26 febrero 2016
Terrorismo machista,
dicen
Una diputada de Podemos se ha disculpado así por mezclar el
asesinato de Miguel Ángel Blanco con
el último crimen machista acaecido en Zaragoza: «A pesar de relacionarse
emocionalmente por su efecto en mí, la comparación es desafortunada».
Sí,
su comparación resulta tan desafortunada como su sintaxis, pero siendo
deleznable la expresión lingüística de la diputada no lo es tanto como la
operación psicológica que la precedió, y que ella misma define como una
«relación emocional». Estas cosas suceden por creer que el sintagma
inteligencia emocional es algo más que un oxímoron. En la mente de la diputada
de Podemos bulliría el voluntarioso concepto terrorismo machista segundos antes
de formular su infame analogía, pero al obrar así solo reflejaba la penetración social que tal concepto absurdo está logrando,
a despecho de la inteligencia de loros y cacatúas.
El
terrorismo machista no existe. Existe el terrorismo, y existen los crímenes
machistas. Pero no hay algo como una organización de criminales que van matando
mujeres para reivindicar la causa del patriarcado. El terrorista elige a
víctimas anónimas o simbólicas para extender con fines propagandísticos el
pánico que enorgullezca a su facción, mientras que el machista mata a alguien a
quien conoce íntimamente, y hasta consumar su crimen huye celosamente de toda
publicidad. Si se suicida lo hace por desesperación culpable, no porque esté
convencido de que le aguardan las 72 gratificantes huríes del paraíso coránico.
Una víctima de ETA nunca amó a su verdugo; una víctima de
su ex marido sí. No hay comandos de ex maridos organizados para asesinar, y no
se alojan en pisos francos sino en una casa que fue hogar antes de romperse.
Constatemos en fin que el maltrato se antoja el único problema no político en
España: ningún otro suscita tanto consenso y ninguno se resiste tan tercamente
a la unidad de acción en su contra, con una tasa de víctimas que no amaina año
a año.
Yo
entiendo que una aproximación televisiva a la violencia doméstica gana efecto
si recurre al sonoro marbete de terrorismo. Pero que el padecimiento de la
víctima de maltrato resulte tan terrorífico como la amenaza que pendía sobre la
rutina del concejal amenazado por las ideas que eligió (y no por su
involuntaria condición sexual) no legitima el confusionismo: si idénticos son
los efectos, las causas y los métodos no pueden ser más distintos, y distintos
han de ser los tratamientos. Un pacto de Estado contra el
maltrato puede marcar un hito de la retórica buenista, pero no
surte el mismo efecto que uno contra ETA porque sus escenarios y sus actores
son inmanejables. Un funeral de Estado por cada víctima de macho, como propuso
aquel Sánchez tan adán, no pasa de obscena demagogia
a la caza del voto cándido. Y el empeño por asimilar el patriarcado a ideología
política, en el más inocente de los casos, es gana de revolver la biología con
la cultura, la moral con el derecho y lo privado con lo público.
Nuestra
época positivista fomenta la colonización política de ámbitos más bien morales.
Las campañas de concienciación son muy necesarias. Pero llamar terrorismo a
fenómenos que no lo son entorpece la eficacia de las soluciones, aunque calme
nuestras conciencias de indignados profesionales. Decía Pla que el
socialismo es un lujo pagado por el capitalismo; quizá el exhibicionismo moral
que anega tantas pantallas sea el nuevo fetichismo de la conciencia burguesa,
interconectada y pasiva, que hasta el terror convierte en bien de consumo.
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