12 abril 2015
Euskadi:
autocrítica en toda regla
El modelo
vasco de final del terrorismo se aproxima más a las comisiones de la verdad que
al de Irlanda del Norte
Dos años después del inicio de la legislatura vasca
del Gobierno peneuvista de Iñigo
Urkullu, , la ponencia parlamentaria de paz y convivencia, llamada a ser clave
en la etapa post-ETA, no se ha constituido porque el PSE y el PP exigen como
condición previa que la izquierda abertzale reconozca el daño injusto causado
por su complicidad pasada con el terrorismo etarra. Le exigen que deje claro
ante la sociedad que el terrorismo no tuvo ninguna justificación política
cuando en España y en el País Vasco ya se disfrutaba de democracia y autonomía.
Esta exigencia política es paralela
a la de todas las asociaciones de víctimas, desde las más radicales, como
Covite, a las moderadas como la
Fundación fernando Buesa o José María Corta que, si bien
rechazan la venganza y asumen el acercamiento de presos etarras a cárceles
próximas al País Vasco, consideran una obligación ética y pedagógica, pensando
en las futuras generaciones, que la izquierda abertzale asuma una revisión
crítica de su pasado. Sus portavoces han reiterado en los homenajes a víctimas
del terrorismo que mientras la izquierda abertzale no dé ese paso, no podrá
normalizar su relación con los diversos colectivos de víctimas.
Otro tanto sucede con las jornadas relacionados con
la memoria. La ausencia de un mínimo compartido, la deslegitimación del
terrorismo en democracia, por parte de la izquierda abertzale impide la
celebración de actos unitarios, como el Día de la Memoria , e incluso ha
impedido que la reciente constitución del Instituto de la Memoria haya sido
completa.
La política de reinserción de
presos etarras también se ve bloqueada por la indecisión de la izquierda
abertzale de realizar una autocrítica sobre su pasado. Previo a la declaración
del cese definitivo del terrorismo de ETA, hace más de tres años, la izquierda
abertzale adquirió el compromiso de rechazar la violencia en el presente y en
el futuro. Pero sigue sin dar ese paso crucial y el colectivo de más de 400
presos etarras, sin el estímulo de la izquierda abertzale, ofrece coartadas a
la política penitenciaria inflexible del Gobierno del PP.
De esta situación de bloqueo, que
lleva camino de prolongarse indefinidamente si no se desata su nudo gordiano,
la revisión crítica del pasado, se ha hecho eco el Gobierno vasco. Un reciente
texto, Zuzendu (Rectificar), asumido por el lehendakari Urkullu, constata: “Hay una expresa demanda
social y política que apremia a una valoración crítica de la violencia de ETA
por parte de su entorno político”. Y le reclama esa “valoración crítica” de ETA
porque su “renuencia” a hacerlo “agranda la sospecha de justificación de la
violencia padecida o la pretensión de dar por bueno el sufrimiento injusto
provocado a las víctimas. Esto, además de resultar inaceptable en la sociedad
vasca del siglo XXI tiene efectos éticos, humanos, sociales y políticos
destructivos en el presente y futuro”.
La izquierda abertzale pensó en una gestión del
final del terrorismo vasco similar a la de Irlanda del Norte, en la que la
excarcelación de los presos tuvo el principal protagonismo. Pero los Gobiernos
central y vasco así como todos los partidos, a excepción de la izquierda
abertzale, han interiorizado que el proceso de final del terrorismo vasco es
muy diferente del irlandés. La diferencia sustancial radica en que mientras en
Irlanda del Norte se enfrentaban dos organizaciones terroristas, equilibradas
en fuerza y desmanes, en Euskadi, tras la entronización de la
democracia y el autogobierno, operó básicamente una banda terrorista, ETA, lo
que acarreó consecuencias dispares.
En Irlanda del Norte, tras el cese
definitivo del terrorismo, hubo un interés común en priorizar la salida de los
presos de ambos bandos enfrentados y se relegó la revisión crítica del pasado.
En el País Vasco, al existir básicamente una organización terrorista, que terminó
atacando a la inmensa mayoría de la población, la autocrítica sobre el pasado
terrorista se ha puesto en primer plano.
El modelo vasco de final del
terrorismo se aproxima al de las comisiones de la verdad en países como
Argentina, Guatemala o El Salvador, según señala el Gobierno vasco. Pero,
incluso Irlanda del Norte, casi una década después del cese definitivo del
terrorismo, se está replanteando ahora la necesidad de una revisión autocrítica
del pasado.
“Si el pasado no se cierra bien,
reaparece. Por eso es tan importante abordarlo de frente”, señalan desde el
Gobierno vasco. “En Euskadi, mucha gente amenazada por ETA en los años de plomo
asume que habrá que terminar por entenderse con una izquierda abertzale que va
participando en el juego democrático o incluso que se flexibilice la política
penitenciaria para los presos etarras. Pero lo que ninguna víctima está
dispuesta a asumir es que su sufrimiento haya tenido una justificación
política. Las líneas rojas están en que ETA y quienes les ayudaron políticamente
deben reconocer que el terrorismo no tuvo ninguna legitimación en democracia.
Es la manera de asegurar que no vuelva a repetirse la tragedia vivida”.
El Gobierno vasco precisa que la revisión crítica
del pasado terrorista de ETA no debe limitarse a los hechos y a la legitimación
del recurso a la violencia. Debe detenerse, también, en capítulos especialmente
perversos como fue “la estrategia de socialización del sufrimiento y sus
consecuencias”, sobre todo, entre 1990 y 2010, que masificó la amenaza
terrorista a una mayoría amplia de la población.
Aunque la responsabilidad principal
del terrorismo recae sobre ETA, el Gobierno vasco propone extender el ejercicio
de autocrítica a la sociedad y a las instituciones, como el propio Ejecutivo
vasco, por “la falta de atención a las víctimas” en el pasado. “Un ejemplo de
la necesidad de esta autocrítica es el olvido de las víctimas en los pactos de
Ajuria Enea, Pamplona y Madrid”, pese a su importancia política en la lucha
antiterrorista. Un gesto, en esa dirección, fue la declaración institucional
del Gobierno vasco, en febrero, con motivo del 15º aniversario del asesinato
del consejero vasco, Fernando Buesa, en que reconoció que la institución no
estuvo a la altura.
También, en otro plano, el Gobierno
vasco detecta una responsabilidad por “un ejercicio ilícito de la violencia
estatal o por la violencia paraestatal, ya sea en su organización, o por su
negación, ocultación de su existencia o por la minimización de violaciones de
derechos humanos: desde los excesos policiales, la tortura, o el abuso del
poder penal y penitenciario, hasta el terrorismo de organizaciones como BVE, GAL y similares”.
El Ejecutivo vasco pretende
regularizar anualmente, a partir del segundo semestre de 2015, unas jornadas de
reflexión sobre la revisión crítica del pasado en varios ámbitos sociales.
Opinión:
De toda la información que aparece en el excelente trabajo
de Luis R. Aizpeolea, solo disiento en lo que tiene referencia a la “importancia
política de las víctimas en la lucha antiterrorista”.
Por mi parte y me consta que muchas víctimas piensan
lo mismo, no deberíamos ser agente político sino más bien social y asistencial,
jurídico incluso. Pero jamás político. Si fuéramos agente político deberíamos
compartir lo que algún supuesto representante político dijera en “nuestro”
nombre y, por lo tanto, no compartir lo que dijera otro supuesto representante
que hablara diferente.
Y a ese juego no quiero jugar. Mi opinión como víctima
del terrorismo (del terrorismo de ETA y de las víctimas de “verdad”) es tan respetable
como la que pueda aportar un político, sea el que sea y del partido que sea.
Por ello no permitiré que ningún representante político se crea con el derecho
a manejar y utilizar mi opinión... y mucho menos si además no me la pregunta
con anterioridad.
Y no olvidemos que la representatividad de Covite,
según las cifras que maneja el Ministerio del Interior es del 5’37 % del
total... y ello suponiendo que no hayan víctimas compartiendo pertenencia en
diferentes asociaciones al mismo tiempo. Las otras dos, con todo el máximo
respeto y aunque realizan una labor impresionante en cuanto al reconocimiento
de víctimas del terrorismo, representan a una sola víctima.
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