12 abril 2015
Un testigo reconoce que el terrorista que mató a 18 personas es el mismo de la foto y el retrato robot
Se trata del sirio-español que alcanzó la cúpula de Bin Laden: Setmarian
Su última pista se pierde en Siria
Se abre la fotografía en la pantalla del ordenador y Alberto J., abogado y consultor madrileño de 62 años, da un respingo. Como si acabara de ver al mismísimo demonio. "¡¡¡Este es el hijo de puta!!!", exclama desconcertado por el descubrimiento. “Sí, sí, sin duda es él. Este es el hijo de puta, con perdón, que puso la bomba", maldice al tipo de la foto. La aparición que tanto lo ha sobresaltado es una vieja imagen en blanco y negro del escurridizo Mustafá Setmarian, una figura tan relevante dentro del yihadismo internacional que conviene apuntar su semblanza antes de desvelar por qué Alberto se comporta como si hubiera visto un fantasma.
A Setmarian, nacido en
Siria hace 56 años pero con pasaporte español desde hace tres décadas, se le
considera el fundador de Al Qaeda en España,
organización terrorista en cuyo escalafón luego ascendería hasta retratarse
sentado al lado de Bin Laden en las montañas afganas de Tora Bora en calidad de
hombre de confianza y ya ungido como el referente intelectual de Al Qaeda y su
principal estratega. De Setmarian es, entre otros títulos, la biblia del
yihadismo internacional, un manual de 1.600 páginas titulado Llamada a la Resistencia Islámica Global que le valió el apodo de "arquitecto de la yihad moderna" porque
en él alentaba a los musulmanes a cometer acciones terroristas por su cuenta
-los lobos solitarios- u organizados en pequeñas células.
Suyo es por tanto el copyright de la fórmula con la que se ejecutó el
11-M, el 7-J, la carnicería de la maratón de Boston, de la que se cumplen dos
años el próximo miércoles, o el ataque a
la sede de Charile Hebdo. En casi todas las investigaciones de estos
atentados salió a relucir en algún momento el nombre de Setmarian, al que se le
perdió el rastro en Siria hace casi una década y cuyo paradero es hoy un
misterio. Que el FBI llegara a ofrecer cinco millones de dólares como
recompensa por su
cabeza es un indicio de su importancia.
Y es precisamente la cabeza
de Setmarian, su morfología, lo que hace que Alberto J. sostenga ahora con
rotundidad que es el hombre al que vio aquella noche en la barra del madrileño
restaurante El Descanso -ubicado en el kilómetro 14,2 de la carretera de
Barcelona- minutos antes de que a las 22.30 horas del viernes 12 de abril de 1985 todo
volara por los aires. Hoy se cumplen 30 años de aquello, del atentado más
olvidado de la Historia
reciente de España, el primero de factura yihadista
en territorio español, una masacre que se saldó con 18 muertos
y que nunca se juzgó porque no se pudo determinar quién fue el autor material.
"Iba vestido muy
moderno, deportivo, nada árabe ni que se le parezca, llevaba una cazadora muy
llamativa, de color rojo creo", rescataba este miércoles Alberto sus
recuerdos de aquel fugaz pero trascendental encuentro. "Él tomaba algo en
la barra a unos tres metros de mí y tenía una bolsa de deportes de esas
antiguas que se colgaban con un asa en el hombro. Dejó la bolsa a sus pies en la barra. Luego la cogió, se marchó y la dejó a
la entrada, junto a los baños, cerca del radiador, porque yo tengo las piernas
llenas de metralla del radiador. Le vi la cara unos instantes: tenía la frente
muy despejada, la cabeza amplia por la parte de arriba, con forma como de
bombilla, el pelo corto, bigote... Me quedé con los detalles porque se parecía
mucho en la forma de la cabeza a un amigo mío y cuando se lo conté a la policía
tomaron a mi amigo como referencia para hacer el retrato robot. El retrato
robot no se parece mucho al hombre que yo vi, pero esta fotografía... Lo tengo claro,
clarísimo, es él. Me ha despertado imágenes muy
vivas la foto esta",
insiste en el reconocimiento positivo.
Alberto tenía entonces 32
años y esperaba mesa cerca de la barra de El Descanso para cenar con su novia
-una australiana de nombre Mercedes con la que tenía previsto casarse el mes
siguiente-, y con una pareja de amigos: Cristina y Arturo, este último agente
de seguridad de la
Presidencia del Gobierno.
Iban a tomar las famosas ribs del
restaurante, las costillas que atraían a muchos soldados estadounidenses de la cercana base de Torrejón de
Ardoz. A ellos debía de estar destinada la bomba, se pensó entonces ante el
desconcertante ataque, pero no hubo ningún norteamericano entre
los 18 fallecidos y sólo uno, James Walden,
figuró en la lista de 82 heridos. La explosión no se sincronizó con las
costumbres de los soldados de EEUU, que nunca cenaban tan tarde.
Alberto perdió a dos de las
personas que lo acompañaban: su prometida y su amigo Arturo. Cristina -a quien
Crónica ha localizado pero quien declina la invitación a participar en este
reportaje- y él sobrevivieron y sólo ellos dos, junto al camarero Gregorio
Fernández de la Cueva ,
supieron dar a la Policía
detalles del presunto terrorista. Había unas 400 personas en El
Descanso aquel viernes 12 de abril.
"Sí, mi cuñado
Gregorio lo vio pero falleció hace casi 20 años", dice Francisco Posado,
quien también servía las mesas esa noche en El Descanso y quien, 30 años
después, como todas las víctimas a las que este suplemento ha visitado o
preguntado, se sigue sobresaltando con un simple petardo o un golpe en la barra
del bar que ahora regenta en San Fernando de Henares (Madrid).
Su cuñado Gregorio murió
joven pero dejó a los
investigadores una descripción precisa del
hombre al que sirvió un botellín de cerveza y que le llamó la atención porque
desentonaba solo entre tantas parejas y familias esperando para cenar. Los
datos que dio cuadran con el físico
que Setmarian lucía en
aquella época: "Unos 27 años [Setmarian tenía 26], 1,70 metros de
estatura, complexión normal, pelo castaño tirando a rubio, pequeño bigote,
peinado para atrás y pelo más bien corto; vistiendo cazadora militar de color
verde". Es en este punto, el color de la cazadora, que Alberto J.,
recuerda roja, en lo único en que difieren sus testimonios.
Ninguno de los testigos
pudo reconocer a Setmarian en las fotografías de los archivos policiales ya que
el sirio no estaba fichado
entonces y ni siquiera había rastro aún de su presencia en España. Las investigaciones se decantaron por
seguir la pista que conducía al Frente Popular para la Liberación de Palestina
como responsable del atentado, pero no dieron frutos y el caso acabó archivándose en marzo de 1987 sin autor conocido.
Hasta que en julio de 2005,
con Setmarian ya encumbrado como gerifalte de Al Qaeda y en la lista de los más buscados de los
servicios de inteligencia de todo el planeta, EL MUNDO publicó una fotografía
suya, y uno de los supervivientes, al verla impresa, tuvo una reacción similar
al brinco que ha dado Alberto esta semana. "¡Es él! ¡Éste es el de la
bomba!". Con el testimonio de esta persona, cuya identidad preservamos por
ser testigo protegido, el juez Ismael Moreno dispuso, en septiembre de 2005, la
reapertura del caso. Finalmente, el 28 de noviembre de 2008 se decretó el sobreseimiento
provisional de nuevo por falta de autor conocido.
A esta identificación de
hace una década se une ahora la que hace Alberto J., quien también pide que se
preserve su nombre completo "por seguridad" y quien asegura que la Audiencia Nacional
no lo convocó para ver si él también reconocía a Setmarian cuando en 2005 se
desempolvó el sumario 65/1986. Ni siquiera sabía de la reapertura. De estar en
lo cierto Alberto y el testigo protegido, Mustafá Setmarian
habría predicado a sus discípulos con
el ejemplo convirtiéndose él mismo en uno de los precursores de esos lobos
solitarios que tanto ha alentado en sus escritos y discursos. "El
terrorismo es un deber; el asesinato, una regla. Toda la juventud musulmana debería convertirse en terrorista”, se
le oye decir en una de la treintena de clases magistrales grabadas en vídeo y
subidas a Youtube que impartió en agosto de 2000 en Al Ghuraba, el campo de
entrenamiento yihadista en Afganistán que Setmarian dirigía en aquella época.
Su imagen en estas
grabaciones dista mucho de la del joven de aspecto moderno y occidental de la
época del atentado de El Descanso. Se le ve con una larga barba, más delgado,
el cabello varios tonos más oscuros de aquel matiz zanahoria que le valió entre
las fuerzas de seguridad el apodo de "el pelirrojo" y
llevando una taqiya, la gorra musulmana, mientras garabatea en una pizarra de
la que cuelga un kalashnikov. "Las centrales nucleares son difíciles de
penetrar pero se puede intentar lanzando una avioneta kamikaze", sugiere
en estos cursos para
muyahidines celebrados
un año antes del 11-S. "Una pequeña cantidad de un producto inflamable,
como habéis visto en el cursillo de explosivos, es suficiente para causar un
incendio forestal". ¿Y qué ideas ofrece Setmarian a sus pupilos para
financiarse? "Cualquier turista lleva encima entre 1.000 y 1.500 dólares,
su pasaporte, su tarjeta y las joyas de su mujer. O se le ataca y se le roba o
bien nos metemos en la habitación de su hotel, lo matamos y le robamos".
Mari Ángeles del Saz, de 59
años, mira las imágenes de Mustafá Setmarian con indiferencia. "No me suena de
nada”, dice. Bien podía ella también haber visto al hombre que
dejó la bolsa bomba ya que en el momento de la explosión se encontraba muy
cerca de la barra -junto a Alberto aunque ni se conocen ni se recuerdan-,
apoyada en la barandilla que conducía al comedor del sótano, esperando a que le
dieran mesa junto a su marido y unos amigos. Estaba entonces embarazada de
cinco meses.
Mari Ángeles no había
vuelto a poner un pie en El Descanso hasta que hace unos días accedió a
regresar con Crónica y con su hija Rebeca, quien nació perfectamente pese a la virulencia de la explosión que
sufrió en el vientre de su madre y quien cumplirá 30 años en agosto. Como
muestra de la profunda huella que el atentado dejó en su madre, cuenta Rebeca
lo sucedido en el trayecto en coche desde su casa en San Fernando de Henares
hasta nuestra cita en El Descanso. La joven se ha desesperado con la lentitud
de la conductora que la precedía y ha dado una palmada: "¡Venga!".
"¡¡¡Ay, qué susto!!!", ha saltado Mari Ángeles en el asiento de
copiloto realmente alarmada. "Mamá, que es una palmada...".
El último recuerdo
que tiene Mari Ángeles de El Descanso es su cielo, muy estrellado aquella noche, el olor a quemado y un fondo sonoro de gritos y sirenas que a ella le llegaba amortiguado por
el daño en sus tímpanos. Su marido le hablaba pero ella no podía oírle. Un
camarero la sacó de entre los escombros y la tumbó en el patio junto a otros
heridos y fallecidos. Sólo recuerda mucho dolor y que miraba el cielo.
"Yo estaba justo aquí esperando", cuenta
ya de regreso a 2015, superado el impacto emocional de volver a cruzar la
puerta de El Descanso. El restaurante lo regentan ahora unos jóvenes rumanos
que apenas saben de la página más negra de la historia de un local que de
aquella época sólo conserva el nombre y sus clásicas costillas como plato
estrella. La explosión lo destrozó todo y la remodelación no se ajusta al plano
original, por lo que Mari Ángeles se mueve en el escenario imaginario de
entonces. "Estaba aquí esperando", explica desde el rincón que hay al
entrar a la derecha. "Y de repente fue como un calambre, como un
terremoto, sentí un movimiento en todo mi cuerpo, una sensación
muy extraña que ahora me vuelve. Lo siguiente que recuerdo es estar tirada en
las escaleras y tocar a mi alrededor. Tocaba escombros y cuerpos. Fue
horrible".
Cada vez que se hace una
radiografía la llaman del hospital los médicos alarmados hasta que ella les
aclara que las anomalías en las piernas son restos de metralla.
Estalló en los baños
Cuenta Mari Ángeles que la
explosión vino de los baños puesto que le golpeó el lado izquierdo. Coincide en
este punto con Alberto, quien también sitúa el artefacto en la puerta de los
servicios pese a que todas las crónicas del atentado recogen
que estalló en la barra. "La mayor parte de los muertos
estaban en el comedor de abajo y murieron aplastados porque se les cayó el
techo del baño encima", aclara Mari Ángeles. Que la bolsa bomba se
colocara en los lavabos daría sentido también a las muertes de la joven Cruz
García, que estaba en el WC en el momento de la deflagración, y de Joaquín
González, el hombre que repartía globos a los niños, se encargaba de la máquina
del tabaco y siempre se colocaba junto a los servicios. De haber explotado en
la barra, por otro lado, ni Mari Ángeles ni Alberto estarían hoy contándolo.
Mari Ángeles pone sobre la
mesa otra teoría que circuló en los meses siguientes al atentado: la bomba, le
dijeron a ella, estaba preparada para
explotar a mediodía,
cuando el salón estaba lleno de soldados norteamericanos, pero el mecanismo falló y
el terrorista habría regresado por la noche para accionarlo. No hay datos que
apoyen esta versión. Como tampoco hay indicios de la presencia de Setmarian en
España hasta el día de su primera boda, celebrada tres meses después del
atentado.
Nacido el 26 de octubre de
1958 en Aleppo, Setmarian -o Abu Musab Al Suri, nombre de guerra por el que le
conoce el yihadismo- abandonó Siria por su oposición al régimen de Hafez Al
Assad a principios de los 80 y se enroló en uno de los brazos armados de los
Hermanos Musulmanes. Pasó por Irak y Jordania, donde se adiestró en el
manejo de explosivos, y tras una breve estancia en Francia, se
instaló en Madrid. Ya aquí, el 10 de julio de 1985 se casó en el Registro Civil
con Pilar Toledo, nacida en Teruel y de 29 años. Consiguió así la nacionalidad
española y el DNI 50852875. El matrimonio se disolvió tres años después, en
noviembre de 1988.
Crónica ha buscado a Pilar
Toledo para recabar su testimonio pero la primera mujer de Setmarian
falleció hace más de un lustro, víctima de un cáncer. Le
sobrevive una hija que tenía 18 meses cuando se ofició su boda con el
"arquitecto de la yihad moderna" y a quien se le puso el nombre de
una mítica cantante árabe. La niña, que hoy tiene 31 años, fue criada por el
segundo marido de Pilar, español.
Todas las biografías de Setmarian recogen que se casó con la madrileña Helena
Moreno, su actual esposa y madre de sus cuatro
hijos, en 1987, apunte imposible ya que entonces él aún estaba unido a Pilar
Toledo. Setmarian y Helena se conocieron en la Escuela Oficial de
Idiomas, en Madrid, cuando él aparentemente sólo era un modesto vendedor de
objetos árabes en el Rastro. Luego se trasladaron a Alfacar (Granada) y
montaron un negocio de confección y venta de ropa que no fraguó. Entre medias eran frecuentes los
viajes de Setmarian a Afganistán y Pakistán, donde entabló relación con Bin
Laden. "Tuve el
honor de conocer al jeque Osama en 1988 y de convertirme en miembro de Al
Qaeda", ha contado el propio Setmarian. "Enseñé ciencias marciales y
militares en los campamentos de Al Qaeda hasta 1990. Me especialicé en la
fabricación de artefactos explosivos y en llevar a cabo operaciones especiales
y guerra de guerrillas".
En Madrid, Setmarian acudía
a rezar a la mezquita de Abu-Bakr,
en el barrio de Tetuán, y es en este marco donde la policía cree que alumbró a
"los soldados de Allah", el germen de lo que luego sería la primera
célula de Al Qaeda en España. Setmarian y su familia se marcharon en 1995 a Londres por lo que el
liderazgo de la red recayó en el famoso Abu Dahdah,
detenido en 2001 en el marco de la operación Dátil que desarticuló la rama
española de Al Qaeda. Setmarian también fue imputado en el caso y el juez
Baltasar Garzón emitió en diciembre de 2003 una orden de búsqueda y captura que
a día de hoy no ha dado resultado.
En Londres residió
Setmarian entre 1995 y 1998, etapa en la que se
dedicó sobre todo a cultivar su perfil mediático: elaboró reportajes sobre Bin Laden
para la CNN y la BBC y se puso al frente de la
revista de corte radical Al Ansar, ya desaparecida. "La única arma que
tenemos para enfrentarnos con la maquinaria moderna del enemigo es la yihad y
el amor a la muerte... Cuerpos mutilados, esqueletos, terrorismo... ¡Qué
palabras tan hermosas!", se leía en Al Ansar en la época en que Setmarian
la dirigía. El sirio-español abandonó la publicación en 1998 cuando retornó a
Afganistán para ingresar en la
cúpula de Al Qaeda y
volcarse en la instrucción de muyahidines.
La siguiente fecha
importante en la biografía de Setmarian es el 31 de octubre de 2005, cuando fue detenido por los servicios secretos pakistaníes en una tienda de la ciudad de Quetta.
Fue entregado a EEUU,
que había ofrecido cinco millones de dólares por su captura, y posteriormente
la inteligencia norteamericana lo dejó en manos del régimen sirio, que lo
encarceló hasta su liberación en 2011. Y ahí se pierde cualquier rastro de
Setmarian.
Su esposa, Helena Moreno, a la que Crónica localiza
en Qatar, donde reside con sus hijos, y quien ha pedido en repetidas ocasiones
a la Justicia
que busque a Mustafá Setmarian, ciudadano español, duda de que esté en libertad
y asegura que no sabe nada de él desde hace más de una década. "La
situación es que mi marido fue secuestrado hace 10
años y que nadie se ha preocupado nunca de saber dónde está. ¿Qué ha sido de él? Me imagino que
está en una cárcel siria", dice. "Que no se olvide que su familia
está en Siria y que, de estar libre, se habría puesto en contacto con ellos y
ni su padre ni sus hermanas saben nada", añade.
Le preguntamos a Helena por
los artículos que han aparecido en la revista Inspire, el boletín de Al Qaeda
en la Península
Arábiga , firmados por Abu Musab Al Suri, el nombre que usa
Setmarian en su literatura, y publicados tras su supuesta liberación.
"¿Los ha escrito él?, ¿alguien que usa su nombre? Vamos a buscarlo y
cuando esté ante la Justicia
que diga él qué ha hecho y qué no ha hecho", responde.
-¿Y qué dice del testimonio
de 2005 que implicó a su marido en el atentado de El Descanso?
-Como decimos en España, es
muy fácil buscarle las pulgas al perro cuando ya se las han encontrado. Vamos a
ser serios, ¿cómo una persona que vio cinco minutos a alguien en un bar se va a
acordar 20 años después? Me parece un insulto a la opinión
pública y a la Justicia
que se reabriera el caso.
Y sin embargo, 30 años
después, otro testigo mira la foto de Mustafá Setmarian y dice: "Es él.
Éste es el que puso la bomba".
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