13 agosto 2018
El milagro de la mujer que
consiguió burlar a la muerte el 17-A en la Rambla
Fue una de las heridas críticas que dejó el
ataque terrorista perpetrado en la rambla barcelonesa
Adriana no estaba en la Rambla de Barcelona el fatídico 17 deagosto de 2017 a las 17:00 horas, momento en el que
el terrorista Younes Abouyaaqoub decidió hacer el mayor daño posible a los
mandos de una furgoneta alquilada circulando a toda velocidad por la zona
peatonal de la arteria barcelonesa. Pero ella es también una víctima de aquel
terrible suceso, que dejó un profundo dolor en lo más hondo del corazón de la
sociedad catalana. Su madre y su hermana sí se encontraban en el perverso trayecto
que dibujó Abouyaaqoub y que acabó a la altura del famoso mosaico de Miró que
tiñe la afamada rambla. Por suerte, ambas, hoy en día, pueden contarlo.
Adriana estaba en Sant Cugat cuando conoció la
noticia. Rápidamente, pensó en sus dos familiares, que habían decidido ir a
pasar el día a Barcelona. Las llamó, pero no contestaron. Les envió watsaps,
obteniendo la misma respuesta. “No te preocupes, Barcelona es muy grande”, le
dijo su padre que, en esos momentos, y por motivos personales, estaba en Suecia.
Momentos
de angustia
Pero todo se torció minutos más tarde, cuando
su progenitor le envió un vídeo de YouTube. “Tu madre sale en él”, le advirtió.
Adriana visionó la grabación y comprobó que la información era cierta. “Creo
que me puse histérica y rompí a llorar”, explica a La Vanguardia. Al
menos, en el vídeo se veía a su madre consciente. Sin embargo, su hermana no
aparecía por ningún lugar.
La primera sensación de desamparo (más adelante vendrían más) se la
llevó cuando se presentó en el cuartel de la Policía de Sant Cugat, donde reside, para buscar
asesoramiento. “Le dije al agente que me atendió, que estaba mirando las
noticias del atentado por la tele, que mi madre y mi hermana estaban allí”. “¿Y
qué quieres que haga?”, le espetó el policía. Por fortuna, otro agente (número
84) apareció en escena y se mostró mucho más receptivo, anotando todos sus
datos personales para mantenerla informada respecto a cualquier novedad.
Horas más tarde conseguiría poder hablar con su
madre. Una tía suya que vive en Barcelona se la puso al teléfono. En ese
momento, Nieves (nombre ficticio, ya que prefiere mantenerse en el anonimato)
iba camino de la UCI
del Hospital del Mar. Tenía una decena de costillas rotas, aunque sólo le
diagnosticaron ocho en un primer momento, y una herida importante en el labio.
Casi lo primero que hizo fue preguntar por su
otra hija, con la que había ido a pasar el día a Barcelona y a la que había
perdido de vista tras la irrupción de la furgoneta en la Rambla. Adriana le dijo que no sabía nada
de ella y que haría todo lo posible por encontrarla.
A la
búsqueda de su hermana
Pasaban unos minutos de la media noche cuando
un primo suyo la llamó. Había dado con Marina (nombre también ficticio). Estaba
en la UCI del
Hospital Sant Pau, en estado muy crítico. El parte era desolador: seis
vértebras rotas, la pelvis fracturada por tres partes, 15 costillas rotas, una
hemorragia en el hígado, el radio y el cúbito dislocados y una herida muy fea
en la parte posterior de la cabeza.
Marina, de 39 años, había corrido peor suerte
que su madre. Lafurgoneta la
había alcanzado de lleno. Nieves (66) había recibido un impacto menos directo,
aunque también muy violento.
Adriana consiguió llegar al Hospital del Mar de
Barcelona a la una de la madrugada. Un coche de la Policía de Sant Cugat la
llevó hasta allí. No había otra forma de llegar, la capital catalana estaba
blindada. Visitó a su madre. Ésta le explicó que no había “visto ni escuchado
nada” antes de ser arrollada por la furgoneta. Más tarde, a las 04:00 de la
madrugada, se plantó en la UCI
del Sant Pau. Su hermana estaba en el box número 1.
Abrió la puerta y la cerró de inmediato. Creyó
que la persona que estaba en la estancia no era su hermana. Pero sí lo era. Las secuelasdel atropello eran de tal magnitud que no la
reconoció. Su estado era muy crítico. Adriana todavía desconocía en ese momento
que era una especie de milagro que su hermana estuviera viva.
Triaje de
las víctimas
No sabía (se lo contarían meses más tarde) que
instantes después del atentado, en el primer triaje de los heridos llevado a cabo por los médicos del
Sistema d’Emergències Mèdiques (SEM) que se personaron en la Rambla, a Marina le habían dado muy
pocas posibilidades de sobrevivir por el estado casi irreversible que
presentaba.
“El triaje lo que pretende es priorizar e
intentar salvar el mayor número posible de víctimas y dar la oportunidad a
aquellas que de verdad la tienen, es así de duro”, relata a La Vanguardia Judit Sánchez, directora asistencial
del SEM y que ese fatídico 17 de agosto estaba en la arteria barcelonesa como
uno de los responsables del operativo de emergencia. “De entre los más
críticos, priorizas a los que tienen más opciones, está demostrado que es el
protocolo que salva el mayor número de víctimas”, agrega.
Nivel de
gravedad
El sistema de triaje internacional funciona por
colores. Abarca hasta cuatro (verde, amarillo, rojo y negro) y determinan el
nivel de gravedad de una víctima. “El negro no significa que el herido esté
muerto [aunque ese mismo color se usa para catalogar a los fallecidos], sino
que es una persona que tiene pocas posibilidades de sobrevivir”, explica
Ingeborg Porcar, directora técnica de la Unidad de Crisis de Barcelona (UTCCB) que
participó en la asistencia a las víctimas de los atentados.
Efectivamente, a Marina la catalogaron con el
color negro en el primer triaje. “Tenía inicialmente una respiración agónica,
respiraba muy superficialmente y con mucha dificultad. Y ante el número de
víctimas críticas que había, se decidió dar prioridad a otras que tenían más
opciones”, explica Judit Sánchez.
La directora asistencial del SEM pone el acento
en la dificultad que acarrea el proceso de triaje: “Etiquetar con color negro a
una persona que respira no es fácil, y sobre todo en una situación en la que ni
tu seguridad está garantizada”. Cuando los equipos del SEM llegaron a la Rambla , se temía que
hubiera “explosivos en la zona”. Minutos más tarde incluso fueron avisados “de
que había un posible tirador activo”.
Pero que a una víctima la cataloguen en un
primer momento con el distintivo negro no significa que se la descarte de
manera irreversible. “Los pacientes son dinámicos, y por ello nosotros vamos
revaluándoles”, asegura Sánchez.
El
milagro
El caso de Marina es un ejemplo. Fue una
segunda evaluación la que acabaría por salvarle la vida. “Ella estaba sola, más
o menos tapada, apartada, dentro de una tienda de souvenirs de la Rambla ”, explica a esta
redacción el médico que le hizo la revaluación y que se presentó en el lugar de
los hechos después de que activaran a su ambulancia, que estaba en Barberà del
Vallès. Marina estaba dentro de un establecimiento comercial porque, por
seguridad, se habían evacuado a los heridos del paseo. “Supongo que vieron que
estaba muy mal, con el pulso my débil y crítica y por eso la habían triado como
nivel negro”, añade.
Este galeno, que prefiere que no se haga
pública su identidad, conoce las dificultades que entraña un triaje de heridos:
“Puede ser que des a un paciente por verde [persona que puede caminar y
aparentemente está leve] y que se desplome después de andar unos metros”.
Cuando se aproximó a Marina vio que “respiraba de forma superficial”. “Fue
cuando decidimos intentarlo”, asegura.
Sensación
de desamparo
Marina estuvo tres meses ingresada en el Sant
Pau (casi uno de ellos en la UCI ).
Allí es donde le colocaron a su llegada la pulsera blanca (con la leyenda
‘Rambla 8’ )
que aparece en la fotografía que encabeza este texto. “Fue la manera que tuvo
el hospital de identificar a los heridos que les llegaban, no indicaba la
gravedad de la víctima”, puntualiza Sánchez.
Adriana la visitaba muy a menudo. Y en todas
esas visitas, nunca se topó, denuncia, con ningún psicólogo que la pudiera
orientar en un momento tan difícil. “Fue en el Hospital del Mar donde un día vi
a una psicóloga que me asesoró, y era de la Cruz Roja ”. Tampoco en la Mútua de Terrassa, donde más
tarde ingresaría su madre, se cruzó con ninguno.
Adriana hubiera agradecido esa ayuda en unos
momentos tan difíciles: “No tuve asistencia psicológica cuando se despertó mi
hermana del coma, ni cuando mi madre visitó a mi hermana por primera vez”.
“Todos los marrones te los comías tú, y no eran situaciones como para estar
sola”, lamenta. “Mi sentimiento fue de absoluta soledad”, sentencia.
En este sentido, Ingeborg Porcar, una de las
responsables de la UTCCB ,
admite que el protocolo para dar respuesta a un atentado como el que tuvo lugar
en Barcelona “podía tener algún agujero”. El problema es que no estaba del todo
definido. Faltaba poco para acabarlo de diseñar (había dos reuniones
programadas para los meses de septiembre y octubre) cuando Abouyaaqoub decidió
irrumpir en la Rambla
con una furgoneta. Sin embargo, subraya que “los dispositivos de los hospitales
dependían de los mismos centros hospitalarios”.
“Puede
ser que la respuesta en la atención psicológica de los heridos en los
hospitales y sus familiares no fuera la deseable, sobre todo si no tenían
práctica”, añade la directora técnica la UTCCB , unidad que se encargó de la atención
extrahospitalaria (ambulatoria) de los afectados por el atentado.
Sin embargo, defiende al mismo tiempo que la
atención a las personas afectadas no heridas fuera del hospital “fue
importante”. “Se ofreció y se ha ofrecido de forma proactiva asistencia a casi
todo el mundo, incluyendo a personas que han dicho que no la querían”.
Secuelas
Adriana lamenta no haberse podido beneficiar de
ese servicio. Desconocía su existencia y nadie, afirma, contactó con ella. Por
todo lo vivido, padece estrés postraumático. “Tengo mucha ansiedad, sufro
pesadillas”. Ha pasado por las manos de tres psicólogos sin que ninguno le
pudiera ayudar.
El primero se lo facilitó el Ayuntamiento de
Sant Cugat. “Fueron cinco sesiones, no me ayudó en nada”. Luego accedió a un
segundo a través de la
Seguridad Social. Tampoco funcionó. Más tarde probó, sin
éxito, por la privada. Ahora, sin embargo, ha dado con una psicóloga que sí la
está ayudando.
Fue gracias a la intervención de Robert
Manrique, víctima del atentado de Hipercor y uno de los asesores de la Unidad de Atención y
Valoración a Afectados por Terrorismo (UAVAT), que se creó en febrero de 2018,
que Adriana dio con Belén Tirado, la psicóloga clínica con la que actualmente
se visita.
Manrique asegura que “Adriana no es la única
afectada que se ha sentido desatendida”. “Hasta el día de hoy, hemos atendido a
94 familias relacionadas con el atentado”, relata. Este asesor de la UAVAT denuncia que los
afectados al principio “se vieron apoyados”, pero con el paso del tiempo “se
dieron cuenta de que nadie les llamaba, que nadie les visitaba”.
Y explica un caso paradigmático a modo de
ejemplo: “El padre que perdió a su hijo de tres años en los atentados recibió
la primera visita del miembros del Ministerio del Interior, que es la
administración competente, hace menos de un mes”.
Manrique carga las tintas contra este
ministerio. Explica que “abrieron una oficina de afectados durante una semana,
del 22 al 29 de agosto” cuando por esas fechas “se estaba enterrando a los
fallecidos y los heridos estaban en el hospital intentando sobrevivir”.
Falta de
atención
“El 29
de agosto se fueron y no hicieron nada más”, agrega. “Lo ideal habría sido que
el Ministerio del Interior hubiera montado una oficina de atención a las
víctimas del atentado de Barcelona todo el tiempo que dura el plazo [los
afectados tienen un año para presentar la documentación con el fin de ser
reconocidos como víctimas de terrorismo]”. “¿Dónde se tenía que dirigir la
gente después?”, se pregunta.
Adriana todavía recuerda cuando se presentaron
en la Subdelegación
del Gobierno en Barcelona para presentar los papeles de su hermana. El
funcionario que les atendió les dijo que la afectada tenía que acudir en
persona, cuando Marina estaba en la
UCI debatiéndose entre la vida y la muerte. “Qué falta de
empatía. Es un desgaste físico y mental inimaginable”, lamenta.
Pero la lista de agravios de Adriana no acaba
ahí. A su madre, en un primer momento, le diagnosticaron ocho costillas rotas
en el Hospital del Mar. Más tarde, en el Sant Pau (pidió el traslado cuando la
pasaron de la UCI
a planta para estar cerca de su hija) el diagnóstico no varió. Después de cinco
días en el Sant Pau, le dieron el alta. “Fue el día en el que se encontraba
peor”, relata Adriana. “Se quejaba del estómago. Las enfermeras le dijeron que
podía ser de la medicación”.
Dos días más tarde, cuando ya estaba en casa,
la tuvieron que llevar de urgencia a la Mútua de Terrassa. En lugar de ocho costillas
rotas tenía diez, y una de esas dos que no le habían diagnosticado de inicio
“le había perforado el pulmón, el diafragma y el estómago”. “¿Tanto costaba
hacerle un TAC cuando se quejaba?, se pregunta Adriana.
A Marina, después de tres meses en el Sant Pau,
la derivaron al Hospital Pere Virgili. “La ingresaron en la planta de
geriatría. Imagínate, una mujer de 39 años rodeada, con todos los respetos, de
abuelos”, arguye Adriana. “Me parece que no es el mejor lugar para que una
persona que ha vivido lo que ha vivido se recupere. Incluso los ancianos le
preguntaban qué hacía allí”.
Adriana denuncia que “sólo tenía dos horas de
rehabilitación a la semana”, las mismas que cuando estaba en el Sant Pau.
Explica que mientras estaba ingresada en este último hospital, Marina “se ponía
alarmas en el móvil para ir haciendo ejercicios”. “En el Pere Virgili caminaba
cogida de la barandilla. Se decía a sí misma, ‘hoy voy a hacer tres vueltas a
la planta’”.
Lo de mi
hermana es un milagro
Después de lo que han pasado Marina y su madre,
parece increíble que ambas, a día de hoy, estén bien. “Lo de mi hermana es un
milagro”, asevera Adriana. Ninguna de ellas recuerda nada del atentado. Adriana
sí, lo tiene todo muy fresco.
Pero a pesar de lo que le tocó vivir y de lo
desamparada que se ha sentido en todo este tiempo, entiende que la situación
fue excepcional. Guarda muy buen recuerdo de algunas personas que sí la
ayudaron durante su particular trayecto. “El guardia urbano con número de placa
76211 y a los mossos 3384, 3771 y 13223” . Sabe que lo que sucedió en Barcelona
hace casi un año cogió a la mayoría por sorpresa. “No estaban preparados,
hicieron todo lo posible. Creo que las cosas salieron muy bien, aunque hubo
deficiencias” concluye.
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