18 septiembre 2017
‘El Papus’, memoria a
prueba de bomba
Una placa en la
calle, una exposición digital y una mesa redonda recuerdan los 40 años del
atentado ultra contra la revista de humor
Era una redacción salvajilla, un poco bruta, muy rompedora, con un puntounderground y
una estética feilla, que traspasaba fielmente a la propia
publicación. Se jugaba al fútbol a menudo y los cremats de ron corrían como el agua del grifo…
Toda esa alegría muy de la época se truncó también a lo bestia, sobre las 11.40
del 20 de septiembre de 1977, cuando al portero de la finca del número 77 de la
calle Tallers de Barcelona, Juan Peñalver, le estalló el maletín que le habían
dado en recepción para que lo entregara en mano a Xavier de Echarri, el
director de El Papus. Peñalver
falleció destrozado en el acto y otras 17 personas resultaron heridas en uno de
los atentados más simbólicos de la aún
incompleta y oscura historia de la Transición.
La tragedia
podría haberse convertido en una auténtica carnicería porque había mucha gente
en esa primera planta: en la redacción de El Papus trabajaban en ese momento
dibujantes como Óscar Nebreda, tenía lugar una reunión de la cabecera hermana Barrabás, con el periodista Àlex Botines, y se
compartían oficinas con las publicaciones El Cuervo y Party.
La ultraderechista Triple A (Alianza
Apostólica Anticomunista) se atribuyó el atentado, que en el oscuro marasmo de
grupúsculos contrarios a la democracia tras la muerte del dictador pareció
efectuar la
Hermandad Nacional de la Guardia de Franco y una más desconocida Juventud
Española en Pie (JEP). “El atentado se produjo en un momento álgido de la
violencia de la extrema derecha durante la Transición , que sin
duda era tolerada o contaba con la relativa connivencia del Estado. Eran épocas
de gran tensión, la ciudadanía se preguntaba cuál sería la próxima de esa
gente, hasta dónde se podría ir con la supuesta libertad de expresión en un
estado en manos de neofranquistas”, sitúa el historiador Ricard Vinyes,
comisionado para la Memoria
del Ayuntamiento de Barcelona, que hoy inaugurará ante la que fue la sede de la
revista un atril conmemorativo del atentado, a la manera de los que lucen ya en
la plaza Cinc d’Oros (Diagonal / Passeig de Gràcia) y en Hipercor (Meridiana).
“Una placa no servía: hay causalidades que deben ser
explicadas... Me entrevisté con la viuda del conserje Peñalver y otros
familiares de heridos y nunca, en estos 40 años, ni desde el Ayuntamiento ni
desde la Generalitat
se habían dirigido a ellos; hay cosas que no se deben olvidar… La Transición costó
mucho”, justifica Viñas.
Heredero de
uno anterior ya muy duro, 1977 fue otro año calentito en esa Transición que no
se sabía hacia qué lado iba a caer. Parecía una partida de ping-pong entre el
afán reformista y democrático y el búnker, lo más reaccionario del régimen franquista,
que se sentía amenazado por doquier: la calle del General Goded de Barcelona
recuperaba su nombre republicano, el de Pau Casals; en su despacho de la calle
Atocha de Madrid, cinco abogados laboralistas eran asesinados por un comando de
extrema derecha; en mayo se legalizaba el rojo PSUC;
el 15 de junio había las primeras elecciones democráticas desde 1939; en
octubre regresaba de su exilio el presidente de la Generalitat Josep
Tarradellas y en diciembre se detenía a Albert Boadella por supuesta mofa de
los militares en La torna.
En ese
caldo de cultivo, desde el 20 de octubre de 1973, con el respaldo del éxito de
una sociedad que había dado alas a revistas humorísticas como Hermano Lobo o la
deportiva Barrabás (ambas de 1972), se iba imponiendo El Papus, que de
sus 110.000 ejemplares iniciales pasó a 200.000 en marzo de 1976 (1.250.000
personas de difusión), impulsada por las decenas de secuestros administrativos
que caracterizarían sus 14 años de vida, que se saldaron con 157 juicios y dos
consejos de guerra.
Siempre
bajo el paraguas directo o indirecto de la familia Godó, propietaria de La Vanguardia ,
a partir del número 45 dependía de Ediciones Amaika, con Echarri, Carlos
Navarro, el propio Nebreda e Ivá como hombres fuertes que también estaban
mayormente en la sala de máquinas como Gin, Já, Joan de Sagarra, Antonio
Franco, Maruja Torres o Jaume Figueras.
Aprovechando
de una manera suicida los llamados “espacios de tolerancia” de esos frágiles
años, cada uno de los componentes de la revista, con trazo o pluma bien libre,
iconoclastas a más no poder (marcó época La Papunovela ,
destripada parodia de las fotonovelas protagonizadas por los propios redactores
en muchos casos), con agria acidez y una heterodoxa y muy oral gramática, fue
atacando sin piedad el capitalismo y las irregularidades empresariales que
estaban destrozando en plena crisis del petróleo de los 70 el bienestar
alcanzado en los 60.
Salpimentado
con sexo de sal gorda y un punto machista, en la bien subtitulada publicación (Revista satírica y neurasténica) también recibían de
lo lindo la Iglesia
y, claro, los violentos reductos fascistas del poder. En esa línea, el número
en el que se mofaron de la manifestación del 20-N de 1976 fue, al parecer, la
gota que colmó el vaso: Echarri fue avisado de que los ultras iban a por él y
acabó con escolta policial. “La amenazas las comentábamos en la redacción si
venían por correo porque solían incluir dibujos, tenían cierta habilidad en hacer collages; también
nos amenazaban por teléfono diciendo que nos habían puesto una bomba:
desalojábamos el edificio y acabábamos la revista en un bar”, recuerda Nebreda
en el completo despliegue que el museo digital Humoristan (www.humoristan.org)
dedica al evento y que completarán presencialmente el miércoles con una mesa
redonda en el Colegio de Periodistas.
La bomba
llegó. Y, amén de las desgracias personales, se llevó por delante algo del
espíritu porque en 1978 la revista bajó hasta los 62.000 ejemplares,
languideciendo hasta 1986.
Hubo 12
detenciones por el atentado; según el abogado de la revista, durante el juicio
se dio “obstrucción deliberada” y el periodista Xavier Vinader aseguraba que en
el atentado se dieron “conexiones entre grupos de extrema derecha y los
Servicios de Seguridad del Estado”. Nunca quedó claro del todo quién fue el
culpable, ni los inductores ni los ejecutores. Al menos, desde hoy, se
recordará, como mínimo, que aquello pasó y dónde.
Opinión:
Excelente información histórica la
que se publica hoy en El País. Pero aparte de toda la historia relacionada con
la situación política de la época, me gustaría reseñar dejar constancia de dos
datos más…
Primero, que de las catorce
víctimas del atentado solo he podido localizar a cuatro… y no fue hasta el año
2000 que pudimos conseguir el reconocimiento de lo ocurrido como “atentado
terrorista”. Mas de veinte años después…
Segundo, que el Ministerio de
Interior, el ministerio que dice que siempre está “con las víctimas”, denegó en
2014 una ayuda económica para intentar localizar a 280 víctimas de atentados
terroristas ocurridos en Catalunya entre los que, evidentemente, están las diez
víctimas no localizadas.
Por ello, a mí ni el ministerio de
Interior ni ninguno de sus representantes me pueden dar una sola lección de
dignidad y de interés en las víctimas… ni una sola. Y los que se llenan la boca
de representatividad, menos todavía. Ninguno de ellos hicieron nada por los
reconocimientos que las víctimas localizadas del atentado en El Papus
consiguieron en el año 2000. Ninguno de ellos se dedicó a buscar a nadie. Ni estaban
entonces ni estuvieron después.
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