01 marzo 2016
«Debemos construir entre todos una
convivencia en paz y libertad»
Quince años después de que ETA asesinara en Durango a su
marido, concejal del PP, Mari Carmen Hernández se atrevió ayer a compartir su
historia con sus vecinos
«Me prometí ser fuerte por mis hijas, porque si yo estaba
bien, ellas también lo estarían. Me costó mucho salir a la calle en Durango y
volver a encontrarme con gente que nos había hecho la vida imposible. Con el
tiempo, me di cuenta de que tenía que perdonar y fue una liberación», reconoció
Mari Carmen Hernández ayer en la villa vizcaína donde ETA asesinó en junio de 2000 a su marido, el
concejal del PP Jesús Mari Pedrosa. Ayer se atrevió a dar un paso más al frente
al contar su experiencia por primera vez en la localidad tomando parte en la Plaza de la Memoria que organiza el
Instituto de la Memoria ,
la Convivencia
y los Derechos Humanos (Gogora). «Me ha costado mucho», reconocía tras
finalizar su intervención ante una carpa a rebosar de público.
Hernández tomó parte en una mesa
redonda junto a Amaia Etxaniz, hija de Ángel Etxaniz, simpatizante de Herri
Batasuna asesinado por el Batallón Vasco Español (BVE) el 30 de agosto de 1980.
El vicario de Bilbao, el durangués Ángel María Unzueta, moderó el debate. Mari
Carmen explicó a los asistentes, muchos vecinos de la villa y también
representantes políticos municipales, que se enteró del asesinato de su marido
mientras estaba en casa escuchando la radio. «Interrumpieron la programación
para dar la noticia. Aunque al principio no dieron su nombre, por los datos que
daban supe que era él», aseguró.
Sin embargo, su pesadilla comenzó
trece años antes cuando Pedrosa decidió dedicarse a la política. «Sufrimos un
acoso terrible, le increpaban por la calle, teníamos empapelado desde el portal
hasta nuestra casa, recibíamos paquetes con insultos, nos tiraban piedras a las
ventanas. Él creía que podía solucionarlo hablando », explicó. Lamentó que su
vida familiar «era triste por esta situación. En casa le planteábamos que lo
dejase, pero por otro lado decíamos ‘¿por qué no puede pensar él diferente?’.
Le gustaba su trabajo y el Ayuntamiento era su segunda casa». Durante esa etapa
sentimos una «sensación de desamparo, que te va hundiendo». Hasta los vecinos,
según detalló, vivieron la angustia familiar. «Le han matado, pero hasta ahora
no le han dejado vivir», me comentó una de las más allegadas.
Tras el asesinato de su marido se
prometió que pondría su «grano de arena, estar donde me llamen para contar mi
historia, para que las próximas generaciones tengan una vida mejor». También
aseguró que desde el principio mostró su rechazo a la política de dispersión de
los presos. «Entre todos tenemos que ir construyendo una convivencia en paz y
libertad y que haya un país más feliz para las próximas generaciones». Ella
trabaja en diferentes agrupaciones para lograr ese objetivo e incluso participó
en un programa de encuentros restaurativos con presos. «Creo que todo el mundo
tiene el derecho a una segunda oportunidad», añadió. «Espero que la cárcel
sirva para reflexionar y salir de otra manera», concluyó.
«Semilla de un futuro mejor»
Por su parte, la ondarrutarra Amaia
Etxaniz tenía sólo diez años cuando perdió a su padre de golpe. «Mi madre nos
levantó de la cama de madrugada y nos dijo que fuéramos al salón. Allí estaba
mi padre muerto sobre una manta, con ocho tiros en su cuerpo y le habían
orinado encima», rememoró. «Era mi tesoro más preciado, mi referente», confesó
emocionada. Ella, justo la noche anterior del asesinato, tenía un «presentimiento»
y no quería separarse de su progenitor. Estuvo con él hasta medianoche, sentada
en su regazo hasta que su madre le ordenó que fuera a la cama. «Fue la última
vez que vi a mi padre con vida», manifestó ayer ante el auditorio, tras
explicar que la suya era «una familia feliz y estructurada», aunque conocedora
de que «lo que hacía su padre era molesto para algunos» y le ponía en riesgo.
Su padre gestionaba un negocio de
hostelería en Ondarroa. Era simpatizante de Herri Batasuna, promotor de ‘Egin’
y siempre ayudaba a los jóvenes, sobre todo en el deporte. Estuvo encarcelado
en Zaragoza en 1976 y «como no declaraba bajo tortura, le dijeron que su
familia sería la que recibiría amenazas». A los dos días de que fueran a
visitarlo, explotó una bomba en la discoteca familiar, un «atentado sin
reivindicar aunque con unas pintadas de ‘Antiterrorista ETA’». «Recibió
amenazas de los ultras, visitas de la Guardia Civil , detenciones, fue torturado y
repetidamente acusado de tenencia de armas nunca encontradas. Sufrió varios
atentados fallidos. Manipularon su coche y tuvo dos accidentes», relató .
Amaia Etxaniz vivió durante muchos
años «con odio y tristeza», pasó de «una vida llena de color al infierno».
Hasta que un día cayó en la cuenta de que no podía continuar así. «El odio me
envenena y le tengo que dar la vuelta», pensó. Los que asesinaron a su padre
fueron dos encapuchados y, aunque hubo pruebas para identificarlos,
desaparecieron. Aun así considera que «si los tuviera delante, los perdonaría».
El vicario de Bilbao, Ángel Mari
Unzueta, agradeció por su parte el testimonio de las dos mujeres. «La semilla
de un futuro mejor pasa preferentemente por aquellas personas que, habiendo
recorrido un itinerario de duelo y de cicatrización, muestran que algo nuevo ha
nacido en ellas y desde ellas para todos».
Opinión:
Coincidí con Mari Carmen Hernández en uno de los programas
de “El intermedio”. Fue tras unas declaraciones de alguien del Partido Popular
en las que mezcló a los enterrados en cunetas con las subvenciones que los
familiares esperaban recibir para desenterrarlos.
Tanto ella como un servidor como Rosa Rodero (otra viuda víctima
que también colaboró en el programa) participamos defendiendo la
dignidad de esas víctimas de la guerra civil que todavía están intentando
localizar a sus propios familiares. Nos cayeron algunos improperios por parte de
los que dicen defender la “libertad de expresión” y a “las víctimas del
terrorismo”. No querían entender que el ser víctima de ETA (lo somos las tres)
no nos obliga a seguir la línea ideológica marcada desde ciertas siglas políticas
en este país. Por otro lado, mas de 100 víctimas me felicitaron por esa
intervención.
Mari Carmen, Rosa Rodero y tantas otras víctimas que, por
encima de las lógicas ideas sociales que podemos defender, siempre perseguimos
una idea mayor: que nadie mas sufra lo que ya hemos sufrido nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario