16 enero 2015
Terrorismo:
“Alterar gravemente la paz y seguridad ciudadana”
Robert Manrique
Víctima del atentado de ETA en el Hipercor de
Barcelona. Exdelegado de la AVT
en Cataluña. Excoordinador del SIOVT - Departamento de Justicia de la Generalitat de
Catalunya.
Comenta un excelente jurista que “los abogados
estamos acostumbrados, cuando hay una tragedia, a tirar el Código
Penal a la basura y comprar otro nuevo”. Excelente manera de resumir lo
que estamos viviendo tras el atentado ocurrido en la sede de Charlie Hebdo en
París. Han tenido que ocurrir los ataques en el país vecino para que se haya
pasado de la nada al “casi” todo en materia de control de los posibles ataques
de ese tipo de terrorismo.
Leo en eldiario.es que se está
planteando desde el Gobierno equiparar los escraches, las huelgas con piquetes
o la alteración de un pleno parlamentario a lo que se considera como acción
terrorista.
En mi etapa como delegado en
Cataluña de la antigua AVT tuve el privilegio de colaborar en las propuestas
para la Ley de
Solidaridad 32/1999, la primera ley que pretendía encontrar solución a los
parches legislativos y a los vacíos legales con que nos enfrentábamos las
víctimas del terrorismo de las últimas décadas del pasado siglo. Recuerdo de
memoria la redacción para definir quién debería ser reconocido como víctima del
terrorismo y, por tanto, lo que se debía entender como “terrorismo”: artículo
3, punto 1... Beneficiarios: “las víctimas de actos de terrorismo o de hechos
perpetrados por persona o personas integradas en bandas o grupos armados o que
actuaran con la finalidad de alterar gravemente la paz y seguridad ciudadana”.
Y ahora, quince años después ¿nos
cuentan que un grupo de ciudadanos que se manifiesten ante un domicilio podrán
ser equiparables a bandas o grupos armados? ¿Intentar imponer que un grupo de
trabajadores reclamando los derechos adquiridos tras décadas de esfuerzos
sociales son el equivalente a quien altera gravemente la paz y seguridad
ciudadana?
Algunos ejemplos servirán para
entender lo arriesgado, a mi modesto entender, de tales propuestas
gubernamentales. Hay muchos pero presento dos: en mayo de 2002 un ciudadano
barcelonés fue alcanzado por la onda expansiva de la bomba que había colocado
un exmiembro de la ya extinguida Terra Lliure en un cajero. El pobre abuelo
estaba regando las plantas en su balcón sobre de la entidad bancaria. Pese a
nuestros esfuerzos (los suyos, los míos y los de un excelente abogado) jamás
conseguimos que fuera reconocido como “víctima del terrorismo” porque el
argumento de la
Administración era que el autor, detenido y confeso, actuaba
a nivel individual. Es decir, que quien colocaba artefactos explosivos en
cajeros automáticos y había sido miembro de una banda terrorista causando
heridas muy graves a un ciudadano anónimo no era un terrorista porque actuaba
“por libre”. Para el Ministerio de Interior la colocación de diversas bombas en
entidades bancarias no alteraba gravemente la paz y seguridad ciudadana. Pero
ahora las mentes pensantes descubren la existencia de los llamados “lobos
solitarios” y van a modificar innumerables reglamentos para que sean
perseguidos como terroristas.
Vamos a por el segundo. Un grupo de
cabezas rapadas, con una estética que muestra claramente la pertenencia a una
banda, apalea a un joven de otra raza hasta casi causarle la muerte. La paliza
se produce con el uso de puños americanos, bates de beisbol y barras metálicas.
Se cierra el tema como acto violento. Al parecer, tampoco alteraba gravemente
la paz y seguridad ciudadana.
Sinceramente, le hago saber al
gobierno que no se preocupe... el abuelo en cuestión murió diez años después
sin haber sido reconocido como víctima del terrorismo. El chico negro
sobrevivió, jodido, pero vivo.
Con toda la experiencia acumulada
desde 1987 por el atentado en Hipercor, solicito a los responsables de redactar
las leyes que se tomen su tiempo en delimitar con exactitud qué será reconocido
como delito de terrorismo. Y por extensión, como víctima. Ser ciudadano no es
sospechoso de ser un delincuente. Porque rectificar es de sabios y las prisas
son malas consejeras.
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