20 abril 2017
Memoria catalana de
ETA
ETA ha entregado recientemente las armas y hace casi seis
años que anunció oficialmente que ponía fin a la lucha armada. Mientras el
Gobierno Rajoy, el PP y los medios de la derecha son terriblemente avaros a la
hora de celebrar estas noticias, la sociedad vasca y navarra y sus
instituciones lo viven con esperanza, satisfacción y voluntad de recoser un
país roto por décadas de violencia. El reto es enorme y comporta, entre otras
acciones, intentar elaborar un relato que ayude a la reparación de todas las víctimas
y al asentamiento de una nueva cultura política, totalmente distinta de la que
mantuvo al terrorismo. Todo eso no es nada fácil, por descontado.
Cualquier conflicto genera una
diversidad de memorias que deben convivir de la forma menos mala posible una
vez las armas han callado. Antes de querer dar lecciones a vascos y navarros
sobre la gestión de la memoria colectiva traumática, hay que reconocer que la
sociedad española no ha resuelto de manera ejemplar su relación con el pasado
reciente. La memoria colectiva de la II República , de la Guerra Civil y del
franquismo sigue siendo motivo de disputa entre fuerzas políticas y también
rezuma actitudes inquietantes que no siempre encajan en un talante democrático.
Unos simulan que el franquismo fue un pie de página anecdótico y otros
idealizan las trincheras de antaño. A unos les cuesta condenar la dictadura y a
otros les cuesta admitir que no todos los que lucharon contra Franco eran
demócratas.
ETA, que surgió bajo el franquismo
y se prolongó durante el periodo democrático, es un fenómeno que forma parte de
la memoria de varias generaciones. Una memoria tan cambiante como la
experiencia y la mentalidad de los individuos. A cada contexto histórico
corresponde una mirada diferente. Los mismos que se alegraron cuando los
etarras atentaron contra Carrero Blanco en 1973 se manifestaron con el alma en
un puño contra el asesinato del concejal Miguel Ángel Blanco en 1997. No hace
falta ser psicólogo ni sociólogo para constatar que el manejo de la memoria de
ETA es un asunto altamente delicado, no sólo por las muchas capas que se
sobreponen, también porque junto al resentimiento que provoca toda violencia
está el uso partidista que el PP ha hecho –sobre todo contra el gobierno de
Zapatero– de las asociaciones de víctimas, unas entidades que deberían quedar
siempre al margen de la reyerta política.
Ahora, cuando entramos en lo que todos los expertos
consideran el final definitivo de ETA, echo de menos más atención a la memoria
catalana de lo que ha representado este terrorismo, que también dañó –y mucho–
nuestro país. Estamos hablando de unas ochenta acciones etarras en territorio
catalán, de 54 muertos y más de 200 heridos. Todo el mundo recuerda los peores
episodios: Hipercor, el cuartel de la Guardia Civil de Vic, el aeropuerto de Reus, seis
policías nacionales en Sabadell, el mosso d’esquadra Santos Santamaría, los
concejales populares José Luis Ruiz y Francisco Cano, y el exministro
socialista Ernest Lluch. Estos atentados nos golpearon, pero tengo la sensación
–reconozco que es una impresión subjetiva– de que hemos tendido a colocarlos en
un rincón poco iluminado de la memoria colectiva, como si molestaran. ¿Un
exceso de silencio? La frontera que separa la contención de la indiferencia es
un papel de fumar.
Catalunya ha sufrido a ETA como el que más y, demasiado a
menudo, no lo parece. Sólo en el atentado del supermercado Hipercor, el 19 de
junio de 1987, fueron asesinadas 21 personas, y 45 quedaron heridas. ¿Por qué
cuesta tanto que Catalunya aborde de manera más explícita y más valiente esta
historia de dolor provocada por la violencia con coartada ideológica? Sería
fácil atribuir este fenómeno a la vasquitis de ciertos entornos, un seguidismo
que ahora está en retroceso, afortunadamente. Hay que pensar a fondo. El asunto
no permite simplificaciones. Lo que resulta extraño –por no decir
incomprensible– es que, incluso después del atentado de Hipercor o del
asesinato de Lluch, hubiera algunos sectores de la sociedad catalana que no se
dieran cuenta de lo que era de veras aquella organización que hablaba con las
bombas. Este es un ángulo muerto del relato al cual deberemos acceder –lo antes
posible– si queremos ser honestos con nosotros mismos. Justamente porque el
nacionalismo catalán optó por formulaciones pacíficas y democráticas, este
ejercicio se puede hacer sin necesidad de caer en sobreactuaciones de ningún
tipo. Sólo los frikis y los activistas de la difamación son capaces de vincular
el proceso catalán con ETA.
Uno de mis mejores amigos vivió
amenazado durante unos años por ETA. Afortunadamente, hoy lo puede explicar,
con una sonrisa que sólo tapa a medias la desazón fosilizada. Su caso –por
ejemplo– forma parte de esta memoria colectiva incómoda que tendremos que saber
elaborar, con verdad y generosidad, también con empatía y respeto.
Opinión:
Coincido en un amplio porcentaje con las opiniones de
Francesc Marc Alvaro en su artículo y reconozco que me sorprende que alguien
tenga la valentía de poner negro sobre blanco el uso partidista que alguna
sigla ha llevado a cabo con las asociaciones de víctimas. Pero para ser sincero
hay que recordar la existencia de alguna asociación que por no compartir esos
objetivos ha sido motivo de durísimos ataques e incluso de graves insultos dirigidos
contra algunos de sus componentes. Todas las generalizaciones entrañan un
riesgo.
La lectura del artículo me ha llevado a recordar que lo que
se menciona ya lo avancé en 2002 siendo algunos de los “peregrinos motivos” por
los que fui expulsado de aquella nueva AVT aunque el paso de los años me dio la
razón, siendo incluso reconocido no hace mucho por quien fue presidente de esa
asociación.
Otra cuestión es que esa utilización me movió a cesar en
mis actividades a nivel asociativo, tarea que desde 2009 desempeño
absolutamente por libre y que por esta razón me permite aconsejar al señor
Francesc Marc Alvaro (y a tod@s l@s que deseen escribir sobre este asunto o
similares) que antes de hacerlo consulten las correspondientes sentencias… se
sorprenderán de muchos detalles que algunos desean que nunca sean descubiertos.
Ahora se acercan días complicados y la sociedad lo agradecería
enormemente.
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