16 agosto 2018
«Ves la
muerte de cara y no te elige a ti, pasa por tu lado»
Coordina una ONG en Ripoll y quedó conmocionada
cuando se enteró de que los terroristas que estuvieron a punto de acabar con su
vida y la de su marido en La
Rambla eran de la localidad. Sílvia Gallart, de 56 años, es
natural de Barcelona pero vive en Campelles y trabaja en Ripoll. Aquella tarde
calurosa del 17 de agosto estaba en la capital catalana. Después de visitar el
Museo de Historia y de comer en el Maremagnum, paseaba con su marido por La Rambla en dirección hacia
plaza Cataluña. «Era uno de mis sitios favoritos de la ciudad», explica a este
diario. Estaban a la altura de la calle Pintor Fortuny cuando todo se
precipitó. «De pronto oí un ruido extraño, levanté la cabeza y ya vi gente
volando. Una masa de gente se abrió y de en medio salió una furgoneta blanca
directa hacia nosotros». De aquellos pocos segundos, que pasaron «a cámara
lenta» recuerda, sobre todo, dos sonidos. El «aceleradísimo» motor de la
furgoneta y el impacto contra los cuerpos que arrollaba a su paso.
«Un ruido
realmente escalofriante».
El vehículo, que luego se supo que conducía
Younes Abouyaaqoub, parecía dirigirse hacia ellos, pero no les atropelló. «No
sé si ella nos esquivó a nosotros o nosotros a ella», explica Sílvia, que lo
resume así: «Ves la muerte de cara y no te elige a ti, pasa a tu lado». El vehículo
pasó sin tocarles pero dejó un reguero de muerte. Gente tendida por los suelos,
charcos de sangre y únicamente se escuchaban gritos. Sílvia y su marido se
abrazaron, pero pronto recordaron que su hija pequeña, de 22 años, estaba en la
cercana plaza Cataluña, donde había quedado con una amiga. Se alarmaron. «No
sabíamos si la furgoneta venía de allí y podría haber pasado lo mismo», explica
Sílvia. Cogió temblando el teléfono. De los nervios le costó dar con las teclas
pero se tranquilizó al escuchar la voz de la chica. Le dijo que no se moviera
de allí. Cuando Sílvia y su marido llegaron a la plaza, ella les esperaba en la
puerta de una tienda junto al vigilante. Se metieron dentro, cerraron la
persiana y no salieron en horas. Estuvo varias semanas sin pisar La Rambla tras el 17-A, pero
en octubre decidió volver, con su familia. Hicieron el mismo recorrido de
aquella tarde, pero a la inversa. «Necesitábamos despedirnos de aquellas
personas –las víctimas– y cerrar un círculo».
Creía que las heridas habían cicatrizado, al
fin y al cabo fue una superviviente y no perdió a nadie en el atentado. «Pensé
que lo habíamos superado bien al no tener secuelas físicas». Sin embargo, meses
después necesitó ponerse en manos de un psicólogo. Nunca olvidará aquella
furgoneta blanca que, con el parachoques ya destrozado, se dirigía hacia ellos
a toda velocidad.
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