jueves, 4 de julio de 2019

03 julio 2019 El Mundo del Siglo XXI

03 julio 2019


Otegi y la libre expresión

Luis María Anson, de la Real Academia Española.

O se está con la libertad de expresión o se está contra la libertad de expresión. Pero si se está con la libertad de expresión hay que hacerlo con todas sus consecuencias. En el ejercicio de la libertad de expresión, cimiento sobre el que descansa el entero edificio de la democracia pluralista plena, la responsable de los informativos de Televisión Española decidió que se entrevistara a Arnaldo Otegi, condenado por terrorismo. A lo largo de toda mi vida profesional, y por supuesto cuando presidí por elección la Asociación de la Prensa de Madrid, la Federación de Asociaciones de la Prensa de España y la Federación Iberoamericana de Asociaciones y Colegios de Periodistas, he defendido hasta la extenuación la libertad de expresión. Ni en mi periódico papel o digital ni en mi telediario haría yo una entrevista al proetarra Otegi. Pero, aun pensando lo contrario que el condenado por tantas salvajes atrocidades, o precisamente por pensar lo contrario, me dejaría despedazar defendiendo el derecho de un compa- ñero profesional a hacer esa entrevista.
Claro que el periodista no es un ciudadano impune. La libertad de expresión tiene sus límites en una democracia plena: los fijados por la ley derivada de la voluntad general libremente expresada. Si la ley prohíbe, por ejemplo, el entrometerse en la vida privada, el periodista tiene la obligación de acatarla y si no estuviera de acuerdo actuar para que la ley se modifique, pero siempre supeditándose al ordenamiento jurídico. Corresponde, por supuesto, en todo caso, al juez y no al Gobierno decidir si el periodista ha vulnerado la legislación.
La libertad de expresión ampara también, pues claro, las críticas que se han hecho a la responsable de los informativos de Televisión Española por decidir la realización de una entrevista con Otegi, condenado por terrorismo. Pero esas críticas no limitan la libertad de expresión del periodista. Solo la ley puede hacerlo. Y no la ley de una dictadura sino la que establece la voluntad general en una democracia plena.
He reflexionado mucho al escribir estas líneas y he dejado que las aguas se remansen. Pero me despellejaría la vergüenza si renunciara a la defensa de la libertad de expresión, sin la cual se hace imposible el recto ejercicio de mi profesión que, entre otras cosas, administra un derecho ajeno: el que tienen los ciudadanos a la información.



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