24 abril 2017
ETA mintió y sólo entregó la mitad de las armas que dijo
Anunció que depositaba 120 y el recuento de Francia acredita 53 pistolas y 10 armas largas
El Gobierno responde
a ETA tras el desarme: “No habrá impunidad”
ETA
mintió en la escenificación de su rendición, los autodenominados artesanos de la paz mintieron
y, por extensión, también dejaron de cumplir con su obligación los miembros de la Comisión Internacional
de Verificación encabezados por el profesor Ram Mannikalingam. En realidad, la organización
terrorista no entregó 120 armas distribuidas en ocho zulos -tal como anunciaron
todos ellos en los actos oficiales y ruedas de prensa organizados el pasado día
8-, sino que, según el recuento realizado por las autoridades galas, sólo
pusieron a disposición de la policía francesa 53 pistolas y 10 armas largas.
También los restos incompletos de varias armas cortas y las cuatro granadas
Mecar de las que dijeron disponer.
El recuento
todavía no ha sido comunicado de forma oficial a las autoridades españolas,
pero esas son las cifras que han llegado ya hasta el Gobierno y se corresponden
con las que EL MUNDO adelantó días antes de la entrega.
Así, el día
8 de marzo, ETA y los artesanos anunciaron en rueda
de prensa en el Museo de Historia de Bayona que, previa entrega
a unos intermediarios, ponían a disposición de la Procuraduría francesa
-equivalente a la Fiscalía
española- 87 armas cortas y 35 largas (122), pero finalmente lo entregado está
en torno al 50% de lo prometido, que a su vez ya era una pobre contribución
respecto al material del que la banda terrorista dispone realmente.
Ya entonces
quedó claro que la actual dirección de la banda había hecho un recuento muy
escaso, porque sólo en el robo efectuado en una empresa importadora de la
localidad francesa de Vauvert en 2006, los etarras se llevaron 350 armas (300
revólveres y 50 pistolas), de las cuales el día de la rendición 150 no habían
sido incautadas por las Fuerzas de Seguridad. A ésas hay que añadir aquellas
que tenía guardadas por compras anteriores. En definitiva, ETA, en su rendición
probablemente no haya entregado más allá del 40% del material que tenía oculto.
Parte de
ese material, probablemente, esté en los cuatro zulos que desaparecieron en el
último momento de la lista de geolocalizaciones entregadas a la Fiscalía gala. Los
intermediarios de ETA habían comunicado a las autoridades francesas que iban a
ofrecer la situación geográfica de 12 zulos, pero a última hora sólo
facilitaron las coordenadas de ocho ubicaciones.
De esos
ocho almacenes, al menos uno era artificial, es decir, había sido creado en los
últimos días para trasladar las armas que podían encontrarse en algún domicilio
o propiedad particular, en algún lugar comprometedor para sus propietarios. Se
trata del zulo hallado en Saint Pée sur Nivelle,
excavado en un lugar de recreo cercano a un lago, frecuentado por
excursionistas y familias con niños, y ubicado a pocos metros de una carretera
muy transitada. La hipótesis con la que trabajan las Fuerzas de Seguridad es
que los cuatro zulos que cayeron de la lista pueden estar en domicilios o
propiedades particulares, para cuyos dueños los artesanos de la paz no
consiguieron la impunidad que solicitaron a las autoridades francesas. Alguno
puede estar también en alguna ubicación que ETA sospecha vigilada por la Guardia Civil.
De
hecho, los agentes de la Guardia Civil estaban dispuestos a actuar si los
intermediarios de la organización terrorista se acercaban a determinados
lugares, pero las autoridades francesas prefirieron mantener un perfil bajo al
respecto. Los franceses se ciñeron a los pactos que habían establecido, cuyo
límite fue que todas las actuaciones relacionadas con la entrega de armas y
organizadas por los intermediarios de ETA tuvieran
«apariencia de legalidad».
En
realidad, la banda terrorista estaba en una carrera contrarreloj. Temerosa de
que le quitaran las pocas armas que le quedaban; consciente de que sus propios
miembros se lamentaban de que apenas quedaban las siglas; y advertida por la
izquierda abertzalede que el
interés sobre ella había decaído en Euskadi, hasta
tal punto que nadie iba a acordarse de buscar una salida para sus presos.
En esta
situación, las autoridades galas podían haber señalado a sus intermediarios la
puerta de la Fiscalía
para que entregaran sus zulos y nada más. Pero, con el acuerdo del Gobierno
español, aceptaron una escenificación dentro de un amplísimo margen de maniobra
que no permitía la impunidad, pero tampoco alentaba las detenciones; que no era
el espectáculo que una ETA evidentemente derrotada quería dar, pero que
permitía la propaganda dirigida a un público internacional al que quería
hacerle llegar un mensaje que garantizara su futuro respaldo: «Dado que la
banda trabaja por la paz, justo es que los Estados busquen una solución para
sus presos».
Esa mañana
del 8 de abril, el representante de ETA, Rene Etxegaray,
entregó, en una institución democrática como el Ayuntamiento de Bayona, las geolocalizaciones a monseñor Zuppi, el obispo de Bolonia, con la aquiescencia del
Vaticano. En presencia de Harold Good,
representante de la
Iglesia Metodista de Irlanda y de la Comisión de Verificación
Internacional -llamada al principio por ETA pero estrechamente unida, después,
al Gobierno vasco- cuyos miembros cobran 700 euros al día. Minutos después de
este acto que oficializaba la rendición de la banda, un asesor del verificador Mannikalingam -que
una vez hecha la entrega se quitó de en medio- subió a un coche que le estaba
esperando y trasladó la información a la Fiscalía. El acto
simbólico de la rendición se hubiera consumado de todos modos, pero todos ellos
incumplieron con su obligación de verificar que se entregaba el 100% del
armamento o, por lo menos, de aquel número de armas que había sido
comprometido. No hicieron su trabajo de contables, pero sí el de propagandistas.
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