10 noviembre 2016 (09.11.16)
In memoriam
A nadie
le cabe la menor duda de que ETA fue la máxima responsable de 50 años de terror
y de generar el 90 % de las víctimas ocurridas en todos estos años y que ella y
quienes les mantuvieron en activo, deben asumir dicha responsabilidad
Desde que, en 2010, se institucionalizó el Día de la Memoria en Euskadi, muchas
personas temimos que sus celebraciones no fueran unitarias y el reconocimiento
a las víctimas estuviera, de nuevo, expuesto a vaivenes políticos. Por
desgracia, al temor se le unió la vergüenza, porque los partidos que rechazaban
y condenaban el uso de la violencia, no fueron capaces de unirse ante un
monolito para realizar un acto unitario de memoria en los términos que recogía
la declaración institucional. Dicha declaración es una sucesión de
argumentaciones irrefutables sobre el valor del Día de la Memoria. Una de ellas
decía " La memoria no sólo constituye un derecho fundamental
de las personas que han sufrido la violencia terrorista. Es un argumento
primordial que contribuirá a construir un relato compartido y genuino de lo
ocurrido, a través de la mirada de la víctima, en el que la violencia y sus
justificaciones queden definitivamente desterradas".
A pesar de los inapelables argumentos, prácticamente desde los primeros
años, la celebración de este día ha estado perturbada por las continuas
diferencias sobre qué tipo de víctimas deberían ser reconocidas y cuáles no,
sobre si este día tiene que centrarse en las víctimas de todos los terrorismos
y de actuaciones manifiestamente desproporcionadas y abusivas de las fuerzas de
seguridad o sólo en las de ETA.
Parece como si se quisiera establecer una barrera insalvable entre
'víctimas inocentes' y 'víctimas ¿no inocentes?', adjudicando las primeras a
todas las víctimas de ETA y creando la duda entre todas las demás. Esta
delimitación, además de presentar considerables lagunas, contiene una carga
moral negativa, ya que se podría interpretar como que las 'víctimas no
inocentes' merecían de alguna manera lo que les ocurrió. El error radica, por
una parte, en valorar a la víctima por aquello que hizo o hacía en vida. La
calidad de víctima se la otorgó su asesino y, sólo a partir de su asesinato, se
convirtió en víctima. Y, por otra parte, en insistir en clasificar a las víctimas
según la autoría del asesinato, creando una identificación del reconocimiento a
las víctimas con la condena a los victimarios.
A nadie le cabe la menor duda de que ETA fue la máxima responsable de
50 años de terror y de generar el 90 % de las víctimas ocurridas en todos estos
años y que ella y quienes les mantuvieron en activo, deben asumir dicha
responsabilidad. Por todo lo expuesto, consideramos que el calificativo más
adecuado que debería acompañar a víctima es la de injusta, porque su asesinato
-el de todas ellas- fue injusto.
Este 10 de noviembre de 2016, nuestro recuerdo es para todas las
víctimas sin excepción. Entre ellas, nos gustaría resaltar el esfuerzo de las
que participaron en la iniciativa de Glencreen. A aquellas víctimas de
distintas autorías, circunstancias y épocas que, sin conocerse, accedieron a
iniciar un proceso de acercamiento y empatía, no sólo les debemos el
reconocimiento por su arrojo, sino que les debemos infinita gratitud. En
cualquier situación en la que se han ocasionado víctimas, es el entorno el que
trabaja por preparar un escenario adecuado para que las personas más afectadas
puedan ir, poco a poco, reincorporándose a la 'normalidad' -si es que puede
existir para ellas. Aquí no ha sido así. Aquí han sido las víctimas, víctimas
de ETA, de GAL, de la extrema derecha, de las fuerzas de seguridad… las que nos
dieron una lección a toda la sociedad. Ellas nos enseñaron que eran capaces de
reconocerse en la injusticia que habían sufrido y que veían en las demás y, en
ese reconocimiento del dolor y de la injusticia, se posicionaron sinceramente
contra el uso de la violencia.
Mucho tenemos que aprender de ellas para construir una memoria de lo
ocurrido que " ponga nombres y fechas donde el terrorismo pone
excusas y justificaciones imposibles"; una memoria que " levante acta del sufrimiento injusto y que impida ningún tipo de
tolerancia con la impunidad"; una memoria " que prevenga a la ciudadanía frente a la tentadora seducción del olvido
forzado o interesado" " porque guardar la memoria de todas las víctimas
contribuirá al logro de un futuro en paz y libertad, en el que podamos
desarrollar una sana convivencia entre todos".
Opinión:
El artículo de Isabel Urkijo presenta la realidad de una situación
vivida diariamente por muchas víctimas del terrorismo, especialmente por
aquellas que por encima de las presiones y los intereses políticos, defendemos
que se conozca y se defienda la pluralidad del colectivo.
Desde que entré en el extraño mundillo interno de “las” víctimas del
terrorismo he defendido que cualquier víctima de cualquier terrorismo es
inocente, porque el terrorismo no busca atentar contra la persona sino contra
lo que representa la persona atacada. Es decir, si atacan un supermercado no es
por atacar al carnicero que allí trabaja o a los clientes que allí se
encuentran como tales sino para atacar a la sociedad (en este caso, la civil).
Si asesinan a un político no es por ser el político en cuestión sino para
amedrentar a la clase política. Y ocurre exactamente lo mismo con los miembros
de las FCSE o del Ejército. Exactamente lo mismo.
Por ello, mi objetivo como víctima ha sido siempre que, cumpliendo escrupulosamente
la legislación, sigamos en el camino para evitar que más ciudadanos sufran lo
que tantos otros ya hemos sufrido. Sólo hago una excepción a esta regla: no
puedo aceptar que los terroristas heridos o fallecidos mientras manipulaban un
artefacto explosivo o los que han muerto en un enfrentamiento con las FCSE sean
considerados víctimas del terrorismo.
Por lo demás, lo que marque la legislación.
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