miércoles, 3 de junio de 2015

03 junio 2015 (29.05.15) Carta de Lucía Carrero Blanco

03 junio 2015 (29.05.15)

Al encuentro de la paz
Lucía Carrero Blanco

Con todo el respeto del mundo y con todsa la admiración publico la carta que Lucía Carreo Blanco hizo llegar a los organizadores del Encuentro el pasado viernes en Madrid.
Una demostración de que, en el mundo de las personas afectadas por el terrorismo, hay diferentes ideologías y diversas maneras de afrontar el problema. Y sus soluciones.



Hace poco más de un año asistí junto con mi madre a un Encuentro por la Paz en San Carlos Borromeo, la parroquia de Entrevías, Madrid, a la que me siento vinculada desde que hace más de 15 años conociera a Enrique de Castro y su lucha por la justicia social. Se trataba de un encuentro muy, muy delicado: lo protagonizaban Rosa Rodero, viuda de un ertzaina asesinado por ETA; Josean Fernández, exmiembro de la banda terrorista, con 22 años de prisión a sus espaldas; y Axun Lasa, hermana de Joxe Antonio, joven secuestrado, torturado y asesinado por los GAL en 1983. En San Carlos he aprendido muchas cosas, y una de ellas es la de que el pasado de nadie me impida ver a la persona y su presente. Y eso me sucedió en aquel encuentro: me importaban las personas que tenía enfrente y su deseo, que era, ES, el de la paz. Eso supone sentarse, hablar, discutir y tratar de hallar puntos de encuentro. Por mucho dolor que haya en el camino. A la presentación le siguió un coloquio y, en un momento dado, se evocó el asesinato de Carrero Blanco. Mi abuelo. Los comentarios fueron los tantas veces oídos a lo largo de 40 años: considerado el sucesor de Franco, muchos celebraron el magnicidio. No por haberlas oído muchas veces una se acostumbra a sentencias tan duras. En ese momento, uno de los moderadores mencionó que en la sala había familiares de Carrero que quizá querrían decir algo. Yo había asistido como oyente ¡No quería decir nada! Tras unos segundos de duda, me puse en pie y empecé a hablar. Y lo hice como nunca antes lo había hecho. Para mí supuso algo así como “salir del apellidario”, puesto que rara vez doy a conocer mi nombre completo, ya que siempre va seguido de un murmullo, un comentario, un prejuicio. De hecho, durante el coloquio había estado tentada de intervenir en un par de ocasiones, pero no lo había hecho porque no me siento legitimada para hablar en nombre de un nombre. Sólo en el mío propio, máxime en vida de mi padre, un hombre admirablemente discreto y sensato al que nadie jamás habrá oído pronunciar al respecto una frase fuera de lugar, que ha protagonizado un proceso personal encomiable, y que tuvo que encajar el asesinato de su padre prácticamente sin más apoyo que el de su mujer, una auténtica fuera de serie. Y esto no es amor de hija: todo el que la conoce lo puede corroborar. Y así fui narrando cómo se puede ser Carrero Blanco y amar el País Vasco. Y cómo cuando te apellidas de determinada manera la gente cree saber cómo piensas y cómo eres, cuál es tu estatus y tu ideología, y cómo las etiquetas no sólo se ponen de Madrid hacia Euskal Herria como se había dicho en la mesa. Y también conté cómo en mi casa siempre ha habido pensamiento crítico y plural, y se ha discutido de política con total libertad. Y cómo nunca habíamos alimentado en mi padre los odios que se podrían esperar tras un golpe así de brutal. Al terminar el acto, hubo una marea de abrazos fraternos, incluido el de Axun Lasa, mujer de enorme generosidad y sentido común. Fue ella la que se acercó, proponiendo vernos en otro contexto y ahondar en nuestras experiencias. Y así lo hicimos. Por iniciativa de mi madre, ambas visitamos de forma privada a Axun y a Josean –Rosa Rodero no pudo asistir-, poniendo en común nuestras vivencias y formas de pensar, alguna de ellas coincidente, la mayoría discordantes, pero siempre sinceras y con un mismo objetivo: construir. Esta vez no puedo estar en este segundo encuentro. Ni siquiera estoy convencida de pretender avalar nada. Pero sí tengo algo claro: que creo en el diálogo como herramienta indispensable para la paz. Y que creo en la paz como herramienta indispensable para la vida. Y que me repugna y entristece que la siniestra sombra del terrorismo, ahora que por fin es sólo eso, una sombra, se intente mantener viva para seguir enfrentando a los pueblos o para tratar de ganar unas elecciones. Una victoria basada en el miedo nunca es una victoria. Al igual que una derrota basada en el diálogo tampoco es una derrota. Únicamente es… una cuestión de tiempo. Como confío en que lo sea la tan ansiada y necesaria paz. 

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