25 febrero 2018
“Había días que
soñaba con mi padre y le veía que me hablaba con el tiro en la garganta”
Marian Romero, y
Sandra y Ainara Carrasco, viuda e hijas de Isaías Carrasco, exedil del PSE de
Arrasate asesinado por ETA el 7 de marzo de 2008, recuerdan el pasado con dolor
Cada 7 de marzo desde hace diez años, Marian Romero camina
sola hasta la calle Navas de Tolosa y a la altura del número 6, en el corazón
del barrio obrero de San Andrés, enciende una vela y deposita tres flores
blancas y una roja en memoria de Isaías Carrasco. El exconcejal socialista era
su marido y feliz padre de sus tres hijos, Sandra, Ainara y Adei, de 20, 14 y 4
años de edad. Ese viernes de 2008, el etarra Beñat Aginagalde se situó frente
al parabrisas delantero de su coche, en el que se disponía a salir hacia su
trabajo en el peaje de la autopista A1, a su paso por Bergara, y le descerrajó
cinco tiros. Era el último día de campaña para las elecciones generales. Al día
siguiente, en un discurso desgarrador, Sandra Carrasco clamó en la plaza de
Arrasate que su padre, «un hombre valiente», había muerto «por defender la
libertad, la democracia y las ideas socialistas». El próximo día 3 de marzo, el
PSE le recordará con un acto en el pueblo.
Una década después, la familia del exconcejal del PSE-EE de
Arrasate siente que estos años han pasado muy rápidos, pero que, a la vez,
cuando se acerca la fecha del aniversario «el tiempo se detiene». Han vivido en
su piel muchos momentos dolorosos. Sin poder contener la emoción en gran parte
de la entrevista que comparten con este periódico en la sede del PSE de
Arrasate, la viuda de Isaías Carrasco y sus dos hijas mayores, repasan su
relato, por primera vez juntas, comparten confidencias inéditas y rememoran los
episodios más amargos vividos desde aquel 7 de marzo. A lo largo de la charla,
las hermanas se cuentan cómo vivieron aquel día. Nunca lo habían hecho hasta
entonces. Sandra reconoce, entre lágrimas, que «nunca ha tenido el valor
suficiente» para preguntar a Ainara cómo se enteró del asesinato de su aita.
-¿Diez años es un aniversario especial o todos son
igual de amargos? ¿Cómo se sienten?
-Marian Romero: Siento que el tiempo ha pasado a veces muy
rápido. Otras veces miro hacia atrás y veo que he perdido… (se emociona y no
puede seguir)
-Ainara Carrasco: A mi madre la pasa más o menos como a mí,
que ha pasado mucho tiempo, pero que parece como que fuese ayer.
-Marian: Es como que el tiempo se ha detenido. Recuerdo mi
vida de antes del atentado y no puedo evitar darle vueltas. Adei tenía cuatro
años... ¡Isaías nos hace tanta falta a todos!
-Sandra Carrasco: Otros años era un día más en el
calendario, pero ahora pienso: ¡Diez años que no le veo! Repaso todo lo que no
he vivido con él, todo lo que no ha podido ver o no le hemos podido contar:
¡Mira aita! He hecho esto o lo otro. Ayer mismo estaba trabajando en la cabina
del peaje y pensaba: Si yo le venía a traer el bocadillo… Si es que lo estoy
viendo...
-¿Qué ha sido lo más duro?
-Marian: Muchas cosas. Una de las más duras fue irnos de
nuestra casa. Tuvimos que irnos a otro barrio.
-¿Por qué decidieron marcharse?
-Marian: No se podía vivir allí. Yo me asomaba a la ventana
y veía la sangre en la calle. Le decía a Sandra: Hay sangre en la puerta. Mi
hija me decía: «Ama que no hay nada...». Pensaba que estaba en la calle el
chivato...
-Sandra: A mí el barrio me creó mucha desconfianza y miedo.
Cuando me tocaba trabajar a las seis de la mañana, era una odisea salir de
casa. Me tenía que asomar a la ventana, bajar por las escaleras con la luz
apagada, asomarme a la ventanita del descansillo, luego a la siguiente
ventanita, contar hasta tres en el portal y salir corriendo al coche porque me
daba pánico que me hicieran algo. Pensaba: Si a mi padre le han vigilado, con
nosotros habrán hecho lo mismo.
-Marian: Me acuerdo que iba con Adei por la calle y me
decía: «Quieta». Se paraba, hacía como que disparaba y decía: «Ya he matado a
los malos. Ya puedes pasar...». Era horrible. Otro episodio muy duro fue el día
que fuimos a la psicóloga con Adei y nos pintó un dibujo...
-¿Qué se veía en ese dibujo?
-Marian: Pintó la escena.
-Ainara: Mientras la psicóloga le preguntaba por el cole,
Adei pintó la acera, coches y dos personas en el suelo. Una de ellas pintada de
rojo.
-Marian: Me acuerdo perfectamente. Cogió el lápiz azul,
empezó a pintar gente, dibujó a una persona tumbada en el suelo y luego me
pintó a mí. Después cogió la pintura roja y con ella coloreó mis ojos y mis
manos. Allí nos echamos todas a llorar.
-Sandra: Siempre habíamos tenido la duda
de si Adei había visto algo.
-¿Cómo pudo verlo?
-Marian: Poco a poco me ha ido diciendo alguna cosa. Lo
cierto es que Adei se subió a una silla y lo vio desde la ventana de mi vecina.
-¿En quién se han apoyado para salir adelante?
-Sandra: En la propia familia. Yo me quedé sin amigas, más
sola que la una. Me he tenido que buscar la vida como he podido. Cuando tuve mi
depresión, la psicóloga me decía que lo que más daño me estaba haciendo era lo
social, porque cuando más necesitaba el apoyo de unas amistades para ir al cine
o cualquier cosa... Nada, nada, no tenía a nadie.
-¿Ningún amigo siguió a su lado?
-Sandra: Ni una persona.
-¿Eran del entorno abertzale?
-Sandra: No. No sé por qué ocurre, pero cuando hablo con
otras víctimas dicen que les ha pasado lo mismo.
-Marian: Dicen que cambiamos. Pero yo no creo que haya
cambiado. Yo tengo la suerte de que mis dos amigas, Mirelli y Ana, que para mí
son como mis hermanas, las sigo manteniendo. Otras me han dejado de lado, se ve
que no eran amigas, sino conocidas.
-¿El recuerdo de aquel día sigue clavado en su
memoria?
-Marian: Recuerdo todo lo que hice. Salí de trabajar.
Llegué a casa a la una menos diez. Iba corriendo y se me olvidaron en la
carnicería las salchichas con las que iba a acompañar un arroz blanco. Le dije
a Isaías: ¿Vas a comer?. Me dijo que no, que andaba tarde y que le hiciera un
bocadillo de chorizo de Pamplona. Tenía que salir. Me dijo: «Ahora vengo». Y se
marchó.
-¿Bajó a la calle?
-Marian: Si es que nunca hacía eso. Siempre se iba y no
regresaba. Subió de nuevo y le dije: Isaías te quieres ir de una vez, que tengo
que dormir. Se fue y segundos después nos sorprendió un ruido como de petardos.
-Sandra: Pero tú ya te fuiste. Y Adei salió detrás.
-Marian: No sé por qué, de repente, salí. Por la escalera
escuché otros dos golpes secos. Abrí la puerta del portal y vi a Isaías caer.
Fui hacia él. Estaba desangrándose. Tenía un tiro en la garganta. Empecé a
tapar, sangraba un montón, me miraba. Le decía: Isaías, tranquilo. Me arrodillé
y de ahí ya no me moví, veía su cara de sufrimiento, me quería decir algo, pero
no podía, creo que la sangre no le dejaba hablar. ¡Y sus ojos...! Me miraba, me
miraba, me miraba... Llegó Sandra y me quiso tranquilizar. Le agarraba a su
padre. Volvía. Sandra gritaba: «Asesinos». Yo no sabía qué hacer. En un momento
no sé por qué miré a la casa y creí ver a Adei en la ventana. También vi a Paco
(García Raya), a Rafi (Romero), a mi hermano chillando... Vino la ambulancia.
No me dejaron ir con Isaías y me llevaron a casa de mi hermano. Allí miré en un
espejo y me vi la cara llena de sangre...
-¿Pudieron verle en el hospital?
-Marian: Cuando volví a ver a Isaías, en el hospital, ya
estaba muerto. Fue muy duro despedirme de él y peor el rato que pasamos allí en
la calle. Muchas veces pienso, cuando dicen que las familias de los presos
«sufren mucho, que les torturan...».
-Ainara: No saben lo que es perder un ser querido.
-Marian: No saben lo que yo sufrí en esos momentos junto a
Isaías. La tortura que tuve y el sufrimiento que tuvo Isaías. Eso no se lo
deseo a nadie. No sé el tiempo que estuvimos en el suelo ni el sufrimiento que
él tuvo... Solamente pienso: Cómo se sentiría cuando salió del coche, cuando vio
que le estaban disparando, que no se podía defender y que no nos iba a poder
volver a ver. Seguro que salió a pedir ayuda, seguro que venía a buscarnos
porque sabía que estábamos en casa...
-Sandra: Me acuerdo que cuando salió del
coche, me miró, es que me miró, es que nos miramos, es que yo pensaba que no
salía porque como era gordito, no podía salir. Al verle dar los pasos y que se
caía, pensé en llamar al 112... Bajé y estuve con mi madre. Creo que la parte
más dura nos la llevamos mi madre y yo porque no podíamos hacer nada. Me
acuerdo que una chica me decía: «Tapa, tapa los agujeros». Pero es que no
podía, no veía, había tanta sangre que no se veían las heridas de las balas.
(relata con lágrimas)
-Marian: Sandra chillaba, Isaías tenía las manos, la cabeza,
todo de sangre y ese tiro en la garganta...
-Sandra: A mí eso me marcó mucho… En el hospital cuando nos
dijeron que había fallecido, fuimos a verle de uno en uno. Estaba tapado hasta
arriba, me querían impedir que le destapara y le dije a aquella mujer que ni se
le ocurriera tocarme. Tenía que verle las heridas. Fíjate que tenía cinco
tiros, pero a mí el que más me marcó fue el de la garganta. Había días que
soñaba y le veía que me hablaba con el tiro en la garganta… (Madre e hijas
rompen a llorar y se abrazan)
-¿Se puede perdonar algo así?
-Marian: Yo siempre he dicho que nunca voy a perdonar.
Cuando piden respeto... Yo claro que respeto, pero cuando me dicen que sufren
las familias de los presos, pienso que ellos pueden ir a verles a sus cárceles.
Yo no. Cuando les veo manifestándose en el pueblo y piden derechos, pienso:
¿Qué derechos tuvo Isaías? Ningún derecho, ninguna oportunidad, no tuvo nada.
Cuando me vienen esas cosas a la cabeza, tengo que controlar mi rabia. Yo lo he
pasado mal, muy mal y Ainara lo ha vivido conmigo.
-Ainara: Cuando le asesinaron yo estaba en el instituto.
-¿Cómo se enteró?
-Ainara: Entró la directora y le dijo a mi profesor: «Dile
a Ainara que coja todas sus cosas y que se venga que es algo muy grave».
Faltaban cinco minutos para acabar las clases. Yo pensaba que le había pasado
algo a mi abuela. Vi a mi tío Casi, súper nervioso, llorando y que le miraba
muchísima gente y no se anduvo con rodeos. «Ainara, a tu padre le han dado tres
tiros», me dijo. Pensé que no me podía estar pasando a mí. Llegamos al
hospital, al entrar miraba a la gente, miraba a todos lados y no me lo creía.
Vi a mi hermana todavía con la cara, el cuello, la ropa... llenas de sangre…
Pensé que le había pasado algo a ella también. Le decía que se lavara la cara,
que a ver si le iban a sacar fotos así. A ella le dabe igual. «Hasta que no nos
digan cómo está, no me voy a limpiar», respondía.
-Sandra: Yo me estoy enterando ahora de cómo lo supo ella.
No he querido saberlo nunca.
-¿Nunca habían hablado de cómo lo vivieron?
-Sandra: No. En casa no hablamos de esto. Nunca he querido
saber, porque si para mí fue duro, el que mi hermana estuviera ahí, saber cómo
le dieron la noticia... Nunca tuve fuerzas.
-Ainara: Recuerdo cuando entró el médico y dijo: «Lo hemos
intentado pero no hemos podido salvarle la vida». Creo que mi madre todavía
tenía las manos con sangre de mi padre. Se puso a dar golpes y sus huellas se
quedaron marcadas en la pared.
-¿Pese a lo vivido, se puede decir que han logrado
normalizar su vida?
-Sandra: Con el tiempo, sí. Yo puedo decir que he
normalizado mi vida. Me llevo mis enfados también, pero no es como antes. Me
costó lo mío, pero, hoy por hoy, hago mi vida aquí en Mondragón.
-Marian: Al principio es duro. Afrontar que de la noche a
la mañana, personas que siempre te saludaban, dejen de hacerlo, es muy
doloroso, tienes que digerirlo. Que te vuelvan la cara se hace muy duro. Que
entres en un sitio y sepas que han hablado de ti... Te hacen sentirte mal, pero
con el tiempo todo vuelve a su sitio y ahora la verdad es que me siento bien.
Quitando el tema de las pancartas que siguen ahí y esas cosas...
-Sandra: A mí que hablaran mal de mí o me dejaran de
saludar, era lo de menos. Lo que mas daño me hacía era el entorno, las
pancartas, las manifestaciones... Ahora ya no, aunque tengo mis momentos.
Cuando veo alguna foto o bienvenida a un preso, me entran los siete males, pero
por lo demás, paso, sigo con mi vida.
-Se dijo aquellos días que ETA había asesinado a
Isaías porque era amigo de Jesús Eguiguren y era su venganza por la ruptura de
la tregua de 2007. ¿Qué opinan?
-Marian: ETA lo eligió como podía haber elegido a cualquier
otro. A veces se me ha pasado eso por la cabeza, pero creo que fue porque era
un objetivo fácil.
-¿Les comentó si tenía miedo?
-Marian: El nunca dijo nada. No decía nada por no
preocuparnos. De hecho, cuando salió elegido concejal le costó mucho contármelo
porque sabía que yo no quería. Cuando me dijo que volvía a ir en las listas
tuvimos una bronca, un disgusto...
-¿Y del partido qué comentaba?
-Marian: Del partido no hablaba casi. Comentaba cosas de
compañeros, de Rafi, porque le tenía muchísimo cariño, era como su hermana
pequeña. A Jesús también le tenía gran aprecio.
Opinión:
A veces el azar consigue cosas que ni preparándolas de
antemano podrían ocurrir… mientras se publica esta entrevista en el Diario
Vasco., el día antes hemos podido presentar en Barcelona el excelente trabajo
de Patxi Lurra titulado “De la ira amarga a la paz”, en la que la propia Sandra
Carrasco presenta sus opiniones sobre el paso del tiempo tras el atentado en el
que fue asesinado su padre, Isaías Carrasco.
Los asistentes a la presentación del pasado sábado pudieron
escuchar, junto a la narración de Rosa Llucha (hija de Ernest Lluch) y de un
servidor, las vivencias de Sandra Carrasco y de Olatz Etxabe.
Espero tener pronto el link del coloquio posterior para
publicarlo. Y advertir que no publicaré el link del documental y de la lectura
dramatizada porque, ante el interés levantado tras el acto del sábado, estamos
trabajando ya en una nueva presentación para después del verano, junto a otras
obras y documentales que llaman a la reflexión y a la veracidad del relato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario