25 agosto 2019
Ha salido en libertad Rafael Caride, después de 26 años de
cárcel. Los medios han dejado bien claro que Caride fue uno de los autores del
atentado de Hipercor y no han faltado los que le añaden el habitual
calificativo de “sanguinario”. En realidad, no ha sido solo él quien ha
recuperado en estos días la libertad sino que otros tres presos acogidos a la Vía Nanclares han
pasado a la condición de libertad condicional. Por supuesto, ni Caride ni sus
tres compañeros van a ser recibidos en sus localidades al son de ongietorris,
sino que retornarán a la libertad discretamente y, quizá, ante la indiferencia
o la animadversión de quienes se prodigan en acogidas con ceremonial cuando son
otros presos los que vuelven a casa. Curioso contraste, teniendo en cuenta que
las condiciones aceptadas por los presos de la Vía Nanclares
–renuncia a la violencia, pago de la responsabilidad civil impuesta y
colaboración con la justicia– son prácticamente idénticas a las que actualmente
asumen los presos vinculados al colectivo EPPK, que acepta ya sin reparos la
legalidad penitenciaria española.
En un verano en el que los ongietorris han sido motivo de
polémica, y escándalo para algunos, la realidad es que existen presos por su
vinculación con ETA que van saliendo escalonadamente tanto si se acogieron a la Vía Nanclares como
si no, dependiendo del cumplimiento de su condena o del criterio judicial
respecto a la legalidad vigente. La realidad es, también, que sometidas a una
política penitenciaria vengativa todavía permanecen en las cárceles españolas y
francesas más de doscientas personas presas cumpliendo prolongadas condenas en
prisiones alejadas de su familia y de su entorno, algunos en régimen de
aislamiento permanente, o aquejados de graves enfermedades o cumplido con
creces el tiempo requerido por la ley para acceder a la libertad condicional.
Es esta una situación desestabilizadora que afecta de manera importante a la
salud democrática de la sociedad vasca, que en clara mayoría desea una
resolución. La realidad, a estas alturas todavía, es que el problema de las
personas presas por vinculación con ETA es percibido desde sensibilidades bien
distintas. Fuera de Euskal Herria, la percepción mayoritaria es hostil y
partidaria del castigo. En Euskal Herria, aunque la mayoría, representada en
las instituciones vascas, ya ha expresado repetidamente que se respete el
espíritu de la ley y se acabe con las imposiciones penitenciarias vengativas,
se constata una penosa indiferencia. En cualquier caso, una cosa son las
declaraciones de principios y otra las actuaciones para reivindicar su
aplicación. Y esta inacción ha llevado a quienes consideran a los presos como
patrimonio político, a retroalimentarse contra la venganza penitenciaria
respondiendo con la movilización o la exaltación. Hay un sector en la sociedad
vasca que cree que si ellos no se ocupan de las personas presas, no se ocupa
nadie. Hay que reconocer que colectivos como Sare, Etxerat, Harrera y similares
están llevando a cabo una excelente tarea de apoyo moral, social y económico a
los presos, pero no debe dejar de tenerse en cuenta algún matiz distorsionador
que pone en dificultad esa labor humanitaria, y es el hecho de que ese sector
al que antes he aludido considera como héroes a las personas presas vinculadas
con ETA, lo que garantiza posibles excesos de enaltecimiento y movilización. No
es fácil eludir la responsabilidad de algunos dirigentes políticos en esos
episodios de desestabilización, y alguien debería explicar cómo fue posible que
unos sesenta presos y presas salieran en libertad por la aplicación de la
doctrina Parot y salieran sin ruido, en total discreción y sin un solo homenaje,
en contraste con los estridentes recibimientos públicos de este verano quizá
añadiendo dificultad a iniciativas en marcha.
En el momento presente hay algunos elementos tener en
cuenta; disuelta ETA, aceptada por la izquierda abertzale la Ley de Partidos española,
siendo EH Bildu una formación política homologada e institucional, es claro que
ese sector social no puede renunciar también a considerar a las personas presas
como patrimonio político, argumento de movilización y cohesión interna. Por esa
razón, no renuncia la izquierda abertzale a ser punta de lanza contra la
injusta política penitenciaria, contra la dispersión de las personas presas,
por la aplicación de la legalidad respecto a los enfermos y los accesos a
libertad condicional. Porque, en realidad, prácticamente nada se ha movido
desde que el EPPK aceptó la aplicación de la legalidad penitenciaria para
acceder a los derechos que les corresponden. Este problema, aún lejos de ser
resuelto, lleva camino de cronificarse. Por ética, por justicia, por democracia
y por convivencia, es urgente que el Estado ponga fin de una vez a la venganza
y cumpla su propia ley
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