07
abril 2024
Injuria,
que algo queda
Javier
Mondéjar
La
ética cotiza muy a la baja. Contra el enemigo vale todo, desde la injuria a la
media verdad pasando por la mentira más absoluta. La credibilidad no es
problema: por absurdo que parezca alguien se lo creerá, otro alguien
amplificará la voz y finalmente ya nadie distinguiría la verdad, aunque le
pegara con un mazo. El seudo periodismo de Pedro José y el resto de compañeros
mártires del Sindicato del Crimen en los 90 contra Felipe González, es una de
las etapas más vergonzosas del pasado reciente, seguido muy de cerca por las
teorías de la conspiración por el atentado del 11M. Ahí tocamos fondo, pero no
piensen que no se puede cavar más profundo, porque siempre cabe esa
posibilidad.
En
el mercado persa de la comunicación hay personajes repugnantes y luego está el
jefe de gabinete de Ayuso, antes ideólogo y estratega de Aznar. El mendaz
Rodríguez es uno de los tipos más peligrosos que chapotean en el lodo inmundo
de los fondos de reptiles, que amenaza y soborna con sonrisa bobalicona y gesto
de matón de barrio. Es el típico individuo que cuando es pequeño aterroriza a
los compañeros de pupitre y, de mayor, con fondos ilimitados a su disposición,
se convierte en señor de horca y cuchillo. Sus jefes, encantados, naturalmente.
Les hace el trabajo sucio y, de paso, desvía el tiro y ejerce de diana. Esta
semana se ha hablado más de su escudero que de su novio y presunto defraudador
fiscal; Ayuso no puede estar más feliz.
Quien
piense que los abusones no son tóxicos se equivoca de cabo a rabo. Justamente
dan miedo porque ni miden ni controlan, no hay más que ver el «os voy a
triturar», sólo se les detiene con un juego sucio aún más inmoral, pero
entonces la escalada conduce al abismo. En la Revolución Francesa hubo muchos
tipos así, surgidos de la nada y ungidos de un poder omnímodo, que se
encontraron con la guillotina o el puñal de una asesina al final de la
escapada. Robespierre, Saint Just, Marat, pagaron el terror con terror, siendo
ejecutados por los suyos, los que les habían reído las gracias hasta que vieron
peligrar sus cabezas.
El
tal MAR me recuerda mucho a algún personajillo perdonavidas de tres al cuarto,
de apellido acuático, que pulula por una organización empresarial alicantina.
Con menos talento, eso sí, pero con las mismas trazas caciquiles y siniestras.
Cierto es que hay matones de pueblo y de ciudad y aunque en el fondo se
parezcan, en las formas, no. A los casposos se les ve más el cartón.
Desafortunadamente hay modelos que se repiten para lo malo y pocos para lo
bueno. Injuria, que algo queda, o, como dice otro refrán: cuando el río suena…
El
todo vale es moneda común en unos tiempos donde un matao con miles de
seguidores en redes sociales, influye lo mismo que el New York Times, y un
mensaje fake se convierte en una realidad innegable cuando lo repiten hasta la
nausea sesudos tertulianos. El procedimiento antiguo para inventar noticias era
mucho más artesanal y necesitaba la «confirmacion» de un medio serio, que lo
publicaba en sus páginas para que sus lectores lo leyeran como la Biblia,
aunque el acontecido fuera más falso que Judas. Tenía la verosimilitud del
papel y la tinta de imprenta.
Ahora
no es necesario. Los periódicos amarillos y algunos medios sensacionalistas de
internet copian a las redes sin ningún reparo. No es extraño que la trapacería
de MAR, inventando que periodistas encapuchados habían intentado entrar en el
ático del novio de Ayuso y que redactores de EL PAÍS violaban la privacidad de
tiernos infantes a la búsqueda del escándalo, fuese dogma de fe en tertulias y
mentideros.
No
se necesita mucho más para prender la llama de la jindama y dar motivos a tus
fans para que odien a los otros. Los argumentos no importan, hay que remover
los más bajos instintos. Goebbels es un maestro de influencers, aunque sean tan
ignorantes que no lo sepan ni les suene de nada el siniestro doctor, y la voz
en off en que se basan estos estrategas de la mentira disfrazados de
comunicadores.
A
dónde hubiera llegado Hitler con las redes sociales, madre de dios. Da miedo
hasta pensarlo, pero en cualquier momento puede surgir un cabestro semejante
con un Rodríguez cualquiera enjaezado a su vera, siempre a la verita suya,
hasta que de amor nos maten.
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