11
agosto 2019
“En los primeros años las víctimas
apenas representaban nada”
La tesis de Roncesvalles Labiano
aborda el papel y espacio concedido a las víctimas de ETA en el cine y la
literatura entre 1968 y 2018. “Salvo algunas excepciones, hasta el año 2000 no
fueron verdaderas protagonistas”.
Cuando
Roncesvalles Labiano Juangarcía, nacida en 1990, considera que comenzó a tener
“uso de razón”, las víctimas del terrorismo ya estaban allí. Antes de emprender
esta investigación, esta joven graduada en Periodismo e Historia y doctora en
Comunicación, pensaba que eso siempre había sido así, que las víctimas siempre
habían ocupado un papel, digamos, ‘relevante’ en el espacio público. Que éxitos
literarios como Patria eran lógicos en una sociedad como la nuestra. Pero
durante su etapa en la universidad comenzó a descubrir que no, que ha habido
épocas con muy distintos tratamientos respecto a las víctimas del terrorismo de
ETA. De la mano de sus dos codirectores de tesis, Mari Mar Larraza y Javier
Marrodán, contrastó esa percepción con la representación de ellas que mostraban
dos de los grandes configuradores de la memoria colectiva: el cine y la
literatura, a su vez espejo de las inquietudes del momento en que ven la luz. Un
análisis que ha mostrado la evolución en ese abordaje, que no ha sido paralelo
al que experimentó la sociedad, sino que, como señala en sus conclusiones, en
general ha ido algo por detrás.
¿Cómo se involucró en una
investigación así?
Se
puede decir que el germen está en otoño de 2013, cuando cursaba el último año
de Historia y Periodismo y participé en la obra Relatos de Plomo con un
capítulo acerca de la respuesta social al terrorismo en Navarra, que a la vez
se convertiría en mi Trabajo Finde Grado (TFG) de Historia. La tesis que
comenzaba a adivinar en esos trabajos era la de que las víctimas habían estado
invisibilizadas, algo que yo desconocía en buena medida. Pensaba que siempre
habían estado en primera línea, pero al echar la vista atrás, descubrí que no.
¿Qué fue lo que encontró?
Mucho
silencio o indiferencia. Había excepciones o pequeños ‘hitos’ que sí generaron
una respuesta social importante, pero fueron puntuales. Se puede decir incluso
que hubo manifestaciones grandes, pero fueron muy contadas (casos del tiroteo
al exdirector de Diario de Navarra, José Javier Uranga, o el asesinato de
Alfredo Aguirre en la Bajada
de Javier), también comenzaba la presencia ‘pionera’ de Gesto por la Paz... Pero no fue
hasta el secuestro y la muerte de Miguel Ángel Blanco en 1997 cuando el espacio
en la opinión pública concedido a las víctimas comenzó a ocupar un espacio más
relevante y prolongado.
Y decidió abordarlo desde la
perspectiva del cine y la literatura.
Para
verificar el peso de las víctimas en ese imaginario colectivo, la investigación
la decidimos abordar centrándonos en las distintas representaciones sociales en
las que aparecen las víctimas del terrorismo como protagonistas, centrado en el
cine y en la literatura, que junto a prensa y a manuales, son los grandes
configuradores y espejos de la memoria colectiva.
¿Y cómo se mide eso?
Básicamente,
establecimos el análisis de 63 obras de cine y documentales y 37 novelas en el
que se mencionara o aparecieran víctimas del terrorismo de ETA en España entre
1968 y 2018. Para poder comparar o extraer conclusiones, se trabaja con un
marco en el que se analizan distintas categorías, pero tampoco quise
encorsetarme. Posteriormente, lo distribuí por fases y cada etapa tiene sus
características. Aunque hay temas que están muy presentes a lo largo de todas
las obras (por ejemplo, cómo afronta, si lo hace, cada víctima el perdón o la
culpa), el papel o la cercanía de los personajes de las víctimas van cambiando
con el paso de los años y la evolución de la sociedad.
A grandes rasgos, ¿cuáles son las
conclusiones?
Las
víctimas aparecen en un inicio como meros testigos, no suelen ser
protagonistas. Esto es interesante porque cualquier película al fin y al cabo
es un espejo del contexto en el que nace, influye en la percepción que tenemos
de la realidad y a la vez en el conocimiento que tenemos de lo que ocurre en
nuestro momento. Por eso, se puede decir que en los primeros años las víctimas
apenas representaban nada. Al revés. Conforme pasan los años, van ganando
progresivamente en visibilidad. Se puede resumir diciendo que pasan de una
primera fase temporal en la son objetivos o parte del contexto a una segunda,
más reciente, en la que ya son protagonistas. Sin embargo, también hay que
reconocer que existen algunas excepciones.
¿Por ejemplo?
Hay
un autor, Raúl Guerra Garrido, que rompe un poco esa tendencia que comentaba y
que ya cita a víctimas como protagonistas en 1977, en el libro Lectura insólita
de El Capital. Poco después, en 1981, vuelve a tratar el tema en ‘La costumbre
de morir’, en la que una víctima se venga de los asesinos de su padre.
¿En la ficción las víctimas
recurren a la violencia?
En
algunas obras, sí, y es curioso, porque la figura de las víctimas vengativas
que se toman la justicia por su mano sí aparece en algunas novelas de las que
he analizado, como Lejos del Mar o Fuego, pero no es algo que haya tenido su
reflejo en la realidad. También me he encontrado otros estereotipos, que
tampoco están conectados con lo que pasaba en el día a día, como los del
terrorista arrepentido, una figura no muy frecuente.
¿Cuándo comienzan a aparecer con
fuerza las víctimas como protagonistas?
A
partir del año 2000 el panorama cambia de forma radical con la irrupción y
sobre todo el éxito literario de autores como Fernando Aramburu o Luisa
Etxenike. También es un punto de inflexión para el cine, sobre todo impulsado
por el documental (directores como Eterio Ortega, que da voz a los familiares
de Fernando Buesa y Jorge Díez, asesinados por ETA, o Iñaki Arteta).
Miguel Ángel Blanco es asesinado en
1997. Ese cambio llega 3-4 años después. ¿Se puede deducir que la sociedad ha
ido por delante de la ficción en rescatar la figura y el testimonio de las
víctimas?
Es
importante matizar que el arte requiere un tiempo de gestación, no es una
noticia. El escritor es testigo de esa violencia y quiere escribir sobre ello,
pero ese proceso y la aparición de resultados no es inmediato. En un
documental, la gente que ponga voz a lo que ha pasado tiene que querer contarte
su historia... Una película requiere apoyo de una productora para salir
adelante y eso implica tiempo. En ocasiones, la intervención de la industria
puede implicar también intentos de ‘orientar’ ese contenido buscando un
supuesto éxito comercial.
¿Se ha hecho justicia con las
víctimas en este sentido?
Que
esas historias tremendas, aunque sea desde la ficción, salgan a la luz,
contribuye de una manera muy fuerte a que la gente abra los ojos. No hablar de
algo no es la mejor manera de pasar página. No he hablado con las víctimas y no
sé qué les parece a ellas pero sí he escuchado casos de personas que años
después de su drama real han visto un documental o una versión en ficción y han
dicho: por fin.
Hay quien opina que esa mirada
hacia heridas del pasado solo sirve para remover odios y que es mejor dirigir
la mirada hacia adelante...
Te
puedo decir que ha habido páginas que he leído o películas y documentales que
al verlas me han removido por dentro, pero decir eso me parece una virtud. Ese
mal cuerpo es el que te conduce a hacerte preguntas que tienen mucha fuerza.
Son evocadoras y te apelan a ti. Cuando esto pasaba, ¿qué hacía yo? ¿por qué no
me hablaban de esto?.
Opinión:
Nunca dudaré de la buena intención que debe haber tras
todas estas investigaciones sobre el terrorismo de ETA y las víctimas causadas
pero, con toda sinceridad, empieza a hartarme que solo se hable de las víctimas
causadas por la banda terrorista en atentados ocurridos en el País Vasco. Harto
de ver cómo se ensalza a algunas víctimas (especialmente algunas con carnet político
concreto) mientras se olvidan las historias personales de cientos de víctimas
causadas fuera del País Vasco y que son grandes ejemplos de dignidad y de
fortaleza.
Alguien tenía que decirlo y, evidentemente, los
supuestos representantes no lo dirán nunca, no sea que se les pueda considerar “desafectos
al régimen”.
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