10 mayo 2015
Un alcalde del PP los casó entre rejas
La andaluza
y el etarra arrepentido (con más de ocho apellidos vascos)
Un preso arrepentido de ETA
condenado por tres asesinatos con coche bomba
Una trabajadora social gaditana
que desmontó su odio al 'enemigo español'
Rekarte: 'Pequé contra el quinto
mandamiento y me resulta muy difícil perdonarme'
En un pequeño pueblo plagado de
caseríos entre montes verdes y nublados, en el norte de Navarra, Iñaki Rekarte regenta una
antigua herriko taberna que ha reformado. Tras 21 años en la
cárcel y el último año y medio en libertad, donde antes lucían heroicas caras
de terroristas como la suya él prepara pintxos sin consignas políticas. Los
sirve su mujer, Mónica García de Paredes, una gaditana de ojos
vivos y sonrisa clara que le llama "chiquillo" y "maitia
(cariño)", y que se desenvuelve con desparpajo en un lugar donde todo
suena como suena el euskera. Es
el amor prohibido que comparten un vasco fornido y una andaluza menuda y de larga y lisa cabellera morena
tras la barra del Ekaitza (tormenta) de Santesteban (Doneztebe). Se amaron entre rejas y allí
los casó un concejal del PP. A él, miembro de ETA que mató a tres personas en
nombre de Euskal Herria, condenado a 203 años, hoy arrepentido, y a ella,
trabajadora social expulsada de las prisiones por su relación con el peligroso
recluso.
El tabernero franco de pasado negro -"siempre" acompañado por
los fantasmas de sus muertos- cuenta su historia en un libro, Lo difícil es perdonarse a uno mismo. Matar en nombre de ETA y
arrepentirse por amor (Península, 2015), fruto de largas
conversaciones con el periodista Mikel Urretavizcaya. Su relato parece propio
de una película, como la del señorito andaluz y la abertzale de Ocho apellidos vascos, en una suerte de Argoitia
euskaldun. Pero es una vida real, marcada por la violencia y por el amor como
salvación. "Quiero contarlo todo, todo", dice a Crónica. "Creo
que es necesario".
Todo
empezó una mañana de septiembre de 2003, cuando el etarra llevaba más de una
década en la cárcel. "De repente apareció ella". Una
mujer "sin odios, sin enemigos" que "lo cambió todo".
Rekarte Ibarra Korta -y así sigue la "lista completa" de apellidos
vascos- estaba a punto de cumplir los 32 años. Había entrado en la cárcel a los
20 y se había hecho un hombre entre rejas, rodeado de reclusos que, como él, se
llamaban "presos políticos vascos". Cumplía condena por el
asesinato a sangre fría de tres personas en Santander, aunque podían haber sido
muchas más en su corta pero mortífera trayectoria en ETA. En Puerto I, Cádiz,
era un FIES (Ficheros de Internos de Especial Seguimiento) que compartía cárcel con yihadistas.
Ella, una joven que había entrado de prácticas al centro para dar cursos a los
reclusos.
Las drogas y
ETA
Él,
nacido en 1971 en Irún, la frontera entre Guipúzcoa y Francia, en una familia en la que no se
hablaba de política -aunque
su padre era simpatizante de la izquierda abertzale; su madre, una devota
catequista-, mantenía incólume "la lista completa de apellidos
vascos". Había sido un adolescente de clase media, un hijo "casi
modélico", con ganas de aventura, y en la plaza principal
de Irún, donde la droga fluía fácil, lo había probado todo: LSD, tripis,
heroína inyectada. Su amigo Juanra, Juan Ramón Rojo González, fue quien lo
delató ante su padre, por lo que Iñaki Rekarte acabó "conviviendo con
drogadictos" en el Proyecto Hombre. Ese mismo amigo que
le salvó de las drogas fue quien le introdujo en ETA.
¿Por qué
ETA? "Tenía un empleo seguro y bien remunerado (más de 100.000 pesetas de
la época) en Laminaciones de Lesaka, una empresa al norte de Navarra, dinero,
novia, y hasta me había comprado un coche". Su amigo Juanra le puso la
miel en los labios y él tomó
la decisión "insensata y absurda" de no decirle que no.
Querían pensar que había «un motivo elevado» para aquello; hoy dice que, en
realidad, lo que les atrajo fue la "fascinación" por las armas. A
ello se sumaba una "rebeldía" interiorizada: cuando
tenía 14 años, su aita pasó cinco meses en la cárcel acusado de haber ayudado a
la famosa fuga de Joseba Sarrionandia e Iñaki Pikabea de la cárcel de Martutene
(San Sebastián) ocultos en los bafles del cantante Imanol. El padre fue
"torturado" y él por primera vez subió con su madre a uno de esos
autobuses de familiares de presos rumbo a la prisión de Herrera de la Mancha. "Fue como una
incursión en territorio enemigo".
'Y al fin
matamos'
Con 19
años, su amigo y él entraron en ETA a
través de Josetxo Etxeberria, miembro de un comando legal (no
fichado por la Policía ).
Primero formaron grupo con José Ramón Goñi Ruiz, hijo del gobernador civil de
Guipúzcoa, el socialista José Ramón Goñi Tirapu. La "aventura" les
resultó atractiva: intentaban colgarse galones
ante ETA cumpliendo
sus objetivos: "policías, guardias civiles y traficantes de droga",
mientras dormían en la casa paterna y continuaban con sus juergas. Lo primero
fue una bomba lapa, frustrada. Después, el robo a mano armada de un subfusil
Z-70 y un fusil de asalto CETME en el acuartelamiento militar de Araca, cerca
de Vitoria, donde Juanra había hecho la mili.
Se
cansaron de las bombas lapa, querían el cuerpo a cuerpo, y fueron a buscar a
dos hermanos camellos. Según su relato, fue su amigo quien tiroteó y mató a
Francisco Gil Mendoza en medio de la plaza donde Rekarte se había metido de
todo. El otro hermano, Alfredo, al que había conocido Rekarte dos años atrás en
Proyecto Hombre, sobrevivió. Eran los años en los que ETA reivindicaba la lucha
contra la droga para defender la "pureza" de los jóvenes vascos porque
supuestamente la Policía
estaba alentando su consumo para mermar la cantera de ETA; lo sostiene hoy Juan
Carlos Monedero. Aunque Rekarte opina lo que otros muchos: que, curiosamente,
la banda nunca atacó a los peces gordos. "Los eliminados fueron siempre
figuras de bajo perfil, a veces drogodependientes que ya estaban heridos de
muerte por la propia droga".
Aquella noche durmió en su cama; le despertó
su madre:
-Iñaki,
han matado a uno en la plaza de Urdanibia.
Y él se
puso contento. Años después tendría contacto con la hermana de los dos
traficantes. Se lamentaba de que fueran consideradas víctimas "de segunda
categoría". A raíz de aquel atentado, ETA les envió un mensaje: "Ya no más traficantes; a
partir de ahora, policías y guardias civiles".
Los dos
terroristas novatos no mataron al empresario Víctor Manuel Navascués,
propietario de un taller de automóviles en Irún y señalado como ultraderechista,
porque "cambió de bar habitual". ETA, dice, mataba así:
"Alguien, un
simpatizante que hacía vida normal en su
pueblo, pasaba un papel con información sobre diversos objetivos a otro vecino,
quien posteriormente la hacía llegar al comando operativo" y éste decidía
contra quién actuar «en función de las circunstancias y de las posibilidades de
éxito». En su acelerada carrera criminal por mostrar
su "buen hacer" a los mayores de la banda, colocaron
una bomba en el bar Nuevo de Irún, propiedad de un militar. La Policía acabó pisándoles
los talones y su contacto en ETA les recomendó esconderse "en casa de
alguno de Herri Batasuna" que conocieran. Acabaron Juanra y él cruzando a
pie la frontera con Francia. Y conocieron las entrañas de ETA.
Francia,
paraíso terrorista
Tras
recalar en una familia amiga de la banda, los jóvenes terroristas fueron
alojados en el refugio para etarras que tenía montado en Espelette un cura
llamado Pantxoa Garat, que acabó en la cárcel por ello. Irónico. Era un hombre
"bondadoso que declaraba de forma rotunda su oposición a la violencia y
los asesinatos" mientras acogía
a los asesinos o asesinos potenciales huidos. En aquella casa
se encontró con muchos de ETA cuyas vidas se cruzarían en la cárcel años
después. "Tipos duros dispuestos a formar parte de un comando y cumplir
los objetivos sin rechistar", tipos que se agarraban, cuenta, "unas
borracheras tremendas". Enfrente de la casa había una gendarmería.
"Según nos explicaron, los agentes franceses sabían perfectamente quiénes éramos y qué hacíamos en ese
lugar", dice. Después estaría oculto en varias casas, como la de un
cartero y una enfermera con dos hijos.
Acabó en
la región de Bretaña, donde los nacionalistas bretones no ocultaban su comunión
con los terroristas vascos. Era "el paraíso de ETA". Los paisanos los
tocaban como a "animales de feria", les aplaudían, se
emborrachaban con ellos, eran héroes. "Hasta fuimos a comer con el
alcalde". Era la "escuela de comandos" de la banda, de donde
salían preparados para cruzar la frontera y matar. En una casa cercana a
Burdeos, durante 10 días, le enseñaron "a montar temporizadores con
relojes, a manejar armas, a montar bombas, a preparar trampas, a fabricar
varios tipos de explosivos y a preparar coches bomba". Después recibiría
la bendición del entonces jefe
todopoderoso de ETA, Francisco Múgica Garmendia (Pakito), en
una especie de consulta médica que le recordó a El Padrino. Pakito le regaló
una Sig Sauer y le encomendó su misión: sería jefe del comando Santander,
completado por Luis Ángel Galarza (Koldo) y la independentista catalana Dolores
López Resina, Lola. Les dijeron: "Matad todo lo que podáis".
Los daños
colaterales
Ya en
Santander, tras muchos sondeos, algunos sustos y con tres millones de pesetas
traídos de Francia, eligieron su objetivo: sembrarían el terror en el barrio de
La Albericia. Fue
Rekarte quien, al caer la noche del 19 de febrero de 1992, apretó el botón del
mando que activó
la bomba al paso de una furgoneta de la Policía Nacional.
Oyó voces, gritos, chillidos. "El horror". Nadie sospechó de él que,
con unas falsas gafas redondas, parecía un simple estudiante. Asesinó a un matrimonio,
Julia Ríos Ruiz (panadera, de 41 años) y Eutimio Gómez Gómez (calefactor del
Hospital Marqués de Valdecilla, de 43), cuando iban a montarse en su coche;
dejaron huérfanos a dos hijos. También
murió Antonio Ricondo Somoza, de 28 años, que había terminado
su carrera de Químicas y pretendía casarse poco después. "En ese momento»,
relata con crudeza, «no teníamos la sensación de haber matado a tres
inocentes".
"No
habíamos logrado los objetivos que nos habíamos marcado", los policías.
Los tres asesinados eran inoportunos "daños colaterales". Al día
siguiente intentaron otro atentado que no fructificó. El
cuartel viejo de la
Guardia Civil en la calle Alta de Santander. Tuvieron que
abortarlo por el fallo del transmisor.
"Suena
duro expresado en palabras, pero tal como yo lo veo, extraer información a
golpes era el único margen que le quedaba a la Policía " en unos años
en los que los cuarteles de la
Benemérita eran verdaderos guetos -tenían sus propios bares
dentro de las instalaciones- por el pánico a ETA, esa "palabra mágica" que
aterrorizaba a todos. Después pasó a la dirección general de la Guardia Civil en la
madrileña calle Guzmán el Bueno. "Cinco días" de prisión incomunicada
marcados por un maltrato
más "sofisticado". En un "siniestro
sótano", desnudo, con una bolsa de plástico en la cabeza, era llevado casi
hasta la asfixia; con una capucha en la cabeza, sacudido por descargas
eléctricas; golpeado hasta en los testículos, cuenta. El forense le echaba crema
en las magulladuras y el juez de la Audiencia Nacional ,
dice, no quiso saber nada. Tras un imborrable año en ETA, se convirtió en carne
de presidio.
Al tener
20 años empezó en el área de menores de Alcalá Meco, donde los presos hacían lo
que fuera por la metadona de la enfermería; uno canario llegó a rajarse un ojo.
Después le trasladaron a Cáceres II, en régimen de aislamiento, donde abandonó
abatido una huelga de hambre de 35 días organizada por el entonces poderoso
Frente de Cárceles de ETA cuando su novia de entonces le anunció que le dejaba.
Tras simular, cuenta, un intento de fuga para que le cambiaran de una prisión
en la que le ahogaban los recuerdos de esa relación rota, acabó en Puerto I,
Cádiz, territorio de los presos más peligrosos de España. La dureza de los
funcionarios, que hacían de aquél un centro "inhumano", le llevó a
encerrarse en el grupo de presos de ETA. "Me
volví muy radical". "Jamás había odiado a España ni a
la Guardia Civil ,
fue en la cárcel donde aprendí a odiar". La llegada de etarras radicales
como Mitxel Sarasketa impuso en el
grupo la doctrina de ETA, con reuniones semanales y folletos
que entraban en la cárcel con las directrices de la banda. Les estaba prohibido
asistir a cualquier curso, hasta barrer el patio; todo era «connivencia con el
enemigo». Intentó fugarse, esta vez de verdad, sin éxito.
Ligues
abertzales
En la
prisión gaditana había recibido a mujeres y mantenido relaciones sexuales con
varias chicas. Todas vascas, a través de la especie de panel de contactos que
el entorno de ETA colocaba en bares y fiestas populares: la fotografía del
preso, con su cárcel correspondiente. A Rekarte, que para ese mundo era un héroe,
un héroe joven y guapo, le llegaban cartas. Con una de esas chicas mantuvo una
relación de siete años: O., una hermosa bertsolari de Gernika (Vizcaya), que
era como debía ser, "guapa, vasca y euskaldun". Pero la mujer que le
daría un golpe en el corazón no era ni
vasca ni aún menos vascoparlante. Era «parte del enemigo».
"Al
principio, incluso, me hablaba mal de los andaluces, de los gaditanos. Y yo le
decía: 'Pero chiquillo, ¿tú nos conoces a nosotros?' (...) Poco a poco, creo
que le hice ver que al otro lado de los muros de la prisión había gente normal y corriente,
que no éramos malos por no pensar como él", recuerda ella.
Mónica es
la menor de nueve hermanos de
una familia de "señoritos andaluces", los García de
Paredes Núñez de Prado. De padre gaditano, pudiente, y madre de clase obrera de
Vallecas (Madrid), nació en Barcelona, donde trabajaba el padre, hasta que con
14 años la familia se mudó a Cádiz. Aprobó la selectividad, empezó pero no
acabó Pedagogía y terminó de dependienta en una tienda, desde la que todos los
días veía a gente acercándose al comedor social situado tras el
establecimiento. Fue cuando, con 29 años, decidió estudiar Trabajo Social y
encontró su pasión. Eligió
las prácticas que nadie quería, en la cárcel de Puerto I, no muy lejos de su casa. Sentía
"curiosidad" por aquel mundo hostil que había conocido a través de su
querido tío Susi, un hombre metido en las drogas al que vio marchitarse en la Modelo de Barcelona y en
Carabanchel.
En Puerto
I, a esta joven alegre y llena de vida, rodeada de una familia grande y de
muchos amigos, le impactó "la enormidad de las puertas" que se abrían
y cerraban a su paso, el olor a sudor, los hombres desgarbados, los tatuajes.
Al año siguiente compatibilizó ese trabajo con la tienda y con un centro de
acogida a mujeres a las que les habían quitado sus hijos por sus problemas con
las drogas. Al siguiente pasó al módulo 4, el de Iñaki Rekarte.
Él jugaba al ajedrez cuando ella le sonrió y le saludó:
"Buenos días". Quedó tocado, cuenta, por su belleza, su simpatía, su
"aire de india americana" como las que aparecen en las películas del
Oeste. Le embaucó "el color moreno de su piel y su pelo liso"; su
manera de hablar "segura, firme, pero con aquel acento tan andaluz".
"Hacía
falta mucha personalidad para enfrentarse a la cárcel, y Mónica la tenía".
Y, aunque la sentía fuera de su alcance, fue a buscarla. El lugar, la sala de
calderas. Los alumnos, presos en su mayoría analfabetos que aprendían con ella
trámites como el de sacarse el DNI. El recluso de ETA hizo lo inimaginable,
apuntarse al curso, empujado por "el poder de una sonrisa".
Conectaron.
"Sentí que eras alguien
especial. Fue eso, el enamoramiento, de pronto, así, sin más. Debió de ser lo
del flechazo", le escribiría ella en uno de los mensajes ocultos que empezaron a pasarse cuando se cruzaban en la cárcel, en el
patio. Era una chica dicharachera en medio del infierno, alguien "con poco
interés por la política y nulo conocimiento" de lo que ETA pretendía,
"salvo la separación de España". La familia y amigos de ella, todos
gaditanos, rechazaron
con vehemencia su relación con un condenado de ETA. Su padre se
enteró por un amigo, El Peineta.
-Mónica
está ennoviada con un etarra.
- ¿Cómo,
ennoviada?
-Que sí,
que está enamorada, o lo que sea, de un tal Rekarte, un preso peligroso de la ETA , un tipo que se cargó a
tres personas en un atentado en Santander con un coche bomba y que cumple
condena por una porrada de años. Vamos, un tipo fino.
Mónica y su
adiós a Cádiz
Sus jefes
le pusieron malas caras primero y luego le dijeron: "Si no cortas con Rekarte, se acabó tu carrera de trabajadora
social en las cárceles". Hablaban en el locutorio,
separados por un cristal; él le mandaba flores a través de un familiar de Irún.
Los funcionarios que habían sido sus compañeros la miraron con desprecio la
primera vez que ella, asumido el sacrificio y expulsada de su empleo, cruzó las
puertas de Puerto I para un vis a vis que discurrió en una sala sólo provista
de una cama y una silla. Hicieron el amor en el suelo, sobre una manta limpia
que había llevado el preso.
El resto de los encuentros serían
parecidos, siempre con micrófonos en las paredes. Él intentaba restarle
importancia ("¿Qué, os ha gustado el de hoy? ¿Sufriendo ahí dentro con lo
que oís, no?"); ella, intentando
tapar los micrófonos con toallas. Sus padres y sus hermanos le
decían que estaba loca.
A ella la
vigiló la Policía
durante un tiempo; Rekarte está convencido de que fueron ellos quienes le
robaron una vez el bolso. Pero lo que encontraron no fue política ni planes de
fuga; sólo cartas de amor. A él las dudas por haber "matado por la patria" ya le habían
comenzado a asaltar; la "supervivencia" atada al
grupo y a sus ideales le había empezado a fallar; pero ella lo acabó de
confirmar. Un día él le escribió su historia "sin medias verdades" en
una carta que, sospecha Rekarte, leyó alguien importante de Instituciones
Penitenciarias. En ella le decía que quería romper con ETA. Lo trasladaron a
Salamanca, quizá para romper su relación, y ella le siguió. Allí, a miles de
kilómetros de Cádiz, le visitaba cada 15 días, y allí se casaron.
Boda por un
alcalde del PP
Ofició la
ceremonia un "tío muy majo", Juan Manuel Fulgencio Martín, alcalde de
Topas, del PP, que, aun consciente de su historial, les prometió: "Procuraré que sea el día más feliz de vuestras vidas". Diez familiares entraron en la
cárcel. Los de él cantaron versos en euskera; el padre de la novia leyó un
texto del evangelio de San Lucas. Lo celebraron fuera, todos menos el preso.
La
ruptura de la tregua pactada por el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez
Zapatero con la bomba de la T-4
en Barajas fue "la gota que colmó el vaso" para Rekarte. Aunque en su decisión de separarse ya "completa y definitivamente" de ETA parece
que pesó más el nacimiento de su hijo Iñaki, en tierras gaditanas. El terrorista
que había dejado a dos niños sin padres se dijo que haría lo posible por no ser
un padre ausente. Empezó el viaje al enfrentamiento con la organización que
había sido su "clave".
Envió a la Iglesia un texto en el que repudiaba la violencia. Y de Salamanca, la dirección de
Instituciones Penitenciarias liderada por Mercedes Gallizo le trasladó a
Villabona (Asturias) y más tarde a Nanclares (Álava), puntas de lanza del
laboratorio de reinserción que se conocería después como vía Nanclares. Allí
compartió largas conversaciones con presos también disidentes como Valentín
Lasarte, asesino de Gregorio Ordóñez.
"No
existe razón alguna que justifique las barbaridades que en nombre de ETA muchos
ciudadanos hemos cometido durante décadas. Pido perdón a las víctimas que
causé, entiendo lo duro y casi imposible que tiene que resultar convivir con
ello y perdonar a quien te ha destrozado la vida para siempre. Jamás volveré a utilizar la
violencia contra otro ser humano. Tampoco
la justificaré ni callaré frente a quien persista en ella, mi otro gran error
en la vida", escribió entonces. Rekarte, que con su trabajo en la cárcel
empezó a pagar las indemnizaciones a sus víctimas, cree que muchos otros iban a
seguir sus pasos pero se echaron atrás por "pánico".
"Se
vieron volviendo a sus pueblos como traidores a la lucha".
La segunda
vida
Mientras
tanto, Mónica se había instalado en Irún con el niño. Lo pasó mal: echaba de
menos Cádiz, su casa, sus raíces, a sus amigos. "Sentí una soledad muy
grande, que todavía siento", dice ella. La cosa mejoró
cuando su marido preso logró el segundo grado penitenciario y empezó a recibir
permisos. El primero, 72 horas en las navidades de 2009, empezó con su
asombrada visita a un hipermercado, por primera vez en 17 años. Llegarían después
fines de semana, un trabajo como jardinero a través de un amigo... Salía pronto
a trabajar y por la noche volvía a la cárcel de Martutene. La libertad
definitiva se la dio la anulación por parte del Tribunal Europeo de Derechos
Humanos del carácter retroactivo de la doctrina
Parot, en noviembre de 2013, tras 21 años entre rejas. Un alquiler barato los llevó
a la tierra de su familia materna, al norte de Navarra. E hicieron el camino
inverso al habitual: primero la boda, después la convivencia.
En el bar Ekaitza la familia ha
recibido la visita de una víctima de ETA, la viuda del gobernador socialista de
Guipúzcoa, Juan María Jáuregui. El arrepentido también se ha reunido, por
iniciativa del director de Nanclares, Juan Antonio Pérez Zárate, hombre clave
en el paso atrás de varios etarras, con la viuda de otro asesinado, en el marco
de una serie de reuniones
"informales" entre miembros de ETA y víctimas que el
Gobierno "no autorizó pero sí permitió". Rekarte, muy nervioso, llegó
tarde y se quedó en blanco. "Ella era una mujer buena, que hablaba sin
odio. (...) Había estado enamorada de su marido. Soñaban con envejecer juntos.
(...) A sus hijas no les había dicho que venía a hablar conmigo. Creyó que no
lo entenderían".
Cuando
fue excarcelado leyó en un periódico las declaraciones del padre de Antonio
Ricondo, el chico de 28 años al que mató en Santander, antes de que se casara.
Decía: "Ninguno de ETA se merece perdón cuando hay víctimas de por
medio". Rekarte querría contarle que siente "enormemente" lo que
hizo, pero entiende
su rechazo absoluto. "Si el asesinado hubiera sido mi
padre», se pregunta, «¿qué haría? ¿Aceptaría la petición de perdón del
asesino?".
En el
hermoso valle de Santesteban donde vive la segunda vida que sus víctimas no han
podido, habla a su hijo mayor y a la pequeña en euskera, porque será euskaldun
hasta la muerte, afirma, "igual que un ruso es ruso y un holandés,
holandés". Pero ahora defiende que la lengua, tan manchada por ETA, no es motivo para asesinar ni
amenazar. Ha dicho cosas que nadie con su pasado reciente ha
dicho. Hace un año causó un terremoto en la izquierda abertzale con unas frases
difíciles de olvidar: "Otegi no es ni mucho menos un hombre de paz, es un
cobarde. (...) ¿Si estoy arrepentido? No sabes cuánto. No me arrepentiré lo
suficiente el resto de mi vida". Indolente a las críticas del que fue su
mundo, quiere que su historia sirva
"para algo".
Ha
visitado dos veces los carnavales de Cádiz y su Semana Santa, donde ha
aprendido a amar aquello por lo que mató. Adonde no ha ido aún es a Santander,
al barrio obrero de La
Albericia , donde murieron tres de las más de 800 víctimas de
ETA. "Imposible olvidar el
horror generado y sus terribles consecuencias -tres muertos, una veintena de heridos
y una ciudad en estado de shock- cuando la responsabilidad de todo aquello
recaía en el dedo con el que apreté el mando a distancia que hizo estallar el
coche bomba".
"Hay dos caminos cuando eres preso
de ETA: o terminas verdaderamente mal, sobre todo si tienes
conciencia de haber hecho el mal (...), o tratas de taparlo escondiéndolo bajo
el manto de la política, de la represión en Euskadi, de la situación de los
presos, de lo que sea".
"Al
principio tratas de olvidarlo todo, de enterrarlo en algún lugar lejano de tu
memoria, pero siempre vuelve, y lo hace para quedarse contigo, no puedes
quitártelo de la cabeza, continuamente va a tu lado. (...) Vuelven a ti los muertos que causaste",
escribe Rekarte. "Con el paso de los años nadie se acordará de ti, salvo
los familiares de las víctimas, que te maldecirán".
A sus
hijos un día les explicará: "Maté a tres personas y es algo que pesa sobre
mi conciencia. (...) Pequé contra el quinto mandamiento y me resulta muy
difícil perdonarme.
Porque lo más difícil es perdonarse a uno mismo".
Opinión:
Vaya día de preguntas y
respuestas. No solo de medios de comunicación sino de mucha gente a través de
las redes sociales e incluso en la calle. A la entrevista que esta noche se emitirá
en La Sexta solo
digo que todo aquello que sirva, con le ley en la mano, para conseguir que
nadie mas sufra lo que tantos ya hemos sufrido antes, bienvenido sea.
Cuando le explicaba a según quién
que no es primera vez que un medio entrevista a un condenado por atentado terrorista,
me decía que eso era imposible. Cómo se nota que la memoria es selectiva o
incluso ignorante... este mismo periódico, El Mundo del Siglo XXI, entrevistó ya
hace meses a uno de los condenados por los atentados del 11 de marzo del 2004,
en los que hubieron 191 asesinados y mas de 1700 heridos de diverso grado. Para
quien quiera consultarlo, fue el 4 de noviembre de 2006 si la memoria no me
engaña.
Dicho esto y llevando el tema al
terreno de lo que algunos denominan “LAS” víctimas del terrorismo y con los líos
que se han organizado hace unos pocos días... ¿protestó la AVT o DyJ por esa entrevista?
No me consta que lo hiciera.
¿Protestará ahora por la
entrevista de hoy en El Mundo del Siglo XXI? A estas horas, no me consta
noticia alguna sobre que hayan tomado alguna decisión al respecto. ¿Síndrome
de Estocolmo en domingo?
¿Opinará alguien sobre el político
que casó a este asesino con su esposa? Me da a mi que no y menos todavía si
comparten siglas políticas en el mismo partido para las próximas elecciones.
En cuanto a la entrevista con el
terrorista Rekarte, solo decir que sería una excelente noticia que el resto de
terroristas tomaran el mismo camino, el del arrepentimiento y el reconocimiento
del daño causado. Y razono esta opinión absolutamente personal en algo tan
sencillo como el recuerdo... comprendo que exigir a la banda terrorista ETA como
colectivo que reconozca el dolor causado y pida perdón es un imposible porque
siempre quedará algún (o alguna) terrorista que no lo pedirá y, por tanto, la
unanimidad en este aspecto es pura imaginación. Pero SI se puede exigir a cada
uno de sus miembros que lo haga: que pida perdón o, cuanto menos, muestre el
debido y público arrepentimiento ante la sociedad. Y muchos, como este, lo están
haciendo. Por tanto, si hacen lo que se les exige ¿debemos reprochárselo también?
Si hace cuatro años nos hubieran jurado que ETA estaría derrotada y buscando a
alguien con quien negociar el desarme ¿nos lo hubiéramos creído?
Además, ¿cuántas víctimas han
perdonado lo ocurrido basándose en sus creencias personales, filosóficas o
religiosas? Sorprendería a muchos conocer el número de quien lo ha hecho. ¿Y no
es esa una decisión personal e intransferible, a la que nadie debe poner
impedimentos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario