21 marzo 2017
El final de eta
La guerra perdida de ETA
Tras 20 años de
condena, los presos de la banda vuelven a una Euskadi cambiada, plural y ajena
Junto a una bandera deshilachada que pide el acercamiento a euskadi de los presos de ETA,
tres portales consecutivos explican en Tolosa la nueva realidad vasca. En el
primero conviven el centro cultural extremeño La Jara y la mezquita de la
asociación islámica Litaarafu, en el siguiente se aloja el centro evangélico
Casa de Dios —gestionado por un joven pastor con aires de rapero— y, a
continuación, permanece abierto todo el día el bazar chino Haozailai. Solo al
final de la calle se puede encontrar una peluquería auténticamente vasca y una
frutería donde se exhiben alubias de Tolosa junto a fresones de Palos.
ETA anunció el viernes su desarme para el 8 de abril, poniendo
fecha para su penúltimo capítulo. Muchos de sus presos, que ahora están
recobrando la libertad después de haber cumplido una media de 20 años de
prisión por delitos de sangre —hace seis años había unos 600 etarras en las cárceles
españolas y ahora no llegan a los 280— no solo se topan con una sociedad
vestida de uniforme —muebles de Ikea, ropa de Zara— sino también muy alejada de
sus viejas reivindicaciones. Algunos de ellos, como Fernando Etxegarai, José Amantes
y Oihana Garmendia no se sienten
“ni derrotados ni frustrados”, pero otros —según explica Maritxu Jiménez, una
psicóloga que atiende a expresos de ETA desde hace 17 años— tienen la sensación
“de haber perdido la guerra y lo viven con mucho peso”. Regresan a un mundo
para el que, de repente, ya no significan nada.
En 2003, sentado en el frontón de Zubieta, una pequeña
localidad a las afueras de San Sebastián, Arnaldo
Otegi, por entonces líder de Batasuna, declaraba para el documental La pelota vasca: “Tengo un amigo cubano que siempre
dice que nosotros somos los últimos indígenas de Europa. El día que en Lekeitio
o en Zubieta se coma en hamburgueserías, se escuche música rock americana, todo
el mundo vista ropa americana, deje de hablar su lengua para hablar inglés, y
en vez de estar contemplando los montes, todo el mundo esté funcionando por
Internet; pues para nosotros ese será un mundo tan aburrido tan aburrido que no
merecerá la pena vivir”.
Solo 14 años después, basta salir del frontón de Zubieta
—ahora rodeado por adosados de nueva construcción—, seguir la N-I durante 20 kilómetros y
entrar en Tolosa para descubrir
que, en el primer edificio después de la gasolinera, habita ese mundo “tan
aburrido tan aburrido” que temía Otegi. El fin del terrorismo de ETA ha
favorecido la convivencia hasta construir una postal de tolerancia —una
mezquita junto a una tienda china y un lugar de culto evangélico— imposible en
el paisaje ultranacionalista que las armas pretendían imponer. En 1995, el 45,3%
de los vascos citaba “el terrorismo y la violencia” como uno de los principales
problemas de Euskadi, mientras que en 2016, el porcentaje había bajado hasta el
0,7%. Después de anunciar que a principios de abril entregará las armas,
¿cuántos vascos se acordarán del terrorismo en el próximo estudio del CIS?
“Cuando se acaba un conflicto civil muy fuerte”, explica
Imanol Zubero, profesor de Sociología en la universidad del País Vasco (UPV), “hay
dos colectivos que sufren de manera muy especial el olvido, la velocidad
pasmosa con que la sociedad es capaz de amortizar el pasado. Uno es el de las
víctimas, que se preguntan cómo pueden caer en el vacío tantos años de
sufrimiento, y otro es el de los que se han considerado a sí mismos héroes
porque han llegado a matar y a estar muchos años en la cárcel por su sueño de
Euskal Herria. Unos y otros se dan cuenta de que la sociedad ya los ha
olvidado”. Zubero, que durante años tuvo que vivir con escolta y aun así acudía
a las cárceles a examinar a los presos etarras matriculados en la UPV , ha observado cómo en los
últimos tiempos, y de manera muy acelerada, se ha ido rompiendo aquella
“comunidad de sufrimiento que existía en la izquierda abertzale alrededor de los presos y que era muy
sólida”.
Punto
de mira
Históricamente, ETA cuidaba a los militantes que se
mantenían bajo su disciplina y ponía en el punto de mira –incluso matándolos, como en el caso de
Yoyes- a los que decidían emprender por su cuenta el camino de
regreso. “Esa homogeneidad”, explica Imanol Zubero, “se ha ido rompiendo. Ha
habido presos y presas que están optando, con el apoyo explícito de Bildu, por
vías individuales para aprovechar las oportunidades de la legislación y salir
cuanto antes de la cárcel. Y, también desde fuera, los familiares de quienes se
han ido acogiendo a vías individuales se han separado del colectivo de presos.
Se ha producido una ruptura muy clara, que se ve en las concentraciones de
apoyo a los presos. Ves que de pronto falta una persona que solía ir y
enseguida te enteras de que al hijo o a la hija de esa persona la han acercado
a una cárcel de Euskadi o ha sido puesta en libertad. Es una cosa que antes se
hacía por la puerta de atrás, pero ahora se está haciendo con el apoyo de Bildu
y eso está generando mucho conflicto entre la izquierda abertzale”. De ahí ha surgido ATA, un grupo por
ahora minoritario que acusa a los actuales dirigentes políticos —incluido
Otegi— de traidores por haber abandonado a los presos y la lucha armada.
La sensación de final de época, de sálvese quien pueda, se
observa también en el interior de las prisiones. Así lo han constatado tanto un
experto en la lucha antiterrorista —que pide
el anonimato— como José Luis de Castro, el juez de Vigilancia Penitenciaria de la Audiencia Nacional.
“Ya hace tiempo”, advierte el experto, “que entre ellos existe la idea de que
todo se ha acabado. Desde hace dos años se han quedado huérfanos de dirección.
A diferencia de toda la época anterior en que recibían en secreto instrucciones
muy precisas de los abogados de la banda —cuándo hacer huelga de hambre, cuándo
protestar sin salir de las celdas—, ahora el debate es abierto. Lo publicó
incluso el diario Gara el
pasado diciembre. Y lo que subyace en ese debate, que ideó el abogado Iñigo
Iruin, es el de vincular el colectivo a Sortu en vez de, como hasta ahora, a
ETA. Así pasarían a ser presos independentistas en vez de presos etarras”.
El cambio de apellido podría facilitarles beneficios
penitenciarios e incluso el acercamiento a cárceles vascas. El juez de
Vigilancia Penitenciaria ha observado desde hace año y medio “un aumento del
número de presos de ETA preocupados por poner al día su expediente, de tenerlo
listo para los próximos pasos que puedan darse”.
El experto en la lucha antiterrorista que pide el anonimato
añade que, en cualquier caso, no es previsible que los presos que están a punto
de cumplir su condena opten por una vía moderada: “Al que le quedan unos meses
por salir no se va a arrepentir de nada porque su planteamiento es: ‘Yo he
aguantado aquí 20 años, la mayoría en primer grado [régimen de aislamiento], y
salgo con la cabeza alta’, porque para ellos es muy importante la, digámoslo
entre comillas, “dignidad terrorista”, el que todo el mundo sepa que 20 años de
cárcel no consiguieron doblegarlo”.
Una sociedad muy
cambiada
Es una actitud que se percibe en los tres expresos de ETA
que han accedido a contar su situación tras pasar media vida en la cárcel. José
Amantes fue detenido en Bretaña en 1992 y
ha pasado 22 años en prisiones de Francia y España tras ser condenado por un
atentado con explosivos cometido en 1983 contra la sede del Banco de Vizcaya en
el que murieron tres personas. Amantes fue herido de gravedad durante un
atentado de los GAL en un bar de Bayona. Al igual que Fernando Etxegarai, que
estuvo en prisión 21 años —de 1987
a 2008 por perpetrar nueve atentados sin víctimas
mortales—, y que Ohiana Garmendia —del 2009 al 2015 en cárceles francesas por
su pertenencia al aparato de captación de ETA— ni se considera derrotado ni
cree que el objetivo último —“un País Vasco socialista e independiente”— sea
inalcanzable. “Sí es verdad”, admite Amantes, “que cuando salí me encontré una
sociedad muy cambiada. Te encuentras una juventud que está un poco
desmovilizada, pero claro, eso también hay que contextualizarlo. Nuestra época
era de ebullición, eran los tiempos de acción, reacción, acción; estaba todo en
pleno auge. Pero al salir me he encontrado con un debate muy vivo y con unos
objetivos que siguen siendo los mismos que cuando yo me marché, aunque
perseguidos con otras herramientas”.
Aunque en la misma línea, Etxegarai admite: “Tal como está
la situación política, la gente no votaría por la independencia en un
hipotético referéndum, pero lo importante es dar la oportunidad a la población
se gane o se pierda”. Sobre si ha valido la pena tanta muerte y tanta cárcel,
ninguno da un paso atrás, si bien se cuidan expresamente de que sus palabras
puedan ser utilizadas para incriminarles. Dice Fernando Etxegarai: “Los métodos
fueron los que fueron, pero al menos yo lo intenté. Creía y creo en unos
objetivos, y a pesar de que para mí fue tremendo tomar la decisión, al menos
tengo la tranquilidad de decir que lo intenté”. Oihana Garmendia apostilla:
“Ese tipo de preguntas nos las hacemos durante toda la vida. Pero cuando tomas
una decisión lo haces con plena conciencia,
a pesar de que el abanico es bastante gris: la cárcel, la muerte o la desaparición”.
Maritxu Jiménez, la psicóloga, tercia para advertir: “No recuerdo a nadie que
se haya hecho la pregunta de si ha merecido la pena. Si en un momento se
rompen, no es por ahí. Se rompen por expectativas ocultas. Piensan que una vez
que salgan ya se ha acabado lo peor y no cuentan con la dificultad de la
adaptación”.
Fernando Etxegarai, que forma parte de la dirección de
Harrera (recibimiento en euskera), una asociación que ayuda a los presos a dar
sus primeros pasos fuera de prisión —desde el carnet de identidad a la atención
médica—, explica que, después tantos años en prisión, hay presos que están
abocados a la indigencia: “Ha habido casos de otros procesos en los que se
puede provocar una delincuencia precisamente por la marginalidad en que quedan
esas personas”.
Maritxu Jiménez dice que algunos de los presos de ETA,
cuando salen a la calle, “no consiguen ni siquiera sentir, no identifican las
emociones porque las tienen guardadas para que no les haga daño; muchos tienen
una deuda con las personas queridas y de repente no sienten nada hacia esas
personas”. Después de una vida huyendo, cometiendo atentados o en la cárcel, la
soledad se convierte en su mejor compañera. Dice Josu Amantes: “Cuando salí a
la calle, como no tenía muros que me lo impidiesen, me ponía a andar y andar,
kilómetros a paso ligero, como un loco. Necesitaba soltar el veneno que llevaba
dentro”.
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