17 agost 2019
17-A: mirar la herida
Sergi Pámies
Conmemorar
una matanza como la del 17 de agosto del 2017 debería servir para exorcizar el
dolor, reafirmarse en el esclarecimiento de las causas y en el ajusticiamiento
de los responsables y, además, amplificar un mensaje de cohesión que nos
propulsara hacia el progreso y no hacia la regresión. En el momento de escribir
esta columna intuyo que nada de eso ha pasado. Durante dos años, y a la sombra
de incógnitas, secretismos e incompetencias, se han exacerbado las teorías de
la conspiración. También se ha dejado en segundo término a las víctimas y sus
familiares, que sólo han aparecido cuando convenía subrayar oportunismos
políticos o sensacionalismos mediáticos. Los días posteriores al atentado ya
propiciaron abusos de propaganda que desembocaron en la triste manifestación
del 26 de agosto y en la inercia de una consternación de peluche y de cirios
que se imponía como la cataplasma espiritualmente correcta a una terrible
hemorragia. Quizá porque la mayoría de las víctimas eran extranjeras, se dio
por sobreentendido que la manera más coherente de recordarlos debía tener la
pátina sentimental de un souvenir.
Hoy
las cosas no han mejorado demasiado. De las autoridades políticas y policiales
del momento, como Mariano Rajoy, Carles Puigdemont, Joaquim Forn o Josep Lluís
Trapero, no se puede hablar sin pensar en una secuencia política traumática que
quizá empezó el día en el que, a las cuatro de la tarde, la furgoneta de los
terroristas irrumpió en la
Rambla. Para los que tenemos el privilegio de poder opinar
públicamente tampoco es un día cómodo. Deberíamos procurar no caer en el sentimentalismo
tópico y huir de la tentación sermoneadora (aunque decirlo ya es una forma de
sermón). Tampoco podemos actuar como en un día normal, porque eso supondría
ignorar la carga pedagógica de toda conmemoración, esa corriente colectiva de
homenaje a las víctimas y de condena a las causas y a los culpables.
Hoy escribir una columna sobre el frescor de un gazpacho
sería percibido como una frivolidad. Pero quizá sería más honesto que fingir
tener una opinión que, en realidad, es la misma de los primeros momentos, de
los días siguientes y de todos los meses que nos han llevado hasta la
envenenada consternación de hoy. Como muestra de impotencia, pues, recupero
unas líneas del admirado David Trueba, que cinco días después de la matanza,
escribió un artículo titulado “ en el que decía: “Nuestro error está en
olvidarnos tan rápido, en superar tan de inmediato el estupor, en cerrar la
herida antes de mirar la herida. Si fuéramos capaces de entender que ya no nos
une una raíz, sino una superficie, un equilibrio casi volátil, que la red no se
teje en internet sino en las calles, entonces reconoceríamos lo que Barcelona
lleva décadas contándonos”.
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