02 febrero 2018
ETA arrancó a empresarios al
menos 8.100 millones de pesetas para financiarse
El secuestro fue el gran negocio de la banda, seguido de la
extorsión y el atraco
Para matar, ETA secuestró, atracó y
chantajeó a empresarios, pero también asesinó a muchos de ellos con el fin de
asustar a otros más y seguir así cobrando.
La ejecución en 1978 del constructor José Legasa,
–disparado a bocajarro en Irún tras denunciar ante la policía francesa que los
etarras le exigían bajo amenaza 10 millones de pesetas que nunca pagó–, ilustra
el comienzo de una sádica dinámica de venganza de los pistoleros contra
aquellos que se resistían a la extorsión, que a su vez sirvió a la banda para
provocar un miedo creíble que doblegara a más y más víctimas. De eso, de la
historia de la violencia de ETA contra empresarios y profesionales para financiarse, va
«La bolsa y la vida», (La Esfera
de los Libros) una obra multidisciplinar abordada desde un punto de vista
objetivo, que cuenta hechos: los que explican por qué, cómo y con qué
consecuencias los terroristas no solo robaron dinero a los agentes del mundo
empresarial, sino que también les condenaron al dilema moral de «elegir entre sufrir
el mal en su persona o contribuir a que lo sufrieran otros». Es decir, les enfrentaron a «comprar
su vida pagando con la vida ajena».
Josu Ugarte, fundador y director de la asociación vasca de
derechos humanos Bakeaz, ha coordinado la construcción de este documento, un
estudio comprometido con una «ética de la
memoria al servicio de la verdad sobre el pasado» y –reivindica– en la lucha contra el fanatismo, que unas vecres es nagacionismo, otras manipulaicón, ocultación o impostura. Son
coautores juristas, economistas, politólogos, policías o historiadores, a
saber: Martín Alonso Zarza, Pablo Díaz Morlán, Florencio Domínguez Iribarren,
Gaizka Fernández Soldevilla, Francisco Javier Merino Pacheco, Borja Montaño
Sanz, José María Ruiz Soroa y Doroteo Santos Diego.
Por tratarse de un libro que explora las hasta
ahora desconocidas finanzas de ETA, de
sus 562 páginas atrae poderosamente la atención la reconstrucción de las
cifras, todas respaldadas por fuentes probadas, que revelan que, en su mejor
momento, la banda tenía un presupuesto anual de
De 10.000
a 15.000 extorsionados
Por atracos se ha documentado que obtuvo otros 555,4
millones de pesetas desde 1977 hasta que abandonaron tal práctica delictiva a
mediados de los 80. Ese mismo periodo constituyó «la edad de oro de la
extorsión», sobre la que sólo ha podido recuperarse información fragmentada, a veces
incluso contradictoria. La más importante es la incautada en el zulo de la
empresa Sokoa descubierto en 1986 en Hendaya, en la que constaba que hasta esa
fecha la banda se había apropiado por esa vía de 1.1.63
millones de pesetas. También se halló una lista de
117 chantajeados a los que el terrorismo exigía cantidades entre 50 millones y
200.000 pesetas.
En aquel listado fue llamativa la falta de nombres de
grandes empresas, lo que deja abiertos interrogantes y la práctica certeza de
que los embolsos del terrorismo fueron mucho mayores. Tampoco puede calcularse
qué porcentaje de los «entre 10.000 y 15.000 empresarios» que –según papeles
intervenidos en Sokoa y en Bidart– recibieron cartas del impuesto
revolucionario de ETA cedieron a la extorsión, si bien el coordinador asegura
que «sólo una minoría
pagó, frente a lo que siempre habíamos pensado». Lo que la investigación sí ha concluido
es que sucumbieron más a las amenazas los empresarios de comarcas «de fuerte
presión nacionalista radical, donde la atmósfera era asfixiante», caso de la
zona de La Barranca ,
en Navarra, o de Goyerri, en Guipúzcoa.
De los métodos de persecución a los que fueron sometidos
los que dijeron «no» y sus familias habla este libro, concebido en 2012 al hilo
del testimonio de un chantajeado –que para Ugarte «simboliza la figura del
testigo moral»– que se resistió a ETA una década y cuya experiencia es tan traumática
que ha pedido que nunca se revele su identidad. No se oculta tampoco la
victimización, «el destrozo y la
posterior recomposición moral», de los que pagaron, aunque solo una de 68 entrevistados ha
reconocido que en su casa pasaron por ese trance. Fue para liberar a un
secuestrado. Hubo familias que abonaron rescates a plazos durante años.
Opinión:
Ojalá que toda esta excelente investigación sobre una de
las fuentes de financiación de la banda terrorista ETA acabe mostrando donde
han ido a parar tal cantidad de dinero porque de no ser así siempre quedará la
sospecha de que parte de esas cantidades hayan podido terminado en cuentas
corrientes de paraísos fiscales o en lugares similares, sin saber nunca quien
sería el destinatario final.
¿Ello significaría que podría existir dinero por ahí del
que no se conozca su paradero?
No hay comentarios:
Publicar un comentario