12 mayo 2015
Sin perdón
En periodismo todo lo que no sea atacar enaltece. El
tratamiento de un tema nunca podrá ser tan decisivo como la propia elección de
ese tema, porque en un régimen de opinión pública nada es tan valioso como la
suspensión del anonimato, y nada tan despreciable como no hacer aprecio. Y dado
que el periodismo, según suele recordar Arcadi
Espada, inevitablemente canoniza todo lo que toca, debe escoger
con mucho cuidado a quién da voz o sobre quién posa su foco santificante si se
trata de periodismo televisivo, sintagma que quizá no siempre exprese un
oxímoron.
Entrevistar a un etarra es
reivindicarle como interlocutor: aprestarse a oír sus razones. Concederle
razones, para empezar. Pero ¿y si ese etarra estuviera genuinamente
arrepentido? Entonces al periodismo se le presentaría la oportunidad no ya de
dar una exclusiva, sino de contribuir a fijar la historia de ETA en su abyecto
canon, sin equidistancias, que es la batalla que hoy toca librar. Aun en este
supuesto, la moralidad de la entrevista dependerá del grado de sinceridad que
el periodismo sea capaz de tasar en su entrevistado. Sucede que el periodismo
no se inventó para tasar sentimientos sino hechos.
Que Iñaki
Rekarte asesinó a
tres personas e hirió a una veintena es un hecho. Que está promocionando un
libro, es otro. Que su grado de arrepentimiento le ha alcanzado para superar
dos escrutinios tan opuestos (y tan arbitrarios a veces) como los de las
autoridades penitenciarias para acogerle a la vía Nanclares y las de ETA para
expulsarle por traidor, es otro. Pero que Rekarte luzca como un hombre
devastado por la culpa, ganado verosímilmente para el bando de la conciencia
por la experiencia del amor y la paternidad, ya son solo percepciones. O sea:
el ámbito propio de la televisión. Ahí donde el periodismo naufraga.
El etarra Rekarte, tamizado
por la posproducción de Évole (¡y aun invitado a un chat de este
periódico!), porta un mensaje para justificar su indigna presencia delante del
periodismo: el terrorista que huye del odio y busca la paz íntima. No la
encontrará nunca, porque el dolor que causó no fue privado: debe perdonárselo
toda la sociedad. Cuando alguien mata, nos enseñó William Munny en Sin perdón, arrebata a la víctima todo lo que tiene y
todo lo que podría tener. Y esa clase de afrenta ya nunca termina. Pero si
consagra su vida al testimonio, reparte entre sus víctimas los beneficios del
libro y colabora con la justicia, entonces quizá un día él termine de
perdonarse. Porque los demás no lo haremos jamás.
Opinión:
De lo más importante
de este reportaje producido por Jordi Evole quisiera escoger dos temas. El
primero, la demostración ante 3.000.000 de televidentes que el ser terrorista
no es, ni mucho menos, ser un héroe por mucho que durante años la banda
terrorista ETA, su entorno e incluso ciertos medios de comunicación lo hayan
intentado vender así. Se demuestra que, por encima de todo, eran unos
descerebrados utilizados por gentuza mucho más “inteligentes” pertenecientes a
la cúpula. Hasta que llegó el Thierry de turno y lo de la “inteligencia” en la
cúpula también se acabó...
Por otro
lado, también ha dado ocasión a que se conozca, a partir de otros programas, que
esas personas (ni siquiera víctimas de la banda terrorista ETA) que van
opinando sobre la cuestión NO representan, en absoluto, a LAS víctimas, sino a
ciertos sectores de las mismas que, inexplicablemente, nunca son consultadas y
siguen soportando que eso ocurra.
Otras muchas,
desde luego, tenemos opinión propia.
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