18 marzo 2017
Intentando rentabilizar la
rendición de ETA
Las reacciones al anuncio de
desarme de ETA
Cronología de las negociaciones y
las treguas de ETA
«La foto de la entrega de las armas es la foto de la
derrota». La frase es de Arnaldo Otegi,
el dirigente de la izquierda abertzale y,
de algún modo, contextualiza el anuncio realizado por Jean-Noël Etcheverry.
Aunque para ser exactos, habría que precisar los términos utilizados por Otegi.
Aquello a lo que deben aspirar los estados español y francés es a que ETA
entregue la localización de sus zulos a sus policías y que éstas procedan a su
localización e incautación.
Con los escasos datos que han trascendido hasta el momento,
lo que parece que tiene previsto hacer la organización terrorista es preparar
una escenificación que le haga menos incómodo el hecho de, supuestamente,
entregar las armas: en un acto público y a unos verificadores internacionales
para acabar siendo custodiadas por el Estado francés. Si fuera cierto
finalmente que entregan las armas o la localización de los zulos, hay un punto
que, por mucho que lo enmascaren, constituye para ETA lo más parecido a una
rendición y es la solicitud de que ese material acabe en manos del Estado
francés.
Otra cosa es la opinión de los estados español y francés.
Antes de seguir con la explicación habría que realizar dos anotaciones previas;
la primera es la necesidad de que un anuncio realizado por Etcheverry sea
ratificado y ampliado de manera exacta y precisa por la organización
terrorista. La segunda es que lleve ETA a cabo o no ese paso, una vez la banda
indicase las coordenadas de sus depósitos de armas -si es que finalmente lo
hacen-, habría que comprobar si en realidad lo que ofrece son todos los zulos o
si la organización ha tomado la decisión de no ofrecer la localización de
aquéllos que temen que sean detectados por las Fuerzas de Seguridad o de
aquéllos que están lejos del alcance de sus actuales dirigentes.
Los expertos defienden que ETA es responsable de las armas que posee
y que, para llamarlo estrictamente desarme, debería entregarlas todas, incluso
si eso obligara a los miembros actuales a preguntar a los presos o a ex
miembros de la organización que puedan saber su paradero. Dicho esto, para
ofrecer una idea de la evolución de la banda, cabría repasar su soberbia y sus
pretensiones hasta hace no tanto tiempo, incluso cuando ya estaba derrotada
militarmente. Queda constancia de los términos en los que los etarras, tras el
cese definitivo, marcharon a Oslo para iniciar una negociación con los estados
en la que encima de la mesa estuvieran como objeto de intercambio el desarme,
la salida de los presos -primero en bloque y después escalonada- la retirada
del Ejército y las Fuerzas de Seguridad del País Vasco, y algunas cuestiones
más. Las autoridades noruegas acabaron echándoles no sólo porque ningún miembro
del Gobierno se acercó a hablar con ellos -ya estaba de jefe del Ejecutivo Mariano Rajoy-,
sino porque se mostraban tan intransigentes que hasta los propios mediadores
internacionales que ellos eligieron acabaron reprochándoles su intolerancia.
El siguiente paso fue el de la falsa entrega de unas pocas
armas al grupo de verificación internacional dirigido por el profesor Ram Mannikalingam.
Los terroristas pretendían que fuera suficiente escenificar la entrega de unas
cuantas pistolas, sellar el cajón en el que las transportaban y volvérselas a
llevar. Hace meses estuvieron intentando negociar con el Gobierno francés.
Primero, con la ministra de Justicia con quien se reunieron importantes
miembros de la izquierdaabertzale. Viejos
socialistas franceses fueron tentados también entonces. Más tarde, el Ejecutivo
vecino llegó a pedir a sus servicios secretos que tanteasen las intenciones de
la banda con discreción. Este intento pareció no prosperar al adquirir trascendencia
pública.
El pasado mes de diciembre, cinco personas afines a ETA
preparaban la entrega de armas y explosivos a unos verificadores
internacionales entre los que se encontraba un cura irlandés. Los verificadores
se quedaron esperando en un hotel porque estas personas -cuya intención era
inutilizar y manipular las armas- fueron detenidas en una operación en la que
participó la Guardia
Civil. Entre los detenidos se encontraba Etcheverry, quien
ahora ha realizado el anuncio. Si no fallasen de nuevo las expectativas -ETA es
experta en inflarlas- el alto anunciado es, de nuevo, como ocurrió en el
Palacio de Ayete, un intento de evitar la imagen de la derrota. Pero, de todos
modos, una petición a las autoridades francesas para que custodien el material
es, desde el punto de vista etarra, lo que siempre ha intentado evitar la
banda.
Dicho esto, los estados francés y español tienen derecho a
exigir que las cosas se hagan como ellos quieren, tienen derecho a creer que a
estos terroristas ya derrotados militarmente no hay por qué endulzarles el
final, y tampoco a la izquierda abertzale, que es al fin y al cabo la que también se
beneficia de la escenografía y de una aparente falta de derrota de ETA. Por eso
los enviados de la banda, en sus anuncios a la prensa francesa, piden que no
haya interferencias (de las policías, se entiende). ETA ya no produce los
sobresaltos de antaño, pero eso no debe hacer que olvidemos cuando ella,
absolutamente agónica, se empeña en hacerse presente que queda su disolución
-la banda siempre ha dicho que no quiere disolverse porque quiere ser una
corriente de referencia política dentro del movimiento abertzale-,
que los presos confían en que con este tipo de pasos el Estado se vea obligado
a obviar sus crímenes y se avenga a una salida escalonada, y que quedan más de
300 asesinatos pendientes para cuya resolución la ayuda de los reclusos etarras
y la intermediación de la izquierda abertzale y
de quien se preste debería ser entre fundamental y condición sine
qua non.
Opinión.
El artículo de Ángeles Escrivá empieza con una frase que
resume gran parte de mi opinión personal. “La foto de la entrega de las armas
es la foto de la derrota” es absolutamente cierta aunque a esa fotografía habría
que añadir otra que, para mi, es todavía más importante: la de los tres
encapuchados que en octubre de 2011 declaraban “el cese de la actividad armada”
(sic). Por cierto, personalmente me fue y me sigue siendo totalmente
indiferente que llevaran o no capucha porque desde el minuto uno preferí
quedarme con lo importante del momento: nadie mas recibiría los efectos de un
atentado de la banda terrorista ETA como sí los habíamos recibido otros con
anterioridad.
Me recordaba esta anécdota una de los periodistas que me
visitó el mismo viernes, extrañado porque pensaba que quien había dicho aquello
de “los frikis con capucha” había sido un servidor. Cuando le aclaré la
realidad del tema, acabamos entre risas y cafés con leche en vaso.
Explico todo lo anterior porque queda muy claro que hay
víctimas que sabemos diferenciar “el grano de la paja” y, por delante de
nuestras opiniones personales siempre pensamos en el bienestar común, el
bienestar del resto de la población.
Lo que sí queda también muy claro que deben hacerse todos
los esfuerzos posibles por aclarar todos los atentados que todavía no están
cerrados. Todos y cada uno de ellos. Que una banda terrorista se quede sin
armas la transforma en cualquier cosa menos en banda terrorista pero ello no
debe incluir el olvido de las actividades criminales pendientes de
esclarecimiento.
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