11 febrero 2015
Contra el odio, pero no en caliente
El enemigo no es el Islam, sino el
fanatismo que mata y muere matando
Juan F. López Aguilar es eurodiputado socialista.
Miembro de la Comisión
de Libertades, Justicia e Interior del Parlamento Europeo, de la que fue
presidente (2009-2014).
Que Europa no se confunda: el enemigo no es el
islam, sino el fanatismo que mata y muere matando. El autor de la peor masacre
en Europa en los últimos cinco años no era ningún musulmán: el noruego Anders
Breivik, un ultraderechista contaminado por su odio, no sólo contra el islam
sino contra el pluralismo cultural e identitario. Desde ese delirio asesinó a
casi 200 jóvenes socialistas en los que veía un semillero de apertura ante la
diversidad. La UE
debe responder, sí. Pero sin ceder un palmo a su razón de ser, ni desdecir la
idea que enloquece a los fanáticos: Europa como un crisol respetuoso con sus
valores fundacionales, la libertad inclusiva, el respeto al diferente.
Los atentados de París han reavivado el debate sobre
la contraposición entre nuestra libertad y nuestra seguridad, como si no fueran
dos derechos consagrados en el mismo artículo de la Constitución española
(artículo 17, además de en su Preámbulo) y de la Carta de Derechos
Fundamentales de la UE
(artículo 6). La vieja diatriba europea sobre la tolerancia, que desde
Voltaire plantea sus límites frente a sus abusos por los intolerantes, conduce
al dilema de defender hoy la libertad, combatiendo a sus enemigos, o exponerse
a los fantasmas de la tiranía mañana. Tal como nos enseña un pasado de sangre y
guerra en Europa.
De nuevo al calor del debate se agitan opciones
gruesas. Reformas penales que apuntan a “endurecer” las respuestas frente a las
amenazas. “Legislar en caliente” sería la expresión metafórica de la tentación
de adoptar “nuevas medidas”, aunque algunas aparezcan disconexas con su
justificación. En la UE
es improbable la “legislación caliente”: la hacen imposible tanto la
sofisticación del procedimiento como la complejidad de la composición de
intereses en tan enorme escala. También la vinculación de la UE a su Carta, que consagra los
principios de necesidad y proporcionalidad en toda norma que limite derechos
fundamentales (artículo 52).
Sí se “legisla en caliente” —y cómo— en los Estados
miembros. Un somero repaso a las iniciativas en buen número de ellos arriesga
la recurrencia del “derecho penal de telediario”, populismo punitivo que apenas
resiste el contraste con la ley en vigor. El Gobierno del PP vuelve a la carga
con el “restablecimiento de controles interiores”, ignorando aquellas cláusulas
del actual Código Schengen y su sistema integrado de información que ya permite
excepciones ante situaciones tasadas.
Los argumentos orientados a la aseguración de fronteras
exteriores y registro de pasajeros, así como a tipificar el reclutamiento y
propaganda yihadista de su odio en Internet, sí deben ser considerados, tal
como postula el nuevo acuerdo antiterrorista que se ha abierto paso en España.
Pero sin eludir las garantías europeas. Y sin omitir tampoco que los
terroristas que perpetraron las matanzas que más han dolido en la UE en los últimos 10 años
residían legalmente en los Estados miembros en que cometieron sus crímenes. Los
que asaltaron Charlie Hebdo eran ciudadanos franceses, nacidos
tales en Francia, en desafío a la eficacia del sistema educativo laico y
republicano.
Pulsando sólo la tecla de la seguridad —acceso a
datos personales y prolongación de penas— no derrotaremos un monstruo que
continuará estando ahí. Debemos librar también, a escala paneuropea, la
traspapelada batalla de los valores: integración social, lucha contra la
exclusión y la marginación y la desigualdad extrema que aboca a la desesperanza
o a la desesperación a cada vez más gente abandonada a su suerte, en una
radicalización de resentimientos cruzados que erosiona la genuina identidad
europea.
Ninguna de estas reacciones cuelga en la abstracción
o el vacío. Se producen en un escenario de fragmentación e injusticia. Y de
inquietantes recortes, no sólo de derechos sociales, sino de los de libertad y
de la propia calidad de la democracia en la UE. No sólo, como algunos piensan, en los Estados
miembros de más reciente adhesión. Es fácil estigmatizar a Rumania, Bulgaria y,
más crudamente, Hungría, en pavorosa involución tras varias reformas
constitucionales diseñadas para achicar el espacio de la alternancia política,
subordinar los medios públicos y privados e incluso la justicia al Diktat gubernamental de Fidesz, partido
ultranacionalista de la familia del PP europeo. Pero un escalofriante informe (Democracy
backsliding), del
prestigioso think tank británico Demos, documenta la
regresión democrática que anida en los asaltos a la libertad de expresión y en
la restricción de los márgenes de la contienda política en otros muchos Estados
miembros incluidos los más veteranos.
El “dilema de Copenhague” alude a la paradoja que
contrasta los rigores en los criterios de acceso al club europeo —imperio de la
ley, derechos, democracia pluralista— y la ausencia de garantías de calidad una
vez que ya se es parte de éste. Esa hungarización describe un larvado retroceso
de esa idea con la que Europa se explica ante los europeos: la que debe
pervivir en el combate a los nuevos enemigos de la sociedad abierta si no
quiere traicionarse. Derrotar a los fanáticos exige mantener la guardia, tanto
frente a su furia como ante sus provocaciones para que desfallezcamos en esa
voluntad de ser libres por la que tanto nos odian.
Opinión:
Sobre el tema de legislar en
caliente tengo suficiente experiencia como para opinar que siempre ha sido una
mala decisión. Como ejemplo, en 1994 cuando tras conocer la sentencia del
atentado de Vic (Barcelona) ciertos políticos empezaron a expresar su deseo de
cambiar la legislación. Curiosamente, tuvo que ser la antigua AVT la que
iniciara una campaña de recogida de firmas en 1994 en todo el país para
conseguir la modificación del Código Penal de 1995.
Por suerte, pasaron varios meses
que sirvieron para poder hacer las cosas con sentido común y bien pensadas.
Excepto un servidor, cabe
recordar que ninguna, absolutamente ninguna, de las víctimas que ahora creen
tener conocimientos de la historia legislativa sobre terrorismo estuvieron en
una sola de aquellas interminables reuniones...
Las prisas nunca son buenas
consejeras para este tipo de decisiones.
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