11 marzo 2016
Yihadistas
en España desde el 11-M
Casi la
mitad de los detenidos por terrorismo islamista entre 2013
y 2015
eran españoles. Hay que revisar la estrategia contra este
fenómeno
y aplicar el plan de prevención de la radicalización violenta
Hace dos décadas que en España
se condenó por primera vez a un individuo implicado en actividades de
terrorismo yihadista. Era un argelino, miembro del Grupo Islámico Armado (GIA),
detenido en Barcelona en 1995. Entre este año y el que precedió a los atentados
del 11-M transcurrieron nueve, durante los cuales fueron algo más de cien los
aprehendidos en nuestro país, una media anual de 12 detenciones. A lo largo de
un periodo de tiempo similar pero tras el 11-M, es decir, entre 2004 y 2012, el
número de detenidos contra el terrorismo yihadista superó los 470, elevándose
la media anual hasta 54, cifra más de cuatro veces superior a la registrada
entre 1995 y 2003.
Durante esos dieciocho años existió básicamente
la misma legislación antiterrorista, puesto que hubo una reforma del Código
Penal a este respecto a finales de 2010 que entró en vigor a inicios de 2011.
Por tanto, aun considerando que la lucha contra el terrorismo yihadista se
intensificó desde la primavera de 2004 —existiendo a partir de entonces un
consenso entre jueces, fiscales y policías sobre la conveniencia de anticipar
operaciones antiterroristas para evitar posibles atentados en preparación—, los
datos sobre detenciones pueden ser considerados un indicador relevante de la
medida en que el terrorismo yihadista y la amenaza inherente al mismo
persistieron después del 11-M.
Inadecuada
legislación y consenso respecto a las actuaciones preventivas frente al
terrorismo yihadista dificultaron la recolección del tipo de pruebas requeridas
por los tribunales para imponer penas, pero 54 de los detenidos entre 2004 y
2012 fueron condenados. Todos varones, no menos de la mitad entre 25 y 34 años
al ser detenidos, la mayoría casados y con hijos. Nueve de cada diez,
extranjeros; nacidos, por este orden, en Marruecos, Pakistán y Argelia. Todos
de ascendencia cultural y familiar islámica. Aunque con niveles educativos y
desempeños ocupacionales diversos, sobresalían quienes sólo contaban con
estudios primarios o carecían de educación formal, al igual que los empleados
como personal de servicios o en trabajos no cualificados. Además, una tercera
parte de ellos tenía antecedentes penales por delincuencia común.
En esos nueve años posteriores al 11-M, en
torno a siete de cada diez de los yihadistas detenidos y condenados residía en
las áreas metropolitanas de Madrid y Barcelona. Se radicalizaron tanto dentro
de España como en sus países de origen, en procesos que iniciaban con entre 16
y 24 años de edad, prolongándose por lo común unos pocos años. Estos procesos
se desarrollaban sobre todo en domicilios privados, lugares de culto, locales
comerciales y centros penitenciarios, normalmente bajo la influencia directa de
activistas carismáticos o figuras religiosas. Lo habitual es que la acción de
estos agentes de radicalización se viera favorecida por vínculos afectivos
preexistentes de parentesco, amistad o vecindad.
Casi
en su totalidad, esos individuos se implicaban como yihadistas en compañía de
otros, formando parte de células integradas o relacionadas con organizaciones
entre las cuales se encontraban Al Qaeda y su entonces rama iraquí o entidades
asociadas con base en el norte de África y el sur de Asia, casos del Grupo
Islámico Combatiente Marroquí (GICM), el Grupo Salafista para la Predicación y el
Combate (GSPC) o Therik e Taliban Pakistan (TTP). Este último entramado
yihadista asumió su responsabilidad en la tentativa, desbaratada en enero de
2008, de preparar la ejecución de uno o varios atentados, con explosivos y
voluntad de elevada letalidad, en el metro de Barcelona. Once paquistaníes —uno
naturalizado español— y un ciudadano indio fueron condenados por lo que pudo
haber sido el segundo 11-M.
Todo
esto ha cambiado desde 2013, en el contexto de una nueva movilización sin
precedentes estimulada por las organizaciones yihadistas activas en Siria e
Irak. Aunque nuestro país no se encuentra entre los más afectados de Europa
Occidental, en concomitancia con la misma se ha producido una extraordinaria
transformación del yihadismo en España. Ya no estamos ante un fenómeno
relacionado fundamentalmente con extranjeros. Entre los más de 140 individuos
detenidos en nuestro país de 2013
a 2015, cerca de la mitad son españoles y además nacidos
dentro del territorio nacional. Aunque la gran mayoría del resto son
marroquíes, ello significa que en España se ha producido la eclosión del
yihadismo homegrown o autóctono.
Este componente autóctono tiene su principal
foco en Ceuta y Melilla, las dos ciudades españolas con amplias segundas
generaciones, descendientes de inmigrantes marroquíes, en el seno de
colectividades musulmanas inusualmente extensas. En conjunto, sin embargo,
Barcelona y su entorno constituyen el principal escenario del fenómeno
yihadista en nuestro país. Aunque sigue siendo un fenómeno dominado por varones
jóvenes y con ascendientes familiares o culturales musulmanes, habitualmente
casados, cuyos procesos de radicalización yihadista son ahora más rápidos
—debido a la incidencia de Internet y las redes sociales—, entre los detenidos
en España a lo largo de los tres últimos años son inusitadamente significativos
los porcentajes de mujeres, al igual que de conversos.
Tampoco
estamos ante individuos que se desenvuelvan en solitario y actúan por cuenta
propia —aunque ejemplos haya—, pese a que élites políticas y medios de
comunicación suelen subrayar la amenaza del yihadismo individual. Sin embargo,
entre los detenidos por actividades de terrorismo yihadista de 2013 a 2015, nueve de cada
diez lo hacían inmersos en redes o células, bien de nueva creación o bien
reconstituidas a partir de estructuras en estado latente; pero en uno u otro
supuesto, conectadas con organizaciones como el Frente Al Nusra y, sobre todo,
la otrora rama iraquí de Al Qaeda, que, tras su ruptura con esta, finalmente ha
dado en denominarse Estado Islámico. Cuatro de cada diez pertenecían a células
o redes con funciones operativas, algunas de ellas determinadas a perpetrar
atentados en España.
En
suma: tanto la caracterización social como los procesos de radicalización y las
pautas de implicación de los yihadistas en España revelan líneas de evidente
continuidad y otras de remarcable cambio, 12 años después de que una red
terrorista, formada a partir de los restos de la célula de Al Qaeda
desmantelada en nuestro país en noviembre de 2001 —y actuando en conexión con
el mando de operaciones externas de Al Qaeda situado en Pakistán— perpetrase
los atentados del 11-M. Un desafío para la pendiente revisión de nuestra
estrategia integral contra el terrorismo internacional y para la apremiante
implementación del plan nacional de prevención de la radicalización violenta.
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