17 agosto 2018
La paz y el respeto
se impusieron
El acto de homenaje
supo conciliar a la mayoría de los representantes políticos e institucionales
con el objetivo de ceder el protagonismo a las víctimas
Barcelona fue una ciudad de paz. Un año después del brutal
atentado, después de meses de disputas, desencuentros políticos y de utilización
del trágico atentado, un emocionado, sobrio y sincero acto de homenaje supo
conciliar, aunque solo fuera por unas horas, a la mayoría de los representantes
políticos e institucionales con el objetivo de ceder todo el protagonismo a las
víctimas, los únicos que debían ser y fueron el foco de atención.
La ciudadanía también dio una lección de responsabilidad y
respeto. Solo unas pancartas que mostraban su rechazo a Felipe
VI, unos gritos extemporáneos a su favor y alguna manifestación
minoritaria trataron de romper la tregua del día. Anécdotas que no merecen
restar protagonismo a una sociedad que, en su conjunto, entendió que no era el
día para alentar las diferencias ni caer en la utilización del dolor.
Si bien es cierto que algunos representantes políticos no
desaprovecharon la ocasión para tratar de arrancar un titular e
instrumentalizar el día, esa no fue la tónica general. En una jornada de
especial tristeza, se imponía apelar a la convivencia y a la unidad
frente al terrorismo. Otras reivindicaciones solo respondían al
interés de boicotear cualquier oportunidad de normalidad.
El aniversario de tan aciaga fecha ya ha pasado. Pero el
combate contra el terrorismo continúa. Y este debe seguir siendo una prioridad.
Además del dolor, el 17-A ha dejado un legado de
aciertos y fallos cuyo análisis resulta de gran importancia para profundizar en
las tareas de prevención. Ante todo, cabe felicitarse por el compromiso y el
excelente trabajo del personal sanitario y los Mossos.
Es obligado reconocer que vivimos en alerta nivel 4 antiterrorista, que
nuestras calles se hallan en el campo de mira del fanatismo y que nuestra
seguridad es fruto del trabajo de las diferentes fuerzas y cuerpos de seguridad
del Estado. Pero la investigación de todo lo ocurrido debe continuar.
El compromiso con la verdad nos atañe a todos. No
solo porque la ciudadanía tiene derecho a saber y a ver despejada cualquier
duda sobre lo acontecido, sino porque solo del conocimiento de los errores se
puede aprender. Las sombras deben despejarse. En caso contrario, son alimento
de teorías ‘conspiranoicas’ irresponsables y profundamente dañinas. Su único
interés es desestabilizar la convivencia y avivar el odio. Cuando se vierten
sospechas terribles sobre los que se consideran adversarios políticos, la
deshumanización es inevitable y las consecuencias, fatales. Para la
convivencia, pero también para la democracia.
Se impone buscar mecanismos para reforzar
la coordinación policial. El análisis de los meses, días y
horas previas al atentado desvelan que no siempre la información se compartió
de modo óptimo. Resulta fundamental apartar los recelos corporativos y las
cuitas políticas. Nos va en ello la seguridad. Cabe tener muy presente que el
terrorismo yihadista sí sabe crear sus redes de conexión.
La edad y la condición de los terroristas supuso un golpe
para una sociedad básicamente abierta e integradora. Ahora sabemos que los
mensajes fanáticos del imán no habían pasado desapercibidos en la
comunidad musulmana de Ripoll. Es evidente que no se supo calibrar el peligro
que entrañaba su conducta ni su letal influencia en los jóvenes. Parece
necesario estrechar lazos a través del asociacionismo y el poder local para
detectar ese tipo de amenazas. Así como seguir trabajando en la integración y
las expectativas de futuro de los más jóvenes. Que el fanatismo no ocupe su
ausencia.
El combate contra el terrorismo es arduo y complejo.
Necesita de la responsabilidad y la implicación de todos. No admite
banalizaciones ni tentaciones de instrumentalización. Solo cabe recordar que
los únicos culpables del horror son los terroristas y que el compromiso con la
verdad no es un arma arrojadiza ni una traición.
Hace un año, la ciudadanía dio una
lección de solidaridad. Al grito de ‘no tenemos miedo’ defendió
la paz y el poder de una sociedad que no quiere rendirse ante el temor y el
odio. Esa es, sin duda, la mejor lección del 17-A.
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