16
septiembre 2017
El mal sin rostro
Emma
Riverola
«No
sé. Eso está pasando por allí», respondió sin acelerar el paso, sin
que su voz flaqueara, sin nada que le delatara como el hombre que había
conducido una furgoneta convertida en arma letal. Caminaba por la Boqueria. Acababa
de asesinar y malherir a tantas personas como los bajos de su vehículo pudieron
soportar. Hubo un momento en que las ruedas dejaron de girar. Se detuvo y se
alejó caminando entre la muchedumbre aterrorizada.
¿Pensaba
en algo? ¿Sentía la adrenalina de haber logrado el objetivo o algo parecido a
la humanidad le retorcía las entrañas? Caminó y siguió caminado. Siguió matando
y acabó muriendo retando a la policía. Ahora sabemos que su acción fue un
impulso. Se
dirigía camino de la casa de Alcanar cuando supo de la explosión. Los cien
kilos de la 'Madre de Satán' habían estallado. Con ellos, sus colosales planes
de destrucción.
Tres
furgonetas y un arsenal letal superior al de cualquier atentado yihadista en
Europa. También cilindros metálicos con explosivos y metralla para hacer el máximo daño
posible. Hay constancia de que uno de los objetivos era la Sagrada Familia.
¿Pensaban concentrar allá los tres vehículos? ¿Iban a diseminarlos por otros
dos puntos de la ciudad? Quizá la
Rambla también estaba en la lista macabra. Quizá por eso él
se dirigió allí. Un atropello masivo. Un vil atentado de consolación.
«Eso
está pasando allí», respondió inmutable el asesino. Quizá orgulloso de saber
que se había ganado un lugar en el cielo de los mártires. Quizá vanidoso al
fantasear con su nombre en la portada de los diarios. Quizá angustiado al
imaginar la reacción de su madre al enterarse. ¿Es importante saber
qué pensaba? ¿Es
lícito tratar de ponerse en la mente de un terrorista?
Es
más fácil no humanizarlo. Más sencillo creer que no tenemos nada en común. Que
hay un 'nosotros' y un 'ellos'. Que incluso su rostro esconde algo que lo
distingue. Una marca. Los cuernos del diablo. Pero vemos el vídeo. Volvemos a verlo. Incluso una vez más… No
hay nada más inquietante que contemplar la vulgar normalidad del mal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario