17 agosto 2018
Parte
de mi toga
Rafael Fernandez Fiscal en Barcelona
El 17 de agosto de hace un año, el silencio se
quebró. Sobre las ocho de la tarde, el móvil de la guardia empezó a sonar.
Cuando eso pasa, a cualquier fiscal, a cualquier juez, lo primero que le surge
es preguntarse si merece la pena hacer un servicio de guardia de siete días, 24
horas, a cambio de casi un euro la hora. Siendo honesto, ese día este
pensamiento no surgió. Intuí que un inocente, alguien como tú, estaría detrás.
Descolgué. Era la propia Fiscalía. Mi
coordinadora me avisaba. Me dijo que como fiscal de guardia estuviera
preparado, que tal vez me llamaran, pues algo en mi circunscripción se estaba
investigando. Horas más tarde la temida llamada tuvo lugar. Me indicaron si
debido a las circunstancias quería que me fueran a recoger y yo les indiqué que
no era necesario.
Llegué el primero. Un grupo de cuatro mossos
estaba en la puerta de la sede del juzgado. Varios minutos más tarde llegó la
médico forense y a escasos segundos lo haría un coche policial que traía a la
juez y a la letrada de la
Administración de Justicia. Tras los saludos convencionales y
observar que ya estábamos todos, nos dividimos en dos coches. Cuando me
aproximé, estaba el grupo de investigación de Mossos d'Esquadra.
Afortunadamente había una cara amiga. La tensión era máxima, así que lo
agradecí. En ese momento no pude intuir que esa relación meses más tarde sería
algo diferente. Nunca comprendí el por qué, no comprendo el por qué, pero ya
hay muchas cosas que no son como antes.
Unos pasos más hacia delante te vi, estabas
ahí, tendrías aproximadamente mi edad, me fijé, recuerdo tus ojos. No jugabas.
Eras un inocente. Tendrías aproximadamente mi edad y me di cuenta de que te
conocí de esa manera, pero podríamos haberlo hecho de cualquier otra, tal vez
viajando por el mundo, compartiendo cervezas e incluso me atrevería afirmar que
formarías parte de aquellos que pensamos que con el esfuerzo de un día un día,
las cosas si no cambiar, siempre se pueden mejorar. Enseguida comprendí lo que
te había pasado, qué es lo que te habían hecho, y a pesar de que esta carta es
para ti, mi humilde homenaje a ti, lo que tuviera que decirte sobre ese momento
sabes que queda entre tú y yo. En palabras, lo reflejaré diciendo que te
abracé, que a partir de entonces ya fuiste/eres parte de mí, parte de mi toga.
Tú mejor que nadie sabes que en muchas
ocasiones te recuerdo, que te tengo presente, que estás. Muchas cosas de ese
día hice que se fueran, pero a ti no, tú te tienes que quedar y te agradezco
que lo hagas.
Al día siguiente, cuando entré en el juzgado,
estaban una mujer y un hombre. Me puse a hablar con la auxiliar cuando ésta,
entre susurros, me dijo que esa señora era tu madre. No me lo creí, no me lo
creo. En ese momento me quedé petrificado, no supe reaccionar. La vi, recuerdo
su imagen entre las estanterías. Su serenidad, su calma, su elegancia, su saber
estar. No me atreví a acercarme, aunque te prometo que también la hubiera
abrazado, pero no sabía qué decirle, temí qué decirle. Me dijeron que venían a
preguntar por ti.
Hoy habrá un homenaje. Espero que no sea de
nadie, porque si es de alguien es únicamente tuyo, vuestro. Iré creyendo en la
unidad de todos, iré sin banderas, me mantendré sin pitidos, sin protestas. Si
tengo alguna proclama será la que grite que no haya nunca más y si converso con
alguien será, para aquellos que me quieran escuchar, contarle mi verdad y que
él/ella me cuente la suya. Y tal vez juntos vayamos a encontrarla.
Pocos saben de qué se compone una toga. Una
toga se forma poco a poco, de principios, de valores, de respeto, de lucha, de
trabajo, se forma como dice aquel por un idealismo imperturbable... Como digo
yo de un idealismo inagotable... Pero sobre todo una toga se compone, se forma
por ti, para ti y de ti.
Hasta siempre.
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