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abril 2024 (08.04.24)
“El
‘espíritu de Ermua’ buscaba un propósito: equiparar terrorismo con
nacionalismo”
José
Antonio Ardanza, Lehendakari ohia
Con
motivo del 25 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco, el lehendakari
ohia José Antonio Ardanza abrió a este periódico la puerta de su despacho en
Bilbao para rememorar aquel atentado de ETA, el contexto precedente y sus
consecuencias, poniendo énfasis en recordar a todas las víctimas de la banda.
El histórico líder jeltzale repasó el clima de esos ‘años de plomo’ en que le
tocó lidiar una Euskadi en transformación. Reproducimos íntegramente aquella
última entrevista que concedió.
Por
entonces el teléfono de Lehendakaritza estaba trágicamente acostumbrado a
recibir malas noticias de este cariz. A cualquier hora de cualquier día. Fueron
innumerables los actos, funerales y familias a las que tuvo que trasladar un
pellizco de consuelo. Demasiadas veces entre insultos hacia su figura, su
partido y al pueblo vasco. José Antonio Ardanza (Elorrio, 10-VI-1941) evoca los
tensos días del secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, y lo hace sin
querer restar trascendencia ni a esta ni a tantas otras masacres obra de ETA.
Lehendakari en activo entre 1985 y 1999, siempre señaló sin disimulo a la
izquierda abertzale y ahora les recuerda que su proceso no acabó, que se debe
reconocer el daño causado.
¿Fue
emocionalmente uno de los peores momentos en sus catorce años en
Lehendakaritza?
—Fue
muy duro al ser una especie de muerte anunciada. Impactante y singular porque
con 48 horas de antelación llega el ultimátum: o acercamiento de presos, o le
matan. Nos dio tiempo a todos para comprobar si en ese margen podíamos provocar
la quiebra de esa amenaza de ETA. Desgraciadamente, no se logró.
Convulsionó
a la sociedad vasca en tanto que se trataba de un ensañamiento a cámara lenta.
—Existieron
muchas circunstancias donde, aunque de otro modo, también hubo ese
ensañamiento. En Hipercor, con un coche bomba a primera hora de la mañana donde
mataron a niños, abuelas... Por eso, cuando se me pregunta por Miguel Ángel
Blanco es innegable la reacción social pero, sin quitar un ápice de drama, el
gran hito desde el punto de vista de la ruptura con el mensaje que ETA quería
vender se produce diez años antes (19 de junio de 1987, en Barcelona). Fue
mayor con Hipercor que con Blanco.
A
quien hoy se le hace un homenaje de Estado en Ermua.
—Se
quiere vender como si fuese el gran acto por el final de ETA. Pero la historia
de las manifestaciones y de los compromisos de la ciudadanía no empezó con
Blanco... Ni acabó. Tuvimos que manifestarnos durante catorce años más. Y esto
lo digo en honor a todas las demás víctimas que guardo en mi pensamiento. Las
de Zaragoza, Vic... ¡Me tocaron tantas!
Un
sobresalto continuo.
—Un
cúmulo de barbaridades. Insisto en lo de Hipercor porque fue meses antes del
Pacto de Ajuria Enea (Acuerdo para la Normalización y Pacificación de Euskadi,
12 de enero de 1988). Hasta entonces ETA mataba dos veces porque asesinaba y
luego mandaba el comunicado con su justificación. Había gente que les
consideraba héroes salvadores desde la época franquista, con esa comprensión
que acuñó aquello de “por algo será”. Pero yo tuve muy clara siempre mi
posición porque yo a ETA la vi nacer cuando estaba en busca y captura y como
miembro de la mesa nacional de Euzko Gaztedi entre 1962 y 1966. Tras la V
Asamblea yo descubro dos posiciones: la nacionalista de la ETA originaria y los
que defendían el ejemplo de los Frentes de Liberación Nacional, para quienes las
guerras de independencia solo tienen éxito con un planteamiento revolucionario
marxista. Vi que estos iban de otra cosa, por lo que advertí a la gente de mi
partido que esa facción se quería vestir de ropaje nacionalista para embaucar a
parte de la sociedad. Desde mi concepción democrática y humanista, uno puede
estar dispuesto a morir, pero no a matar.
Siempre
mostró su beligerancia respecto a ETA y su entorno.
—Es
que no cabían segundas explicaciones. Apelé a que la gente se quitara las
vendas. Y con Hipercor se producen las primeras deserciones en ese mundo. Luego
llegó el atentado contra la casa cuartel de Zaragoza (11 de diciembre de 1987,
con 11 muertos, de ellos cinco fueron niñas, y 88 heridos). Ya había empezado a
sondear cómo articular un gran acuerdo entre todos los partidos porque Felipe
González me dijo: Lehendakari, o hacéis algo, y tienes que ser tú, o aquí ya se
oyen ruidos de sables (un golpe militar como el de 1981). Para ETA el pueblo
eran quienes le seguían, daba igual que fueran cinco de cien. Lo mismo que
pensará ahora Putin del pueblo ruso.
Usted
apunta que la manifestación más masiva contra ETA fue la del 18 de marzo de
1989 en Bilbao.
—Al
grito de Pakea orain eta beti convocada por el Pacto de Ajuria Enea. A
principios de 1989 habían comenzado las conversaciones de Argel y en marzo el
tema se complicó y le quisimos dar un impulso. Por eso, insisto que no quiero
minusvalorar en nada la movilización que supuso el caso de Miguel Ángel Blanco,
pero fue más la culminación de una de las etapas de reacción ante ETA. Porque
una reacción no se da de la noche a la mañana, caída del cielo, como si solo
entonces la gente hubiera despertado.
¿Todo
el episodio de Blanco repercutió en la izquierda abertzale?
—En
ese momento no hubo una ruptura dentro del mundo de ETA y de su entorno. Lo que
provocó eso fue el atentado de la T4 de Barajas (30 de diciembre de 2006).
Justo el Congreso de los Diputados acababa de tomar como base el punto 9 del
Acuerdo de Ajuria Enea sobre el final dialogado de la violencia y con Zapatero
autorizando conversaciones y diciendo la víspera que íbamos a conocer tiempos
mejores al año siguiente. Ahí sí se produce un desmoronamiento de la parte
civil de la izquierda abertzale que creía avanzar en otra dirección.
Volvamos
al 10 de julio de 1997, la tarde en que secuestran a Blanco, y al dispositivo
que se organizó no sé si con mucha esperanza de éxito.
—Juan
Mari Atutxa y Mayor Oreja pusieron en marcha un operativo para coordinar a la
Ertzaintza, Policía Nacional y Guardia Civil, distribuyéndose el trabajo por
montes, pueblos y capitales. Tengo entendido que existió lealtad. Otra cosa es
que cuando yo leí el comunicado de ETA vi una luz. Le dije a nuestro consejero
de Interior que le señalara a Mayor que el Gobierno de España tenía un punto al
que aferrarse y ganar tiempo: que hicieran una declaración que en 48 horas es
imposible técnica y operativamente trasladar a presos que están además
dispersos por el Estado. Pero ellos se limitaron a replicar que el Gobierno de
la Nación no negocia con terroristas. Ya me gustaría saber a mí qué habría
ocurrido si el secuestrado no hubiera sido el hijo de un albañil venido de
Galicia, sino de Mayor o del propio Aznar. A partir de ahí no sugerí más cosas.
Dudábamos de que cualquier intento fuera exitoso porque lo que hizo ETA fue
reaccionar a la liberación de Ortega Lara solo días antes (1 de julio de 1997),
y que se vendió como un triunfo de los cuerpos y fuerzas de Seguridad del
Estado. ETA quería demostrar que podía llevar a cabo lo de Blanco, y mucho más.
Floren
Aoiz, miembro de la mesa nacional de HB, dijo entonces aquello de que “después
de la borrachera puede llegar la resaca”.
—Hay
que recordar además que horas antes de liberar a Ortega Lara, ETA suelta a
Cosme Delclaux, con la sospecha de todos de que había pasado por caja. Aoiz, de
alguna manera, avisaba de las consecuencias, ellos también necesitaban tener
prietas las filas.
Asesinado
Blanco, se llamó al aislacionismo social y político de la izquierda abertzale.
—Yo
hago ese llamamiento de manera explícita porque les quiero meter en el saco de
la complicidad. ETA no actuaría así si detrás carece de respaldo. Es verdad que
la propia izquierda abertzale se autodeslegitimaba con su quehacer, pero
también Franco murió en la cama y era un criminal que provocó cárcel, tortura y
fusilamientos. Si la sociedad española se hubiera sublevado contra él, Franco
no habría aguantado. Cuando se echa en cara que la sociedad vasca no tenía
sensibilidad con las actuaciones de ETA, suelo evocar que cuando yo era
militante clandestino tampoco percibí esa sensabilidad de la sociedad vasca y
de la española. Porque ante algo que te atemoriza, las sociedades se vuelven
miedosas.
Se
convirtió en un tópico afirmar que la sociedad vasca prefirió dedicarse a mirar
para otro lado.
—Algo
en lo que no estoy en absoluto de acuerdo. Y me da pena que nuestros políticos
den por bueno ese mantra. Me duele porque yo tuve una sensibilidad grandísima:
iba a la casa de los secuestrados, de las familias que sufrían los atentados,
estuve en casi todos los funerales y a veces cubriendo ausencias de Madrid. La
sociedad vasca estuvo a la altura de las circunstancias y no así quienes dicen
que la defendían. Me suelo sentir injustamente agredido porque nunca miré para
otro lado. Y Juan Mari Atutxa, tampoco, y a él le pusieron bombas. Además, es
muy curioso que 50 años después de acabar la dictadura toda la derecha está en
contra de la Ley de Memoria Democrática y dice que hay que olvidar. Son la
mejor escuela para que dentro de 15 años el mundo de la izquierda abertzale
diga que el tema de ETA es agua pasada.
Con
tanta pulsión en la calle, ¿temió por una fractura social?
—Observé
mucho calentón. La gente estaba ya harta y cansada, y se atrevió a ir enfrente
de las herrikos.
Y
quedó inmortalizada la imagen de Ardanza subido a aquel banco de piedra
llamando a la calma.
—Salí
de Ajuria Enea a agradecer a la gente el apoyo a la clase política pero también
hice una llamada a la serenidad para evitar venganzas descontroladas. Yo ya
conocía lo que eran las guerras sucias, que nunca sabes cómo pueden acabar.
Después, acudí el lunes a la manifestación de Madrid y cuando escuché el
discurso de Victoria Prego con el A por ellos, me llevé las manos a la cabeza.
Todo aquello me hizo recordar una conversación con Andrés Cassinello, director
general de la Guardia Civil cuando me dijo que él estaba al mando de un
ejército de hombres armados que conocían a los concejales de HB de todos los
pueblos, y que en una noche podían limpiarse a un montón ya que ETA les estaba
matando a sus familias. Yo le respondí que le entendía perfectamente pero que
eso era lo que deseaba ETA para tener más apoyos y argumentos. Que si no podía
controlar a la Guardia Civil, tendríamos más ETA. Y lo entendió. La venganza no
trae la justicia, sino más venganza.
Curiosamente,
ese mismo Gobierno de Aznar procedió luego a reorientar la política
penitenciaria y a referirse a ETA como Movimiento de Liberación Nacional
(MLNV).
—Con
el Pacto de Lizarra de septiembre de 1998 y la tregua indefinida se le trasladó
a Aznar, a través de la ministra Loyola de Palacio, que algo podía irse
moviendo, aunque ni nosotros teníamos mucha confianza, y que no pusieran palos
en las ruedas. Como tantas otras veces, eso se quebró.
La
unidad del Pacto de Ajuria Enea ya se había resquebrajado antes de lo ocurrido
con Blanco.
—La
rompe el PP en un congreso de 1993 con una declaración formal en la que señala
que el final del terrorismo nunca será dialogado y que habrá un cumplimiento
íntegro de las penas. Eso iba frontalmente contra el punto 9 del Acuerdo de
Ajuria Enea. Yo me vi con Aznar en una cumbre del Partido Popular Europeo y se
lo advertí. Y me respondió: Cada uno sabe a la clientela que tiene que
satisfacer y la mía me pide eso. Cuando entró Mayor Oreja apartó a Julen Guimón
y Marco Tabar, que ellos sí respetaban el contenido y espíritu de lo acordado.
La Mesa se tambaleaba porque todos ponían ya pegas. Para el PP siempre fue un
estorbo. Y ya con el espíritu de Ermua había que tumbarla, y también el
prestigio de Ardanza.
El
llamado ‘espíritu de Ermua’...
—Detrás
no hay más que la provocación y propósito de equiparar el terrorismo con
nacionalismo, metiéndolo todo en el mismo saco. Habrá nacionalismos buenos y
malos, como todo lo que se lleva al extremo y se fanatiza. Pero hasta surgieron
foros para acallar a otros que llevaban tiempo trabajando por traer la paz. La
verdad es que lo que querían era tumbar al PNV, la bestia negra que
representaba al nacionalismo democrático y humanista. El espíritu de Ermua fue
un desastre. Y es que el PNV siempre molesta a los unos y a los otros.
...
Y en 2011, el fin de la violencia.
—Pero
el proceso no ha terminado. Es hora de reconocer el daño causado, que matar o
alentar con el ETA mátalos fue un disparate.
Opinión:
Leyendo la entrevista que se presenta con el Lehendakari
Ardanza, recuerdo una conversación que mantuve con él a principios del año
2000. Por mi parte, había publicado un artículo en la revista de la ANTIGUA AVT
muy crítico con alguno de sus planteamientos años atrás y, por casualidades de
la vida, pudimos hablar de algunas cuestiones y él me recordó aquel artículo.
Hablamos durante un largo rato y llegamos a un punto de
encuentro en el que reconocimos que, en algunas opiniones, podíamos haber aportado
más tranquilidad y sosiego. Le expliqué que, cuando ocurrió el atentado en
Hipercor, menos de 500 personas se manifestaron en el País Vasco y me reconoció
que tenía razón. Sobre todo, al hablar de los miles que sí se manifestaron tras
el atentado contra Miguel Ángel Blanco.
Ayer me enteré del fallecimiento del señor Ardanza y lo
sentí como la marcha de alguien con quien no me hubiera importado mantener más conversaciones,
aunque ya había tenido respuestas satisfactorias en su mayoría. Me duele que
nos haya dejado y quiero mostrar mi humilde reconocimiento a su labor, entendiendo
que compartimos, cada uno en nuestro nivel, años muy duros.
Vuela un sentido pésame desde Barcelona.
Y, obviamente, era una persona mucho más razonable y
confiable que Arzallus.
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