01 marzo 2016
Ni
un aplauso a Otegi
Igor Marín
Cambiar de opinión y
propugnar el cese de la violencia no es de héroes, es de seres humanos
Siendo director de eldiarionorte.es, hace dos años y medio,
Iker Armentia me llamó y me dijo que iba a escribir su siempre brillante
columna de opinión de los jueves sobre lo injusto de la permanencia de Otegi en
la cárcel. Jamás me avisaba de lo que iba a escribir. No tenía ni tiene que
hacerlo. Es libre, además de un excelente profesional, y puede escribir lo que
quiera sobre lo que le apetezca siempre que respete la ley. Y en esta ocasión
iba a escribir sobre eso: sobre el respeto a y de la ley. Me avisó porque somos
amigos y sabe que el tema me escalda. Pero, sin leer nada de lo escrito -está
él para confirmarlo-, le dije lo que acabo de escribir: eres libre. Podía
escribir lo que quisiera porque nadie nos iba a mandar un paquete bomba a la
redacción de Vitoria ni le iban a adosar un explosivo en su coche cuando
acompañase a su hija recién nacida al colegio. Esa libertad nos la ganamos los
periodistas vascos a fuerza de entierros, a fuerza de escoltas, de lágrimas y
de ser muy inconscientes. Me da pudor ponerlo en primera persona del plural,
porque yo apenas hice nada fuera de lo normal, pero sí muchos de mis
compañeros. Me acuerdo especialmente de Pedro, amigo y socio en mil aventuras.
También de Santos. De Aitor, de Alberto, de Isabel, de Gorka... Todos
periodistas, todos compañeros. Y esa libertad que defendieron y ganaron no se
la tengo que agradecer a Otegi.
Siendo periodista, durante muchos años, Patricia -mi pareja
por aquel entonces- se levantaba sobresaltada por la noche porque ella,
que trabajaba en una televisión privada, tenía que ir a cubrir un atentado.
Cada vez que sonaba aquel maldito Nokia por la noche sabíamos que había una
familia rota. Sabíamos que Euskadi se había desgarrado de nuevo. A veces
llegaba antes que el juez o la jueza de guardia y se encontraba el cadáver en
el suelo, cubierto con una manta. Y una familia desgarrada llorando, abrazados
entre ellos, abrazados a unos policías que contenían el dolor y se convertían
en hombro anónimo e improvisado para unos seres a quienes les habían arrebatado
un fragmento de su vida, la vida entera de su ser querido. Conseguimos parar
esas lágrimas, aunque nunca se secarán nuestros ojos, pero no se lo tengo que
agradecer a Otegi.
Siendo todavía muy joven, cuando ETA mató a Fernando Buesa
y Jorge Díez en Vitoria, sentí un escalofrío colectivo en mi ciudad. Días antes
de ser cobardemente asesinado, Fernando Buesa -amigo de muchos amigos míos como
Juan Carlos, Patxi, Antonio, Maite, Óscar, Rubén, Yolanda...- lanzó un discurso
por la libertad en el Parlamento vasco. Aquel día decidí que había que hacer
algo ante el lamentable espectáculo de ver como la Euskadi democrática
‘condenaba’ el atentado en dos manifestaciones. Una organizada por el
lehendakari Ibarretxe, en la que -además de gritos de condena- se coreababa:
Ibarretxe aurrera! La otra, encabezada por la familia de Fernando Buesa y Jorge
Díez, que lloraba a sus seres queridos. Aquel día me uní a Gesto por la paz. No
aporté mucho, pero conocí a gente imprescindible: Fabian, Txema, Javi, Isabel,
Imanol… Cuando salíamos con la pancarta a reclamar en silencio el final de
todas las violencias, enfrente de nosotros se ponía parte de la izquierda
abertzale a contramanifestarse. Y nos hacían fotos y burlas. Ahora, cuando
Gesto por la paz ha plegado sus pancartas -nunca ensalzaremos lo
suficiente lo que significaron e hicieron-, no siento que deba agradecer nada a
Otegi por haberlo conseguido.
Siendo un niño, como miles de niños
vascos, vi el horror en la cara de mi padre y de mi madre por algo que jamás he
contado en público y apenas en privado. Y así seguirá. En aquella época, Otegi
militaba en ETA y hoy no creo que tenga nada que agradecerle por haber jodido
la vida de miles familias vascas y de fuera de Euskadi.
Hoy me acuerdo de Fernando y Jorge. De Fabio. De Ernest,
Tomás, Gregorio, Enrique. De Miguel Ángel. Y de Irene. Me acuerdo de casi mil
familias. Y pienso que no les hemos dedicado muchas portadas de homenaje. Y que
les hemos dado muy pocos aplausos, recibimientos y festejos. A algunos de
hecho, no les hemos dado ninguno. Cuando a ellos los mataron, los secuestraron,
los extorsionaron, los amenazaron… estuvimos callados. Demasiadas veces,
demasiado tiempo, demasiadas personas en silencio. Nadie debería morir por sus
ideas. Y haber acabado con ello es el mejor día de todos cuantos hemos vivido
en democracia.
Yo no estoy de acuerdo con que Otegi haya estado en la
cárcel ni un minuto más de lo que merecía. Y creo que lo ha estado. Pienso que
se ha hecho un uso vil de la justicia. Y lo condeno, porque condeno -o intento-
todas las violencias. Pero no me pidan que dé las gracias a nadie porque haya
llegado a la conclusión estratégica de que dejarme vivir y pensar diferente le
conviene. No tengo nada que aplaudir a Otegi. Nada de nada. Porque cambiar de
opinión y propugnar el cese de la violencia no es de héroes, es de seres
humanos. Y la humanidad debería ser intrínseca a las personas. Si hay que
aplaudirla es que nuestra sociedad está enferma. Por eso, entiéndanme y siento
si les molesto, pero yo no tengo nada que aplaudir a Otegi.
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