11 enero 2015
pacificación
y normalización
La memoria,
el nuevo 'conflicto'
Tras el cese de la violencia de ETA, Euskadi busca
conocer su pasado. Los distintos puntos de vista y algunos intereses políticos
colocan a la sociedad vasca ante lo que ya se llama la ‘batalla de la memoria’
o ‘batalla del relato’
“Condenadme, no importa; la historia me absolverá”.
La célebre frase que cerraba el alegato de Fidel Castro en 1953 es el anhelo de
cualquier victimario o responsable de algún crimen de intencionalidad política
y de quienes, por acción u omisión, lo apoyaron. De forma mucho más descarnada,
Josu Zabarte, miembro de ETA que ha pasado 30 años en prisión por 17
asesinatos, afirmaba en una reciente entrevista: “Yo no he asesinado a nadie,
yo he ejecutado”. “El Estado me ha empujado. Para mí es el Estado el
terrorista, el que obligó a ETA a tomar una serie de decisiones”.
La “historia”, que cuenta e interpreta los hechos
que han sucedido en un periodo de tiempo en un lugar determinado, cobra, así,
una importancia capital. En Euskadi, tres años después del fin de la violencia
por parte de ETA, nos encontramos en un momento clave, el de responder a la
irónica pregunta que plantea el profesor de Historia y experto en políticas de
memoria Ricard Vinyes: ¿Cómo va a ser nuestro pasado? Es decir, ¿cómo nos
vamos a contar lo que ha ocurrido en este país en los últimos cincuenta
años? ¿Quién y cómo hará ese relato?
Según un consenso generalizado, y que parece asumido
por la sociedad vasca, nos hallamos en medio de la “batalla de la memoria” o de
la “batalla del relato”. Es decir, en un nuevo conflicto, en una lucha
-no exenta de intereses políticos- por definir, concretar y escribir nuestro
pasado más reciente. Lo recuerda cada vez que se le presenta la ocasión el
ministro del Interior, Jorge Fernández Díez: “ETA está policialmente derrotada,
pero no cejaremos hasta que se disuelva. Y ahora es el momento de poner acento
en el Relato de la Historia ”,
afirmaba hace unos días en una entrevista.
Básicamente, y con matices, existirían tres frentes,
valga el término militar, aunque no son monolíticos. Por una parte, quienes
defienden la denominada por sus detractores teoría del conflicto,
fundamentalmente la izquierda abertzale: desde la guerra del 36 y durante el
franquismo el pueblo vasco ha vivido bajo una opresión que anulaba su identidad
y su libertad y una organización (ETA) se vio obligada a tomar las armas en su
lucha de liberación, respondida con una brutal represión y produciéndose un
conflicto que ha generado víctimas en ambos bandos.
En el lado contrario, están quienes consideran que
ETA no es la consecuencia de conflicto alguno, sino que surge de la mera
voluntad de sus integrantes, que decidieron usar el terrorismo y la eliminación
del adversario para destruir el sistema democrático e imponer un proyecto
político totalitario y que contó con el apoyo y/o el silencio de parte de la
sociedad vasca.
Existe, además, una tercera vía que constata
múltiples vulneraciones de derechos humanos y, en consecuencia, de víctimas de
una violencia injusta de distinta procedencia que deben ser reconocidas sin
exclusiones, aunque distinguiéndolas, dentro de una memoria necesariamente
inclusiva.
De la teoría del conflicto existen múltiples
ejemplos. Valga recordar la conocida intervención del presidente de Sortu,
Hasier Arraiz -que le valió una querella, luego archivada-, en la que
justificaba y reivindicaba la trayectoria de la izquierda abertzale y en la que
también afirmaba: “En este conflicto nadie ha estado de espectador. Todo el
mundo ha tomado parte, todos hemos hecho sufrir y todos hemos sufrido”. El
también dirigente de Sortu Joxean Agirre afirmó en 2013: “En el pasado podemos
encontrar las razones de la lucha, las pinceladas del tiempo que llamamos
conflicto y los primeros sonidos de disparos de una guerra que nosotros no
empezamos”. Agirre exigía el “derecho” de la izquierda abertzale “a hacer su
relato”, sin “admitir atípicas tutelas de tipo ético”.
¿Cómo se articula este discurso del conflicto en
forma de relato? “Euskal Herria, pueblo negado y oprimido, sufre la
falsificación constante de su historia. Día tras día, la ofensiva ideológica de
los estados español y francés hace mella en nuestra perspectiva. Los medios de
comunicación, el curriculum educativo, el discurso institucional y la doctrina
antiterrorista llevan décadas imponiendo una versión adulterada de lo que somos
y hacemos”. Así define su labor Euskal Memoria, una fundación dedicada a
“recuperar” la historia de Euskadi desde una perspectiva que coincide plenamente
con las tesis de la izquierda abertzale. Su objetivo divulgador en cuanto al
relato de la teoría del conflicto es también claro: “En cuanto
entendamos la evidencia de que la
Guerra de 1936, el franquismo, la Reforma , el centralismo
francés y el constitucionalismo español son eslabones de la misma cadena, la
perspectiva global sobre el conflicto, su origen, efectos y resolución se
alterará. Solo entonces empezaremos a vencer también en la redacción de nuestra
propia percepción de la verdad”.
Iñaki Egaña es historiador y escritor y uno de los
fundadores y cabeza visible de Euskal Memoria. Considera que la Fundación “no es un
agente político” y “surge porque hay un desequilibrio evidente en el tema de
las víctimas y para intentar equilibrar un poco”. El objetivo es “hacer un
relato humano y físico de lo que han sido violaciones de los derechos humanos
en los últimos 80-90 años”.
Egaña percibe que “algún sector quiere hacer del
relato una batalla”, pero cree que no debería ser así. “Nunca ha habido ni puede
haber un relato único, debe haber varios relatos. “Hay víctimas de distinta
categoría y hay una línea que viene desde Areilza, desde el 37, en su famoso
discurso de que hay vencedores y vencidos y parece que el relato se debe
escribir en esa línea y yo creo que eso es un error y un fracaso a la hora de
abordar políticas públicas de memoria, de abordar con la mayor objetividad los
relatos. Probablemente el no aceptar una línea democrática de memoria es lo que
lleva a algún sector a pensar que el relato es un campo de batalla”.
Con todo, el responsable de Euskal Memoria rechaza
las acusaciones de manipulación que se le hacen. “Yo no me siento aludido”,
afirma, y argumenta que “para superar todas esas supuestas dudas, lo primero
sería abrir archivos, desclasificar documentos. Si estuviésemos en paridad para
investigar se podría ver quién manipula y quién no”.
¿Memoria o historia? Primo Levi, superviviente del
holocausto nazi y pionero en dar testimonio de las víctimas, escribió que “la
memoria es un instrumento maravilloso, pero falaz”. En este sentido, el doctor
en Historia Contemporánea y profesor de la UPV /EHU José Antonio Pérez alerta contra la falta
de rigor que puede existir a la hora de hacer el diagnóstico veraz sobre
nuestro pasado y del riesgo de que se cruce la “línea roja” al plasmarlo: la
justificación y legitimación del terrorismo de ETA. Miembro activo del
Instituto Valentín de Foronda de la
UPV /EHU y especialista en la investigación de temas
relacionados con la represión y la violencia política durante el franquiso y la
transición, Pérez ha participado en la comisión de expertos para la elaboración
del proyecto sobre el Instituto de la Memoria en Euskadi y participa también en la
comisión creada para la revisión y reconocimiento de las víctimas producidas
por los abusos policiales. Es, por tanto, una de las voces más autorizadas
sobre la reciente historia del País Vasco.
Consciente de que “estamos en la batalla del
relato”, este prestigioso experto opina que en este campo “están tomando ventaja
los publicistas de la izquierda abertzale”. Esto ocurre en parte, dice, porque
los historiadores no están preparados y en parte porque “las instituciones
públicas no han apostado por apoyar el relato de la historia académica, porque
siguen pensando que tan veraz es el relato de los historiadores como el de los
publicistas o apologetas, y eso es un profundo error y una torpeza de miras”.
Sin medias tintas, José Antonio Pérez arremete
contra la teoría de un conflicto en el que “todos hemos sufrido y hecho
sufrir”. “Esa teoría es bien clara: al final, todos somos inocentes. Extender
la responsabilidad de todos diluye las responsabilidades. Lo que se pretende
decir es que todo esto fue un tremendo drama donde todos fuimos responsables,
pero en realidad ninguno lo somos”. Pérez también es muy crítico con lo que
denomina “tercer espacio” en esta batalla de la memoria y que, sin
justificar a ETA, a su juicio yerra en el diagnóstico y “no entra al meollo”.
“ETA contó con un sector social importante, de entre 150.000 y 200.00 personas,
que defendió esas cosas y lo hizo posible con toda una red de delatores, y otro
sector importante dejó hacer o miró para otro lado. La versión de lo que
estamos viendo hoy nos pone también ante el espejo como sociedad: qué hicimos y
qué no hicimos en aquellos momentos. Eso resulta incómodo, es muy duro para una
sociedad democrática admitir que esto ha sido así, pero hay que hacerlo o no
seríamos rigurosos”, concluye.
Por su parte, Xabier Etxeberria, catedrático de
Ética de la Universidad
de Deusto y uno de los mayores expertos en temas de víctimas y memoria, propone
desterrar la lucha por el relato. “A mí me gustaría que no fuera una batalla,
sino un debate. La batalla plantea ganadores y perdedores y yo quisiera que
fuera un debate en el que hubiera en cierto sentido acuerdo y en cierto sentido
pluralidad y, combinando ambos, podríamos llegar a un acuerdo global”, resume.
Para alcanzar ese acuerdo, Etxeberria cree que deberían existir dos niveles.
Primero, un nivel básico, en el que hiciéramos una deliberación entre todos
para contar de alguna manera todos lo mismo. Ese nivel básico tendría que tener
una referencia a la verdad, una referencia, para empezar, objetiva de los
hechos materiales: muertos, víctimas. Después, debería haber otro acuerdo
básico, aunque más delicado: hacer la verdad empírica sobre los responsables de
los hechos violentos injustos. Sería complicado si se plantean hechos violetos
que estaban justificados, por lo que tendremos que tener un acuerdo sobre qué
es quebrantar los derechos humanos”, aclara. Tras este primer nivel básico, que
Etxeberria llama “el corazón” de lo que sería una dimensión compartida de la
verdad del pasado, habría un segundo nivel “de interpretación de las dinámicas
de los hechos”, donde, reconoce, “es más difícil ponerse de acuerdo”. “Si
tuviéramos el mínimo compartido de hacer la verdad sobre los hechos y sobre los
responsables según los parámetros de los derechos humanos, aclarando lo que
significa esto, no debería ser tan difícil”, matiza.
Andrés Krakenberger es un conocido activista por los
derechos humanos. Exportavoz de Amnistía Internacional en Euskadi, es una de
las cabezas visibles de la asociación Argituz, que recopila todas las
violaciones de derechos humanos en Euskadi y recientemente ha elaborado un
amplio informe sobre la tortura. “Siempre se habla de la santa trinidad,
que es verdad, justicia y reparación, pero Naciones Unidas habla de cuatro
principios. Falta el cuarto, la no discriminación. Aún tenemos graves
deficiencias”, afirma. Según Krakenberger, los reconocimientos a las víctimas
contenidos en los tres carriles de la legislación vigente -terrorismo contra el
Estado, otros terrorismos y abusos policiales- son “muy asimétricos”, lo que
lleva a que “toda la política que se quiere seguir en materia de memoria ha
seguido la misma asimetría”. “Es lógico: si haces un reconocimiento de primera,
de segunda y de tercera, vas a tener memorias de primera, segunda y tercera”,
zanja.
Este activista aboga sin dudas por una tercera vía:
“mirarlo con el prisma de los derechos humanos. Lo que pasó no es ni un
conflicto ni solamente un problema de criminalidad común, sino una serie de
violaciones de derechos humanos”, afirma. Pese al riesgo de “legitimación” de
algunos hechos, Krakenberger cree que una cosa es recordar todo lo ocurrido y
otra, reivindicarlo. La labor del historiador, dice, debe ser “fría, de
recogida de datos y de ofrecerlos para que el lector determine las
consecuencias éticas”.
En este contexto de batalla, cobra especial importancia
la labor institucional. El secretario de Paz y Convivencia del Gobierno vasco,
Jonan Fernández, como es santo y seña de su actividad, aboga por buscar un
“mínimo compartido”. “Pensar que hacer una política pública de memoria equivale
a que todos compartamos un mismo relato o interpretación de lo que ha ocurrido
es erróneo. La memoria es poliédrica y va a haber diferentes interpretaciones,
pero no es obstáculo para que intentemos compartir una valoración ética y
democrática mínima sobre lo que ha ocurrido”, argumenta.
Ese mínimo ético debería basarse, a su juicio, en
que la utilización de la violencia, la vulneración de derechos humanos como
arma política, no puede justificarse. “Considerar que ninguna causa política ni
de Estado está por encima de la dignidad humana, el derecho a la vida y los
derechos humanos. Eso implica reconocer la injusticia de la violencia”,
concluye.
La batalla de la memoria y del relato no ha hecho
sino comenzar y queda aún lo más difícil. Como también escribió el superviviente
Primo Levi, “esta escasa fiabilidad de nuestros recuerdos se explicará de modo
satisfactorio solo cuando sepamos en qué lenguaje, con qué alfabeto están
escritos, sobre qué materia, con qué pluma: hoy por hoy es una meta de la que
estamos lejos”.
Opinión:
Ya hemos llegado al nivel, a “meter el dedo en la llaga”.
Considero que en este tema se está dando voz a personajes que no tienen
experiencia alguna en la cuestión: víctimas recientes que no han sufrido el
abandono de las administraciones, “representantes” y “portavoces” que no han
pisado jamás un hospital y mucho menos un cementerio, individuos de probada
militancia en partidos políticos que nunca podrán tener la objetividad
necesaria… pero se están obviando las realidades vividas por víctimas de las de
“verdad”, de las que tenemos el reconocimiento administrativo que requiere la
legislación e incluso se están dejando de lado a víctimas que podrían (mos)
aportar las experiencias sufridas en primera persona pero que abogamos por un
objetivo común, libres de los hilos partidistas e ideológicos que se intentan
imponer desde las alturas y con la intención de hacer pedagogía positiva y no
de revancha, venganza ni rencor.
Como ejemplo, la idea de enseñar “la historia del
terrorismo” en la ESO
y Bachillerato. ¿Quién va a plantear esa información de manera objetiva? ¿Quién
va a hablar de estos temas? Seguramente los coordinadores mostrarán nuevamente
un alto nivel de cobardía y contarán con aquellas víctimas que presenten la
lección aprendida y de forma subliminal (o no, que mas les da) ofrecerán apoyo
a ciertas ideologías partidistas, con lo que se dejarán en el olvido las realidades
sociales que se han vivido y la ,pluralidad existente en todo este mundo.
Solo una cosa mas: aún haciendo el esfuerzo de
estudiar el mal llamado “fenómeno” terrorista e intentando contrastar las
informaciones constantemente… por mi parte, como víctima civil de terrorismo
cuando era un simple carnicero anónimo en “Hipercor”, no aceptaré nunca el
planteamiento que algunos puedan vender sobre la existencia de dos bandos y
aquello de que “estamos en una guerra y en las guerras hay victimas civiles y
victimas militares”… eso, cuando quieran y donde quieran, lo explicaré. Al fin
y al cabo, soy de los pocos que quedan desde que empezamos en los años 80 del
siglo pasado.
Para mi, la memoria no es ningún conflicto, es una realidad vivida y demostrable.
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