lunes, 4 de septiembre de 2017

04 septiembre 2017 (3) La Vanguardia

04 septiembre 2017




Verano negro

Enric Sierra
Barcelona recordará con tristeza este verano del 2017.El terrible atentado en el corazón de la ciudad permanecerá para siempre en nuestra memoria y la respuesta colectiva será recordada como ejemplo de una ciudadanía sólida y madura. Este verano también ha sido muy duro para el gobierno de Barcelona. Las crisis que se sucedieron antes del atentado tensionaron la gestión municipal pero el ataque terrorista fue la horrible guinda de un estío horribilis. A todos los gobiernos noveles les llega el día en que maduran de golpe para afrontar un asunto imprevisto que pone a prueba al líder más preciado. Algo así es lo que le ha sucedido al equipo de la alcaldesa Ada Colau que se fue de vacaciones pensando que uno de sus momentos más complicados sería el papel que el Ayuntamiento de la capital catalana tendrá en el referéndum del 1-O.
Pero la cruda realidad superó cualquier previsión. Mientras se vivían eternas colas en los controles de acceso del aeropuerto, llegó el primer aviso con el asalto a un bus turístico por parte de cuatro encapuchados de las juventudes de la CUP. Este irresponsable e impresentable ataque saltó a las portadas de diarios internacionales y culminó una lluvia fina de turismofobia alentada desde las propias filas de los comunes en el Ayuntamiento barcelonés. Por mucho que la propia alcaldesa intentara cambiar el rumbo del bumerán que en su día lanzó contra el turismo, el mal estaba hecho. Aquel grave incidente provocó una crisis con los sectores turísticos que reclamaron ala alcaldesa el cese de las políticas turismofóbicas. Colau atemperó el ambiente hostil pero no impidió que, por primera vez en la historia del Ayuntamiento, se convocara una comisión extraordinaria en pleno mes de agosto para aclarar, sin éxito, la actuación en torno al asalto al bus turístico.
A esa crisis le siguieron la manifestación de la Barceloneta que continúan quejándose tres años después de la gestión del turismo en el barrio y el clamor de los vecinos del Raval contra los narcopisos, otro escándalo mayúsculo que afecta gravemente la convivencia. Este suma y sigue de incendios vecinales quedó en un segundo plano cuando apareció la maldita furgoneta en la Rambla. Y ahí se produjo la inflexión. Mientras la ciudadanía gritaba “No tinc por”, hubo una Barcelona que temblaba por el efecto que la matanza pueda tener en la gallina de los huevos de oro del turismo. La desgracia reconcilió a la alcaldesa con los representantes de un sector turístico que estuvo a la altura en la gestión de las consecuencias del atentado. Y en este contexto, ambos se reunieron para evaluar la posible caída de visitantes como pasó en París.

Cómo son las cosas. En tiempo récord, la turismofobia quedó superada por la solidaridad y el carácter conciliador que siempre ha caracterizado a Barcelona. Es cierto que no hay que ser ingenuo para creer que la tragedia de la Rambla será la medicina que curará el mal rollo entre el Ayuntamiento y la industria turística, pero ha resituado el conflicto de forma que unos y otros tienen una nueva oportunidad de reconducir la situación con el espíritu de colaboración del que tantas veces ha hecho gala Barcelona. Sería una buena manera de iniciar el curso con optimismo que buena falta nos hace

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