20 febrero 2016
La mirada del otro
(Ana Pastor)
Estuve encogida en el asiento durante los 70 minutos que
duró la función. Al terminar me dolían las manos de la tensión.
Tenía hasta frío. Es una obra valiente. Y para mí lo es, en gran medida, porque
representa todo lo que yo no sería capaz de hacer. Escuchar y perdonar a alguien que te ha destrozado la
vida. Durante esos 70 minutos ves a la hija de una víctima de ETA (maravillosamente interpretada por María
San Miguel) que decide dar el paso de conocer al terrorista (el actor Pablo Rodríguez)
que asesinó a su padre. Esa hija podría ser una madre, un padre, cualquiera de
las más de 800 personas que ETA ha matado hasta la tregua del 2011. 'La mirada
del otro' se inspira en la iniciativa 'Vía Nanclares', la prisión en la que
algunos terroristas con ayuda de mediadores dieron el paso de pedir perdón a las
víctimas.
La
posibilidad se ofreció a los terroristas que ya habían demostrado una ruptura con la banda,
que habían condenado la
violencia de manera
expresa y habían mostrado arrepentimiento. A cambio no recibirían ningún tipo
de beneficio penitenciario. Algunas víctimas declinaron la invitación a
participar en los «encuentros restaurativos» y otras aceptaron. En total, 15 encuentros entre
25 personas. Los que quisieron y los que no quisieron merecen
el mismo respeto. Todos tienen sus motivos.
La
obra de teatro en la que se narra todo esto es ahora noticia porque el
ayuntamiento de Cartaya, en Huelva, la programó y después la suspendió.
La compañía asegura que la censura llega después de la polémica de los titiriteros de
Madrid. He hablado con el ayuntamiento y niegan censura.
Afirman que más adelante la función podría volver a incluirse en sus planes
culturales. Ojalá sea así y ojalá no exista tentación de vetar nada.
Matar por
matar
Porque 'La mirada del otro' entra de lleno en algo
que muchos de los que justifican todavía hoy la violencia de ETA no querrían ni ver ni oír nunca,
porque les obliga a escuchar a uno de los suyos reconocer que no sirvió para
nada y que mataban por matar (algo
que todos los demás ya pensábamos). Y porque habla de un acercamiento que a mí
me parece imposible.
«Recuerdo
que un día me desperté pensando: no eres un héroe revolucionario, eres un
asesino, un simple asesino», dice Aitor. Y frente a él, Estíbaliz, evocando a
su padre: «Me gustaría volver a ser pequeña. Aunque fuera un rato. Que me lleve
de paseo al monte. Agarrarme de su pierna y pedirle que camine. Hacerme la
dormida para escuchar como susurra: ¿se ha dormido?. Pelearme con mi hermana
solo para escucharle otra vez que las cosas se arreglan hablando. Darle las notas para que
me las firme. Ir a esperarle a la puerta del trabajo, como cuando no pasaba
nada. Escucharle reír. Eso. Solo eso: escuchar cómo se ríe. O, aunque sea,
poder decirle adiós y darle un beso».
Opinión:
Excelente revisión del tema por
parte de Ana Pastor. Cuando leía el artículo me venía a la mente que, en mi
caso particular, en ningún momento me escondí tras las iniciales de mi nombre y
apellidos. Una de las razones para no hacerlo fue que el Ministro de Interior,
en su línea de hablar mas de la cuenta, faltó al acuerdo que pacté con
Instituciones Penitenciarias y diez días antes de mi encuentro con uno de los
autores del atentado a Hipercor ya habló del mismo causando que un servidor
recibiera 29 llamadas de medios de comunicación en el plazo de 24 horas, 16 si
contamos las ocho que se recomienda utilizar en dormir.
Decía que no tuve que esconderme
tras mis iniciales, al contrario que alguna otra “víctima” que así lo hizo, por
no recordar a alguna otra que pareció muy interesada en evitar que eso se
supiera sin mostrar ningún reparo a la hora de mostrar su ignorancia intentando
darme lecciones de dignidad hablando del dolor que jamás ha sufrido. Parece que
hay gente que son los que menos tienen que hablar y demostrar sobre el tema pero
están empeñados en hablar por no callar.
Así les va. Lo digo porque, pese a lo que algunos están empeñados en repetir, muchas víctimas comparten la circunstancia que se refleja en la obra que se ha prohibido en Cartaya. Muchas mas de las que algunos quieren reconocer.
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