17 mayo 2015
Iñaki Rekarte: «Maté en nombre de ETA sin que me importara la
independencia de Euskadi»
En
1990 participa junto a un compañero de comando en el asesinato de un traficante
de Irún. Huye a Francia para convertirse en miembro liberado de ETA. Meses
después, Pakito lo destina al 'comando Santander'. En febrero de 1992 hace
explotar un coche bomba en la capital cántabra que mata a tres personas.
Detenido poco después en Bilbao, es condenado a 200 años. En el 2006 se casa
con Mónica, una monitora que trabajaba en la prisión. Un año después nace su
primer hijo y se acoge a la 'vía Nanclares' para la reinserción de etarras
arrepentidos. En el 2013, tras 21 años de cárcel, obtiene la libertad
definitiva. Actualmente vive con su mujer y sus dos hijos en la localidad
navarra de Doneztebe / Santesteban, donde regenta un bar. Tres años después del
final de ETA, este exmiembro arrepentido de la banda, con tres muertos y 21
años de cárcel a sus espaldas, alza la voz para denunciar en
Tres muertos por explosión de coche bomba, varios
atentados más a las órdenes de ETA, detención y condena de 200 años de cárcel,
libertad tras 21 años entre rejas, tiempo en el que abjuró de la banda
terrorista, conoció a su mujer y se acogió a la vía Nanclares de reinserción de presos etarras
arrepentidos. Después de ese viaje, Iñaki Rekarte, que hoy vive junto a su
esposa y sus dos hijos en un pequeño pueblo de Navarra, podría haber optado por
echar tierra sobre su pasado y mirar para otro lado, pero ha elegido el camino
contrario: acaba de publicar un libro -Lo difícil es perdonarse a uno
mismo (Ediciones
Península)- donde relata su descenso al infierno etarra y su salida de ese
laberinto. Es la primera persona proveniente de ese entorno que se mira en el
espejo y denuncia el sinsentido que ha atrapado a Euskadi durante cuatro
décadas. La terapia nacional vasca ha comenzado.
-¿Por qué ha dado este paso?
-Por mis hijos. Quiero que sepan quién era su padre
y que conozcan de primera mano qué hice, por qué lo hice y cómo me he sentí
cuando lo hice. Quiero evitar que nadie les venga con historias falsas, como
habría ocurrido si yo no explico lo que viví en esos años. Sobre ETA se han
dicho muchas cosas, a menudo mentiras. Lo que cuento no podrá negarlo nadie,
porque yo estuve allí.
-Podría haber elegido olvidar.
-¿Y permitir que quedara esa imagen mítica de la
organización y de mí mismo, este al que hace años ensalzaban como a un héroe
por haber matado en nombre de ETA y luego condenaron a la hoguera por alejarme
de esa locura? Prefiero contar la verdad aunque moleste a todos los que llevan
décadas echando gasolina sobre los pueblos de Euskadi, esos que se iban de
sidras para celebrar que ETA había puesto un coche bomba y al día siguiente
seguían con sus vidas como si nada hubiera pasado. Que lean lo que cuento y que
me digan si miento. Dudo que tengan capacidad para asimilar la verdad.
-En sus memorias echa por tierra algunos mitos que rodeaban a ETA.
Por ejemplo, la justificación política como argumento para agarrar las armas.
No fue su caso.
-Le aseguro que en aquellos años, ni en mi casa, ni
entre mis amigos, ni en mi entorno se hablaba de política. Con Juanra Rojo, mi
primer compañero de comando, con quien participé en el asesinato de un traficante
de drogas de Irún, jamás hablé de la independencia de Euskadi ni de nada por el
estilo. Jamás. Ni siquiera después, cuando coincidimos en la cárcel. Yo maté en
nombre de ETA sin importarme lo más mínimo la independencia de Euskadi ni
conocer la historia de este pueblo. Y como yo, casi todos.
-¿Entonces por qué entró?
Tenía 18 años, acababa de dejar atrás el mundo de
las drogas, quería vivir la vida intensamente y ETA era la coartada perfecta.
Cuando tienes esa edad y te ponen una pistola en la mano, la sensación es muy
potente, te atrapa, te ves fuerte e invencible. Esa fue la vía por la que entró
muchísima gente en la organización. Le aseguro que la mayoría de la militancia
de ETA no se movía por motivos ideológicos. Éramos una banda de críos que estaban
descubriendo la vida y se sentían hombres
manipulando una bomba lapa.
-Habrá quien interprete esto como una excusa.
-Espero que no, porque en ningún momento quiero
justificar lo que hice. A mí nadie me puso un cuchillo en el cuello para entrar
en ETA. Lo hice libremente, nadie me engañó. En todo caso, me engañé yo a mí
mismo. Asumo la responsabilidad de mis actos y sus consecuencias. Pero eso no
quita que reconozca que ETA se aprovechó de decenas de chavales que, como yo,
no teníamos ninguna ideología política y solo nos movían las ansias de aventura
y acción propias de los 18 años.
-En su libro es muy crítico con la cúpula de la banda. En
concreto, con Francisco Múgica Garmendia, Pakito, jefe de ETA cuando usted formó parte de la organización.
¿Qué fue lo que le dijo cuando se reunió con él en Francia?
-Que matara todo lo que pudiera. Así: entráis a un
bar donde haya policías o guardias civiles y ta, ta, ta, os cargáis a unos
cuantos. Tal cual. Su única preocupación era poner el mayor número posible de muertos
encima de la mesa para forzar al Gobierno a negociar de cara a los
acontecimientos que iban a tener lugar en España en 1992. El resto no le
importaba. Como no le importó mandar a dos chavales de 19 años a Santander sin
conocer el lugar ni saber cómo montar un comando. Nos envió al matadero, íbamos
predestinados a matar o morir.
-Al final usted no murió, pero sí mató: un matrimonio y un joven
que en esos días andaba preparando su boda, víctimas del coche bomba que hizo
estallar en Santander el 19 de febrero de 1992. ¿Cómo convive con esa fecha?
Realmente, ese día no te enteras de lo que has
hecho. Te das cuenta mucho después, cuando llevas varios años en la cárcel y el
odio al que te aferras al principio para protegerte se va desmoronando y
empiezas a caer en la cuenta de lo que ha ocurrido. Cuando asumes eso, a
continuación viene el derrumbe personal. Porque ahí estás solo con tu pasado,
que vuelve a ti sin escapatoria posible. Es muy fácil decir que ETA mató a
aquella gente, pero cuando estás en la cárcel te das cuenta de que no, ni ETA
ni leches, has sido tú el que apretó aquel botón. Y ahora, carga con eso el
resto de tu vida.
-¿Cómo es ese día?
-No hay un día, es un proceso lento. En la cárcel
tienes mucho tiempo para pensar, sobre todo cuando estás en celdas de
aislamiento, que es donde yo pasé la mayor parte del tiempo. Me ayudó mucho
conocer a Mónica, mi mujer, que trabajaba de monitora en la prisión de El
Puerto de Santa María, en Cádiz, y que ha sido uno de los mayores regalos que
me ha dado la vida. También me ayudó hablar con otros presos que tenían dudas
como yo, pero que no lo contaban por miedo a la organización. Si los
simpatizantes de ETA supieran lo que dicen los presos en privado, alucinarían.
Ahí se acaba todo el heroísmo y la épica.
-Describe a ETA como a una secta.
-Porque es así como me sentí cuando estuve dentro,
miembro de un colectivo donde las personas no cuentan y solo importaba la idea
suprema. Unas sectas ponen ahí símbolos religiosos. ETA ponía la independencia
de Euskadi. Todo lo demás era secundario: las familias, los hijos, las
víctimas, los presos, el dolor... Para salir de ahí tuve que hacer el mismo
recorrido que hacen los que se ven atrapados por una secta. Sé que esto molesta
en ciertos entornos. Me da igual. Esta es la verdad, y a veces la verdad es
incómoda. Ya es hora de que la vayan asumiendo.
-¿Lo ve probable?
-Ojalá ocurriera. Lo que Euskadi necesita es sacarlo
todo fuera y que unos y otros cuenten qué ha ocurrido en esta tierra. Yo
animaría a Pakito a dar el paso que yo he dado. Tienes más de 60 años, ¿a qué
esperas? Haz lo que debe hacer un hombre. Asume las consecuencias de tus actos,
sé sincero y pide perdón a los que dejaste sin sus seres queridos.
-¿Usted se considera un asesino?
-No, pero he estado condenado por asesinato.
-Y ha asesinado.
-Sí, he asesinado. Pero esa no es una palabra con la
que me identifique. Asesino es el que ha matado premeditadamente.
-Usted mató premeditadamente.
-Sí, es cierto. En ese sentido, me merezco ese
calificativo, no tengo derecho a quejarme si alguien me llama asesino.
-¿Y eso cómo lo lleva?
-Como puedo.
-¿En una situación como la suya, el perdón sirve de algo?
Tengo mis dudas respecto a esa palabra. Creo que a
veces se pide perdón de manera demasiado mecánica, porque es lo que toca: pedir
perdón y pasar página. Me parece demasiado frío. Si le digo la verdad, me da
vergüenza pedir perdón. Pienso en el padre del chaval que maté y... ¿Qué
hostias le voy a decir a ese señor, si yo también soy padre y me imagino cómo
debe de sentirse? Te matan un hijo y luego, al tiempo, ves al asesino en la
tele diciendo que lo siente. Dudo que pedir perdón sea suficiente.
-¿Qué cree que habrá sentido ese padre al verle en la tele?
No lo sé. Quiero pensar que, de alguna manera, para
él habrá sido positivo saber que asumo públicamente la responsabilidad de mis
actos. Más allá de esto, poco le puedo aportar a esa persona. No creo que lea
este libro, ni que le haga ningún bien hacerlo.
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