21 marzo 2017
Josefa Arregui
Tribuna
El autor subraya la importancia
de que el último movimiento de ETA, con su anuncio de que va a entregar las
armas, no sirva de coartada propagandística para que la banda pueda camuflar su
total derrota.
Desarme inevitable y desarmes
peligrosos
El anuncio de ETA diciendo que va a proceder a un desarme
unilateral y definitivo consigue lo único que pretende, cierta atención
mediática y dar a entender que aún está viva y que pinta algo. Vuelve a repetir
el término "unilateral", término que utilizó cuando anunció el cese
de su actividad terrorista, término que sirvió sólo para ocultar la derrota,
aunque hubo quienes elevaron ese término a categoría suprema. Ahora ni eso:
después de haber traicionado a sus presos cesando en la actividad terrorista y
dejándolos pudrirse en la cárcel, ETA ha tenido que
constatar que no está en condiciones de conseguir absolutamente nada para los suyos.
Trata de montar un espectáculo con sus comparsas de siempre
para que el desarme no sea interpretado como ratificación de la derrota. Por
eso no se disuelve. La indiferencia
social de la que ha hablado Kepa Aulestia añade escarnio a la derrota de ETA,
aunque esa misma indiferencia sea la que afecta a la memoria de las víctimas
pese a las muchas iniciativas institucionales que no la contrarrestan sino que
la propician si cabe con sus equidistancias y multiplicaciones injustificadas
de víctimas y de terrorismos.
ETA trata de ponerse en escena de nuevo negando su evidente
derrota. Ha pretendido tratos con los Gobiernos galo y español, que se niegan
al juego. Convoca a personas -las llaman sociedad civil-, en cuyas manos
deposita la información de sus armas porque no se atreve a hacerlo directamente
con las policías francesa y española, pues evidenciaría la realidad de su
derrota. Y terminará traicionando a quienes se prestan a taparle las vergüenzas
como antes traicionó a sus presos. Y nadie sabe si realmente dará toda
la información sobre todas las armas, pues nadie lo podría verificar mejor que las Fuerzas de
Seguridad, y no los mediadores que lo único que median es a ETA con sus propios
fantasmas.
Por todo esto es por lo que es preciso hablar de los otros
desarmes, de los peligrosos. Para empezar: el anuncio del cese definitivo de la
banda en su actividad terrorista obligado por la fortaleza del Estado de
Derecho fue el momento en el que la mayoría de la sociedad vasca cerró el libro
de la historia de ETA. Se acabó ETA, aunque
no se haya disuelto, y se acabaron las víctimas y su memoria.
Si la sociedad vasca estuvo durante demasiado tiempo desarmada ante ETA activa,
eso significa no haber percibido la existencia de sus víctimas, ahora está
desarmada ante la historia de terror de la banda gracias a la bondad del olvido
y la ignorancia.
Junto a este desarme de la mano del olvido se encuentra el
desarme que se produce en el mundo de las palabras. No hemos sido capaces de
establecer con claridad los elementos que deben articular el relato histórico
que haga justicia a la demanda de memoria, dignidad y justicia de las víctimas
del terrorismo de ETA. No supimos mantener clara la idea de que el terrorismo
siempre tiene una dimensión pública, que el terrorismo es
político porque pretende materializar un proyecto político que exige el uso de
la violencia ilegítima. No supimos mantener la idea de que el
rechazo de la historia de la banda se debe mantener en esa dimensión pública y
política que exige el carácter mismo del terrorismo.
Si el uso de la violencia se debe a los celos, a la
avaricia, al deseo de riqueza, al mismo placer en aplicar violencia a otros o
al odio, entonces puede haber lugar al tratamiento personal y privado de los
efectos de dicha violencia y para la exigencia de perdón. Pero el perdón no es una categoría
política, no posee una dimensión pública. No se produce en el
espacio público, es sobre todo algo muy personal y privado de lo individuos que
han sufrido violencia. Lo mismo sucede con la reconciliación: se reconcilian
dos personas que han estado enfrentadas, o dos grupos que han estado
enfrentados. Pero la reconciliación real se da entre las personas que se han
enfrentado por la razón que sea.
Pero en el caso de ETA no ha habido enfrentamiento entre
dos partes. Significaría aceptar el discurso del conflicto. Es ETA la que ha
estado enfrentada al Estado, a España y a todo lo que significa España y lo
español en Euskadi. Es ETA la que ha
estado enfrentada con todo el que en Euskadi no compartía ni su diagnóstico ni
su proyecto para la sociedad vasca, la
nación vasca como decían. Es decir: con parte de la sociedad vasca e incluso
con la parte de la sociedad vasca que vivía pasivamente la actividad terrorista
de ETA.
En esta situación el término reconciliación es equívoco y
engañoso. Se ve con claridad si se analiza otra de las exigencias que se le han
planteado a ETA y que debe ser matizada para tener sentido: reconocer el daño
causado. ¿Qué significa exigir a ETA que reconozca el daño causado en el
sentido de reconocer que ha matado a cientos de personas? Sería una mera
constatación de hechos. Exigencia sería que confesaran que ese uso de la
violencia era terrorismo y que era políticamente inaceptable. Reconocer el daño
causado como reconocimiento de haber causado dolor y sufrimiento: de nuevo nos
vemos ante una privatización peligrosa del terrorismo.
El verdadero daño causado por ETA, además de asesinar a
cientos y hacer sufrir a los familiares y amigos -y los asesinó después de
haberlos convertido en cosas de usar y tirar, después de haberles negado su
derecho a la libertad de conciencia, a pensar, sentir y vivir incluso el ser
vasco de forma distinta a la de ETA, de haberlas definido como instrumentos
para alcanzar su proyecto político- es el daño producido al Estado de Derecho y
lo que significa, el ser garantía de la libertad de conciencia y los derechos
derivados sin los cuales es imposible la convivencia entre diferentes. ETA pretendía suplantar al Estado
de Derecho que reconoce a ciudadanos en sus libertades y derechos para
sustituirlo por una comunidad de creyentes en una nación homogénea,
por una comunidad de adherentes a un sentimiento homogéneo y dictado por ellos,
en una sociedad absorbida y subsumida por y en el poder de un grupo que se
arroga una violencia ilegítima que anula toda diferencia. El Estado de Derecho,
por el contrario, garantiza por la sumisión de la violencia al derecho,
convirtiéndola así en legítima, precisamente el derecho a la diferencia en la
conciencia, en la identidad, en el sentimiento de pertenencia. Ése es el bien
público, el bien político que ha pretendido anular en su significado de
libertad.
Causando daño al Estado de Derecho ha causado daño a los
ciudadanos concretos, a la ciudadanía vasca y española en su conjunto,
negándoles la libertad de conciencia, la libertad de identidad, la libertad de
lengua, la libertad de sentimiento de pertenencia, y convirtiéndoles así en
carne de cañón literalmente. Arrebatarles la vida es la consecuencia de la
dignidad que se les ha negado previamente. Por esta razón significa también un desarme
constituir el derecho a la vida y su negación como el paraguas que sirve para
meter bajo él a todas las víctimas de alguna violencia ilegítima.
El terrorismo que ha caracterizado la historia vasca es el terrorismo de ETA.
Esto no significa negar que hayan existido el Batallón Vasco-Español, los GAL o
los abusos policiales y las torturas. Pero sólo ETA ha pretendido en la teoría
y en la práctica, en su planteamiento y en su proyecto político eliminar el
Estado de Derecho, negar el monopolio legítimo de la violencia. Los otros han
negado en la práctica la vigencia del Estado de Derecho sin que hayan tenido ni
la capacidad ni la voluntad de formular un proyecto político alternativo.
Es cierto que todas las víctimas son iguales en el
sufrimiento. Pero, parafraseando al historiador Tony Judt, cuando el victimismo
se generaliza llega la hora de traer a la memoria a los verdugos, pues es su
intención la que dota de significado específico a las víctimas. Todas las víctimas son
iguales en el sufrimiento y en la injusticia, todas las
víctimas son diferentes en razón de la intención de quien las instituyó como
víctimas. La memoria de sufrimiento de las víctimas, de todas ellas, es
necesario para generalizar el rechazo al uso indebido de la violencia. El
recuerdo de la intención de los terroristas y de la razón por la que asesinaron
e instauraron víctimas es necesario para saber cuáles son las ideas, las
tendencias, los proyectos políticos que deben ser combatidos políticamente para
que el terror no pueda recurrir a ellos.
Pero si seguimos diciendo que todas las ideas son legítimas
sin violencia, que la democracia no puede ser militante, que "poco importa
el origen, la intención precisa o el objetivo final de los terroristas para que
sus víctimas se encuentren en el reconocimiento final...", si seguimos
diciendo que es posible ser independentista sin preguntar cómo se compatibiliza
ser independentista con el Estado de Derecho, seguiremos desarmándonos ante ETA
y su historia de terror.
Opinión:
Personalmente, cuando leo o escucho hablar de
la derrota de la banda terrorista ETA mi mente viaja hasta el 20 de octubre de
2011. Creo que aquel día fue el día clave en el fin de ETA. Cincuenta años de
crímenes llegaban a su fin y que ahora se dediquen a entregar las armas es el
paso mas normal dentro de la anormalidad de sus actividades.
Si pensamos detenidamente en el asunto… una
banda terrorista sin armas ¿qué es? ¿qué poder tiene?
Pues eso.
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