16 febrero 2016
Dos miradas a la Barcelona de los 70
Marcos Ordóñez y José Carlos Llop
evocan su juventud en una ciudad donde todo estaba por inventarse
'Juegos reunidos' y 'Reyes de
Alejandría' se nutren de música, literatura, erotismo y ganas de revuelta
Fue un tiempo raro del que apenas
queda memoria. Ni rastro. Fue a mediados de los 70,
antes y después de la muerte de Franco, pero
ni siquiera llegó a durar una década. Quienes lo vivieron, especialmente los
más jóvenes, coinciden en señalar su potencia, la avidez de renovación, de
aprendizaje, de contracultura y de cultura a secas, de liberación sexual y de
revuelta ciudadana que se vivía en las calles de Barcelona,
con La Rambla
canalla como arteria principal y Ocaña como
su personaje más emblemático. La ciudad fue una fiesta, pero 40 años después,
apenas hay documentos que lo recuerden y lo celebren, más allá de la exposición
–paradójicamente, solo vista en Madrid- sobre la revista ‘Ajoblanco’ o las memorias de Pepe Ribas,
su impulsor, unos cuantos documentales, algún artículo, poco más.
Dos escritores, José Carlos Llop (Palma de Mallorca, 1956) y Marcos Ordóñez (Barcelona,
1957) acaban de aportar sus recuerdos a esa bibliografía negada en sendos
libros en los que evocan a modo de cápsula del tiempo cómo era aquella ciudad mestiza. ‘Reyes de Alejandría’ (Alfaguara) de
Llop tiene su corazón en Barcelona porque fue aquí donde vivió el mallorquín
sus años universitarios: “Barcelona, como Alejandría, era un mosaico de
culturas distintas. Quien no conoció Barcelona en aquella época no ha conocido
la dulzura de vivir, pero tampoco la posibilidad de una España distinta, que se
perdió”.
Ordóñez ha compuesto su último libro ‘Juegos reunidos’ (Asteroide) como
un paseo por una serie de textos misceláneos, no todos centrados en los 70, que apuntan a una autobiografía más
basada en los sentimientos que en los hechos. “Lo que marcó aquel tiempo fue la sensación de
interregno, pero eso es algo que solo comprendes a posteriori
-valora Ordóñez- El viejo régimen, naturalmente, todavía seguía bastante
activo, pero en el nuevo todavía no se habían ocupado las sillas y eso para
cualquier joven, para el chaval de mi relato, era deslumbrante”.
Música y poesía
Hay mucha vida paralela en los
relatos generacionales de Llop y Ordóñez. La importancia de la música. Zeleste. Sisa. Pau Riba. Gato
Pérez, difíciles de explicar a los jóvenes de hoy. “No
escuchábamos música, vivíamos en la música. Además nuestra generación es la
primera en la que confluyen la alta cultura y la popular, éramos capaces de
escuchar a Bach y a los Rolling”, define Llop que ilustra la portada de su
libro con una imagen de Bob Dylan. Los descubrimientos poéticos, de Gil de Biedma en
el caso de Ordóñez y de Ezra Pound, en el
de Llop. “Vivíamos las pasiones como un poema, vivíamos la vida como una
novela, éramos subespecies literarias”, apunta el mallorquín. Incluso,
convienen, el sexo era renovador: “Para empezar, era posible -bromea Ordóñez-.
Había gente que iba por los barrios a promulgar la revolución sexual con el
libro de Wilhem Reich en la mano”.
Eran tiempos marcadamente politizados. Sin embargo, para Llop, “podías
ser antifranquista, pero te querías reír, no éramos dogmáticos ni ortodoxos,
como quizá sí lo eran nuestros hermanos mayores”. Tanto en el libro de Ordóñez
como en el de Llop se asoman las Jornadas Libertarias que se celebraron en el Parque Güell en el
77, el
gran hito antisistema del momento. El lugar en el que lo buenos burgueses
solían pasear con sus hijos se revistió de un cierto estilo Woodstock,
pero sin Jimi Hendrix. “Era de no creérselo, tropecientos tíos y tías en
pelotas. Lo raro es que se pudiera haber hecho, que no hubiera habido una carga
policial”, se sorprende Ordóñez.
Sexo, drogas y rock and roll. Felices e inconscientes porque todavía
no había llegado masivamente la heroína. Los autores admiten hoy un exceso de
inocencia. Pero en distinto grado. Para Ordóñez, la mirada de la juventud lo
transformaba todo. Pero también la economía del momento facilitaba las cosas. “En mi libro aparece una pizarra que
dice huevos con patatas 10 pesetas y esto no es trivial. Era un momento en
el que las cosas estaban baratas, sin la torrentera de gastos de hoy. Dos o
tres se podían juntar y alquilar un piso, trabajar con apaños y subsistir con
muy poco. Eso permitía la libertad”.
El final de una época
El desmoronamiento de un régimen.
La crisis de todos los valores. La invención de la libertad. Para Llop aquellas
circunstancias ni se han vuelto a dar ni se dieron antes. Fue intenso, pero
breve. Duró tan poco que hoy parece un espejismo. La
juventud estaba de fiesta y de pronto cayó la losa del desencanto,
con la película homónima de Jaime Chávarri como
retrato inmisericorde. “Hay varias explicaciones para ello. El peso del mundo
es una. Y el pecado original otra. Había muchos elementos de mi generación que
ya estaban con la vista puesta en el cambio político, en cómo formar parte del nuevo ‘establishment’.
En los 70 en la universidad apenas había la gente del PSOE o del PSC, los
militantes estaban en el PSUC o en el PCE y en pocos años los términos se
invirtieron”.
En ‘Juegos reunidos’ Ordóñez apunta, lateralmente, a que el incendio
de la sala de fiestas Scala fue un final de época. “Mucha gente cree
que fue un acto preparado para criminalizar a los anarquistas. Para Pepe Ribas
es el tema de su vida, puede estar horas hablando de esto, pero no me parece
descabellado pensar que fue un golpe de mano en un momento en que la CNT estaba muy crecida”.
Y después llegaron los 80, hoy objeto nostálgico por excelencia. “El giro fue copernicano. Donde antes
había una búsqueda de la verdad se impuso el imperio de lo falso. Donde había
un pensamiento denso se impuso el débil. Donde había una felicidad del cuerpo
se impuso el gimnasio, que propone una felicidad narcisista”, enumera
Llop. Ordóñez no se muestra tan concluyente. “No me creo los
tiempos en blanco y negro, ni siquiera el franquismo
lo era. La nueva década cambió muchas cosas pero no fue una condena”.
Opinión:
Solo una rectificación al artículo
publicado en El Periódico. Cuando hablan de “el incendio de la sala de fiestas Scala” sería mucho mejor que dijeran el “atentado” en la sala de
fiestas Scala.
En
cuanto al tema de los inductores del atentado, coincidimos plenamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario