02 abril 2017 (01.04.17)
Terror, libertad,
Cassandra...
Los tuits de Cassandra retratan a una adolescente
problemática fascinada por el olor de la sangre, una mente juvenil caótica y
enfurecida, un ser humano de segunda capaz de desear la muerte con la mismísima
alegría de la huerta, pero ver allí
enaltecimiento del terrorismo o humillación de sus víctimas requiere estar en
una burbuja leguleya muy desconectada de la
realidad. Claro que esto no sólo habla mal de los tres jueces ya bastante
desacreditados de la
Audiencia Nacional , sino sobre todo de la ley reformada a su
antojo por el partido gobernante con el rodillo de la mayoría. Como anotaba
Montesquieu: una cosa no es justa por ser ley; debería ser ley porque es justa.
Urge reformular el artículo 578 antes de que los predios digitales
de las redes, llenos de usuarios trabucaires sin apenas conciencia de operar en
un nuevo espacio público, colapsen los juzgados. Frente al oportunismo de
Pablemos para tratar de eliminar ese tipo penal -a tono con su discurso
ventajista sobre Alsasua- el delito de enaltecimiento es necesario, sobre todo
en un mundo enfrentado a una guerra sin cuartel con el yihadismo. Pero colar
ahí los tuits delirantes de Cassandra, que algunos califican de chistes, sólo
devalúa la entidad del delito.
Lo
de Cassandra no encaja en la semántica del terrorismo; término que requiere un
rigor mucho más quirúrgico. Si se frivoliza la palabra, se
frivoliza el hecho.
El nacionalismo vasco, bajo la batuta de Arzalluz en los 90, ya introdujo violentos como
sinónimo tramposo de terrorista para blanquear la imagen declinante del entorno abertzale. El
lenguaje nunca es inocente. Como decía Anthony Lewis, legendario columnista del Times, autor de Freedom for the Thought That We
Hate..., «seríamos
pobres herederos de la
Constitución si no creyéramos en el poder de las palabras».
Eso
sí, tan asombroso es identificar esos tuits como delito de terrorismo, como el
coro de voces que proclaman la libertad de expresión de Cassandra como si se
tratara de un cheque en blanco. O no tan asombroso, si se piensa que en las
redes han cultivado el mito de la utopía anarquista de la barra libre. Claro
que su coherencia no dura ni cinco minutos; son los mismos que tres días antes
exigían prohibir los mensajes del autobús de Hazte Oír. La libertad para quien se la tuitea.
La
libertad de expresión -vayamos a 1º de Cultura Democrática- no es ilimitada.
Bajo la idea tomasiana de «mi libertad acaba donde empieza la tuya», elevada a
eslogan pop por Sartre, hay líneas rojas. O si prefieren la versión más gráfica
de O. W. Holmes: «la libertad de agitar mi puño termina donde empieza tu
nariz». Los tuits de Cassandra llegan a ser agresiones ofensivas ad hominem.
Ahí se sitúa el principio de ofensa de Feinberg. ¿De verdad hay que hacer notar
que además de ella, también sus destinatarios tienen derechos?
Cassandra
parece creer que ella puede escribir respetablemente «el asesinato de Rajoy va
a ser una travesura infantil» o, mientras Cifuentes se debatía entre la vida y
la muerte tras un accidente, «ojalá Cifuentes muera antes de las doce, será un
puntazo...». Es «la tentación de la inocencia» de Bruckner; el infantilismo de
una sociedad que se resiste a asumir su responsabilidad. Claro que Cassandra
era realmente casi una niña. De hecho, no conoció el franquismo; su odio a
Carrero debe ser cortesía de la Escuela Podemos , que ha usado la Transición para
inventarles un enemigo a los jóvenes frustrados por la crisis. Pero Cassandra
ya no es esa niña. Quizá debería empezar por dar muestras de entender la
naturaleza miserable de sus tuits, antes de ser indultada de ese delito absurdo.
Opinión:
Leyendo el artículo del señor Teodoro León puedo coincidir
en casi todo. De hecho, sobre este artículo he tenido alguna conversación con
algún conocido porque algún imbécil va por ahí diciendo que “el Manrique está
de acuerdo con el atentado de Carrero Blanco y por eso defiende a la capulla de
la tuitera” (sic).
Veamos. Yo no he defendido en ningún momento a Cassandra
Vera desde el momento en el que entiendo que la legislación dice lo que dice y
está para cumplirla. Lo que sí explico es que condenar a siete años de
inhabilitación por un tuit me parece excesivo. Y debo aclarar que jamás he
estado de acuerdo con ningún atentado, con ninguno. Hace unos años me
preguntaba si aceptaría a Dolores González Catarain (Yoyes) como víctima del
terrorismo etarra y mi respuesta siempre fue la misma: “La mató ETA ¿no? Pues
es víctima del terrorismo de ETA”. Con lo sucedido en 1973 con Carrero Blanco,
pese a su pasado y el futuro que parecía reservado a su cargo, también le
aplico la misma explicación. “Lo mató ETA ¿no? Pues es víctima del terrorismo
de ETA”.
Otra cosa distinta es que, leyendo el artículo en cuestión,
vuelvo a recordar que me da la impresión de que la Fiscalía y la Audiencia Nacional
no muestran el mismo interés en otros tuits…
Como el del periodista Alfonso Rojo. ¿Se hará algo al
respecto o habrá el silencio más absoluto?
Señor León ¿será usted el primero?
No hay comentarios:
Publicar un comentario