15 diciembre 2014
Abren su alma para dar a conocer qué pasó y no debe
volver a ocurrir
Las víctimas
toman la palabra ante el reto de la convivencia
Han aprendido a controlar
las lágrimas, pero no el dolor. Lo sienten cada vez que rememoran la tragedia
que les privó del ser querido. Aún así, abren su alma para que los jóvenes
conozcan de primera mano qué pasó y no debe volver a ocurrir. Pili Zabala y Marta
Buesa forman parte del grupo de víctimas premiadas con el René Cassin de
Derechos Humanos que participan en el programa Adi-adian. Esta es su historia.
Zabala y Buesa. Buesa y Zabala. Dos apellidos que
involuntariamente forman parte de la historia más dramática de Euskadi, la
página negra de asesinatos en nombre de siglas huecas que sembraron dolor e
impotencia entre sus víctimas y el resto de la sociedad vasca.
El año que ETA acabó con la vida
del ex diputado general de Araba, Fernando Buesa, comenzó el juicio por el
crimen de Joxi Zabala, miembro de la banda terrorista secuestrado, torturado y
asesinado en el letal bautismo del GAL. Pero con el paso de los años esta
coincidencia ha quedado relegada a mera anécdota, cuando el verdadero hilo
conductor entre ambas familias ha sido la apuesta conjunta por enterrar la
violencia, en todas sus vertientes, y sembrar el germen de la convivencia entre
las nuevas generaciones.
Marta Buesa y Pili Zabala son dos
de las víctimas educadoras que integran el programa Adi-adian de testimonios en
las aulas. Junto al resto de sus compañeros, el pasado miércoles recibieron de
manos del lehendakari el premio René Cassin de Derechos Humanos, el máximo
galardón vasco que reconoce el trabajo realizado en este ámbito a lo largo del
año. En palabras de Iñigo Urkullu, la distinción es fruto del “ejemplo” y la
“empatía” demostrada por estas víctimas a la hora de transformar una
experiencia dramática en la oportunidad de colaborar con un nuevo tiempo, un
camino difícil de desbrozar que la hija de Fernando Buesa y la hermana de Joxi
Zabala describen, acompañadas por la directora de Víctimas y Derechos Humanos
del Gobierno vasco, Monika Hernando.
Pili tenía quince años cuando en
octubre de 1983 “unos señores” llegaron a su casa de Tolosa para informarles de
que su hermano Joxi había desaparecido. Tras cuatro días de silencio, gendarmes
franceses detuvieron a cuatro Geos españoles por intentar raptar a “otro
refugiado en Baiona”. El secuestro de Segundo Marey, éste sí reivindicado por
el denominado Grupo Antiterrorista de Liberación (GAL), terminó por hacer
saltar todas las alarmas en casa de los Zabala.
Dolor, drama y la impotencia de ni
siquiera tener un cadáver al que llorar marcaron los siguientes años en la vida
de esta profesora guipuzcoana y lo suyos, que veían con rabia reportajes en TVE
sobre los desaparecidos en Chile y Argentina, sin que el caso de su hermano
tuviera ningún reflejo mediático en este canal. Y, además, su ausencia en las
manifestaciones de la izquierda abertzale tampoco pasaban desapercibidas para
los simpatizantes de esta corriente que afeaban la conducta de los Zabala.
“Tenía claro que no iba a ir una concentración para gritar gora ETA”, apunta
Pili. Tuvieron que esperar hasta 1995 para que una llamada les desvelara que
los restos mortales de Lasa y Zabala habían sido identificados en la localidad
alicantina de Busot.
Desde la fría perspectiva que
ofrece el paso de los años, recuerda que entonces solo obtuvieron el aislado
apoyo de la izquierda aber-tzale, un respaldo “necesario” pero que para Pili no
era suficiente, entre otras cosas porque desde esa corriente política no se
defendía la condena de todas las violencias que anhelaban en el hogar de los Zabala.
Por parte de las instituciones, el silencio fue absoluto. “Veías cómo en otros
asesinatos había un apoyo que nosotros no tuvimos; nos dejaron solos en el
momento en el que más necesitábamos ayuda”, recuerda.
Ese vacío también lo padecieron
“por una parte de la sociedad vasca” en la familia Buesa. Marta recuerda la
sensación “irreal de libertad” con la que vivían a principios del año 2000,
después de la tregua. Su padre, destacado dirigente socialista que presidió la Diputación Foral
de Araba y fue parlamentario vasco, había estado “en el punto de mira” de la
banda terrorista en repetidas ocasiones hasta que el 22 de febrero fue
asesinado junto a su escolta, el ertzaina Jorge Díez Elorza. “Tu cabeza te dice
que sí, pero no te lo quieres creer; lo asumí cuando hablé con mi hermano por
teléfono”, rememora.
Con un “desgarro que te tira desde
dentro” sobrevivieron los días siguientes al atentado rodeados de allegados
pero “sin salir de una burbuja”. Reconoce que el apoyo institucional y el apoyo
social fue “grande”, pese a insistir en que lamentaron el silencio de una parte
de la ciudadanía “que sigue apartada”.
Ante las disputas generadas por la
equiparación de las víctimas, según quien sea el victimario, Marta y Pili
tienen la convicción de que el plano en el que se debe abordar esta realidad no
es otro que el humano, un nivel “donde no hay distancias”, comparten. Desde
esta punto de partida afrontaron la misión propuesta por la Secretaría General
de Paz y Convivencia para trasladar su vivencia personal a las aulas. En este
apartado, la directora de Derechos Humanos del Ejecutivo autonómico, Monika
Hernando, destaca la importancia de esta aportación porque “clarifica, pero
también porque supone prevención de cara al futuro; escuchar a estas personas
hablar de la necesidad de deslegitimar la violencia es lo más pedagógico”,
añade. En opinión de Hernando, hay que mirar al pasado “con una mirada crítica
o autocrítica, algunos en mayor medida que otros, pero sobre todo tenemos que
escuchar y aprender”.
La directora de Derechos Humanos
apuesta por un “abordaje” en el que la violencia de ETA o la ejercida por el
Estado tenga su valoración específica, “pero ahora estamos hablando del
abordaje de las víctimas, y ahí sí que defendemos la verdad, justicia y
reparación para todas por igual”. Las palabras de Hernando devuelven a la mesa
la sombra de la equiparación, un caballo de batalla vigente que esta misma
semana ha provocado la ausencia de dos fuerzas parlamentarias vascas, PP y
UPyD, de la entrega del premio René Cassin celebrada en Lehendakaritza.
Detrás de esta disputa, Marta y
Pili ven los “prejuicios” que tanto protagonismo han tenido en la escena
política y social vasca a lo largo de las últimas décadas. “Por la vivencia que
tú has tenido te catalogan de una determinada manera, pero nadie me va a decir
cómo tengo que ser yo; intentaré ser mejor persona, eso sí”, afirma Zabala.
“Si te hablan de equiparación, se
están fijando en los victimarios y nosotros nos fijamos en la víctima”, añade
Hernando. En este punto, la tónica es la misma en el mensaje de Marta, quien
asevera que “en lo que decimos no hay ninguna diferencia; son las bases, el
inicio de un proceso que tenemos que construir y que va a ser largo”.
Interés de los jóvenes La
importancia que desde algunas esferas se otorga a la identidad de los
victimarios no existe en las aulas. Ajenos a prejuicios y doctrinas políticas,
los jóvenes que escuchan los testimonios de Pili y Marta tienen otras
curiosidades. “A mí me suelen preguntar si hubiera preferido que existiera la
pena de muerte o qué haría si me encuentro con los asesinos”, relata Buesa.
Ante estas cuestiones, la joven abogada gasteiztarra suele repetir que son
cuatro las personas juzgadas y condenadas por la muerte de su padre, pero ni
siquiera está segura de recordar el nombre de todas ellas. “Ha sido una parte
de esta historia que no me ha interesado en absoluto; a mí me vale que cumplan
condena y confío en las instituciones”, apostilla. Por eso sorprende a los
alumnos cuando les asegura que quizá algún día esté frente a los asesinos de su
progenitor y ni siquiera llegue a reconocerlos. Lo que tiene claro es que de
tener la oportunidad de hablar con ellos les propondría que “escucharan el
dolor que existe; así empiezas a cuestionarte muchas cosas y puedes llegar a
pensar que en ciertas cosas te has equivocado”. Las interpelaciones sobre la
pena de muerte son otra constante en las clases. Ante las reiteradas preguntas,
Marta muestra su rechazo a este castigo y aboga por “una reflexión necesaria”
que vaya ligada a la condena impuesta por los tribunales. “Eso tiene que mover
por dentro y tiene que ser doloroso, pero también valioso”, considera.
A diferencia de Marta, Pili conoce
muy bien la identidad de los que acabaron con la vida de su hermano. Durante
cuatro meses los tuvo a escasos metros en el juicio celebrado en la Audiencia Nacional
y así lo traslada a los jóvenes estudiantes que han tenido la oportunidad de
escuchar su testimonio: “Siempre quise saber quiénes eran, quería saber quién
puede aceptar ese trabajo, porque no hay que olvidar que era una acción
planificada”.
Al igual que la hija mayor de la
familia Buesa, Zabala también cree en el “camino del retorno” para los
condenados que cumplen su pena. Hay recuerdos, como aquella imagen del ministro
Belloch colocando en su ascenso el fajín de general a un Galindo ya imputado,
que todavía agitan a Zabala por dentro, pero aún así aplaude la existencia “de
una segunda oportunidad para todos”.
Esta visión no significa que vaya
aparejado un perdón. Es más, ambas diferencian entre la petición de perdón por
parte de los victimarios y su concesión, si así lo consideran, a cargo de las
víctimas. Marta detalla en su explicación sobre esta cuestión “lo valioso” que
resulta para ella que una persona que ha infligido daño haya llegado a la
convicción de que necesita reaccionar así. Ahora bien, asegura que pese a los
casi quince años transcurridos desde el asesinato de su padre, esa persona no
puede pedir perdón porque eso supondría “hacer borrón y cuenta nueva”. Eso no
es óbice, añade, para que pueda vivir “sin odio ni rencor y de una manera
sana”.
En el caso de Pili, antes de llegar
al perdón establece una escala de prioridades que está encabezada por el
cumplimiento de todos los derechos que como víctimas les deben asistir:
“verdad, justicia y reparación”. A partir de ahí, el perdón también debe ir
acompañado de hechos que, en el caso de los asesinos, permitan ofrecer toda la
información para colaborar con la
Justicia. “A mí no me han pedido perdón y no se cómo
reaccionaría”, dice.
Hernando, por su parte, considera
que este aspecto es “bilateral e individual”, por lo que cada víctima tiene el
derecho de optar por la decisión que estime oportuna. Sin embargo, si hace
hincapié en la necesidad de una “revisión autocrítica” del pasado para que la
construcción de la convivencia no se limite a no vulnerar más derechos, sino
que también recoja que “lo que se hizo estuvo mal”.
En ese camino estarán Pili, Marta y
las demás víctimas de la violencia que seguirán aportando su testimonio en los
centros de enseñanza de Euskadi. “Si hay algo más que podamos hacer para que no
se repita lo que ocurrió en el pasado, adelante”, afirman. Ejemplo y empatía.
Opinión:
Agradezco a un buen amigo vasco que me haya enviado esta información con la “excusa” de que es lo mismo que hoy aparece en una entrevista conmigo en El País.
Agradezco a un buen amigo vasco que me haya enviado esta información con la “excusa” de que es lo mismo que hoy aparece en una entrevista conmigo en El País.
Y aprovecho a decir que hay muchas más víctimas que
pensamos así, que hay que hacer todo lo poisible dentro de la legalidad para
conseguir que nadie mas sufra lo que nosotros ya hemos sufrido.
Aunque parezca mentira, hay quien sin haber pisado
jamás un cementerio ni un hospital a consecuencia de un atentado se cree con el
derecho a opinar e imponer su ideología particular poniendo trabas
constantemente a la consecución del objetivo deseado: el final del terrorismo.
Para evitar esa postura ignorante, siempre estaremos esas otras víctimas a las que, por lo que parece,
ya se nos empieza a dar voz.
Y es que no tiene razón quien más grita consignas sino
quien mas ofrece argumentos.
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