25 marzo 2016
El
típico artículo de después de un atentado
Asombra lo rápido que
en Europa hemos desarrollado una rutina para convivir con el terrorismo, qué
pocos atentados han hecho falta
Pensaba escribir el típico artículo de opinión de después
de un atentado yihadista en Europa. Es fácil, no lleva más de diez minutos:
empiezas evocando aquella vez que estuviste en el lugar de los hechos (Bruselas
ahora), sigues recordando alguna peculiaridad cultural de sus ciudadanos,
después lo pones en relación con atentados pasados, y a partir de ahí barra
libre de frases hechas y cursiladas sobre las vidas segadas, la barbarie ciega,
la lotería de la muerte y la convicción de que no podrán con nosotros, no se
saldrán con la suya, seguiremos siendo libres y alegres y etc. Escribirlo es
como hacerse un selfie en
el lugar de la explosión. Clic.
Después, lo publicamos en las mismas páginas donde también
aparecen la típica crónica de después de un atentado, la típica información de
fallos policiales de después de un atentado, el típico editorial, la típica
reconstrucción infográfica de la secuencia de ataques, las típicas
declaraciones de gobernantes, las típicas burradas contra musulmanes o
refugiados, las típicas fotografías de montañas de ramos de flores, velas y
dedicatorias; y podríamos seguir con los típicos tuits y los típicos minuto de
silencio, banderas a media asta y todos los etcéteras que quieran, hasta la
típica campaña de bombardeos en represalia.
Cojan páginas y minutos de telediario de estos días, y
compárenlos con los de anteriores atentados en Europa. Idénticos. Y no es que
el periodismo haya creado una plantilla que le valga para cada ocasión con solo
cambiar fecha, ciudad y número de víctimas. En realidad somos nosotros, que
hemos desarrollado una férrea y consoladora rutina post-atentado, y nos
entregamos a ella desde el minuto uno, nada más escuchar la noticia de última
hora.
Nada raro, somos animalitos de costumbres, y desarrollamos
rutinas para todo, nos acomodamos y vivimos con lo inhabitable. Cualquiera que
haya pasado una guerra o leído relatos sobre ellas sabe que la gente sigue
bailando, riendo y follando en la ciudad asediada. Pero asombra lo rápido que
hemos perfeccionado nuestra rutina, qué pocos atentados han hecho falta.
Todos recordamos con exactitud dónde estábamos y con quién
el 11-S o el 11-M. Pero no nos pregunten por el 7-J de Londres, el 14-O de
París o incluso el 22-M de hace tres días en Bruselas, que no nos
acordamos. Y no digamos ya de los lejanísimos y ajenísimos 19-M de Saná, 10-O
de Ankara o 16-D de Peshawar, que ni nos enteramos.
Nos consolamos diciendo que esta rutina es la prueba de que
los terroristas no pueden derrotarnos, que somos más fuertes que ellos y
nuestras ganas de vivir triunfan sobre sus ganas de matar. Pero en realidad lo
que demuestra es que podemos convivir con un atentado al año en Europa. Que si
esa vulnerabilidad es el precio a pagar por vivir en un mundo convulso, lo
pagaremos sin mayores quebrantos, no pediremos nada diferente a nuestros gobernantes
ni nos plantearemos mayores dilemas.
En muchos países la frecuencia es muy superior: conviven
con un gran atentado cada mes, cada pocas semanas, más el goteo diario.
Pensábamos que sus ciudadanos se acostumbraban a ello porque valoran menos la
vida, son sociedades más atrasadas, allí uno se muere de cualquier cosa…,
porque no son como nosotros, vaya. Pero qué va. Es solo que también han
construido sus rutinas. A saber hasta qué frecuencia de atentados
conseguiríamos nosotros acostumbrarnos.
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