciudadano impune. La libertad de expresión tiene sus límites en una democracia
plena: los fijados por la ley derivada de la voluntad general libremente
expresada. Si la ley prohíbe, por ejemplo, el entrometerse en la vida privada,
el periodista tiene la obligación de acatarla y si no estuviera de acuerdo
actuar para que la ley se modifique, pero siempre supeditándose al ordenamiento
jurídico. Corresponde, por supuesto, en todo caso, al juez y no al Gobierno
decidir si el periodista ha vulnerado la legislación.
La libertad de expresión ampara
también, pues claro, las críticas que se han hecho a la responsable de los
informativos de Televisión Española por decidir la realización de una
entrevista con Otegi, condenado por terrorismo. Pero esas críticas no limitan
la libertad de expresión del periodista. Solo la ley puede hacerlo. Y no la ley
de una dictadura sino la que establece la voluntad general en una democracia
plena.
He reflexionado mucho al escribir
estas líneas y he dejado que las aguas se remansen. Pero me despellejaría la
vergüenza si renunciara a la defensa de la libertad de expresión, sin la cual
se hace imposible el recto ejercicio de mi profesión que, entre otras cosas,
administra un derecho ajeno: el que tienen los ciudadanos a la información.
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