18 agosto 2019
17-A:
Ripoll, zona cero para el pequeño Iván tras sobrevivir al atentado
Logró esquivar la furgoneta del terrorista de Las Ramblas
gracias a un tirón de su madre en el último segundo. Dos años después, es
incapaz de pisar Barcelona.
Los atentados de Barcelona dejaron 15 muertos, más de 120
heridos y un reguero de víctimas presenciales, muchas de las cuales han quedado
desamparadas. Una de ellas es Iván, junto a su madre (Iolanda), su abuela y su
hermana, que sortearon la tragedia pero no han logrado evitar las consecuencias
psicológicas. Los cuatro se dieron de bruces con el paso de la furgoneta cuando
salían del mercado de la
Boquería (a escasos metros de donde se detuvo) y los reflejos
de Iolanda libraron a Iván del atropello, ya que se encontraba un paso por
delante y en la trayectoria de la furgoneta. «En el momento que lo cogí de la
camiseta, pasó la furgoneta», recuerda la madre.
Los cuatro corrieron la suerte de salir ilesos y fueron a
refugiarse a un pequeño comercio, donde estuvieron confinados e incomunicados
durante más de cuatro horas. Al salir de allí, la estampa era dantesca: todavía
yacían los cadáveres en el suelo, un recuerdo imborrable para Iván, que tenía
10 años.
Toda la vivencia ha causado estrés postraumático en Iván,
según el diagnóstico médico –también en su madre y su abuela, que están
recibiendo asistencia psicológica–, y toda una odisea para Iolanda, que ha
tenido que lidiar en soledad desde el primer momento con toda la adversidad
sobrevenida. El Estado se desentendió y no encontraron cobijo externo hasta que
apareció Roberto Manrique –Unidad de Atención y Valoración a Afectados por
Terrorismo (Uavat)–, que logró localizar a la familia meses después y ofreció
toda la atención de la asociación. «Te sientes muy solo. No sabía cómo ayudar a
mi hijo, y te desesperas. Una situación que no la has buscado y que ni siquiera
te ofrezcan apoyo psicológico. Lo encuentro vergonzoso y más con niños»,
recrimina Iolanda, que además se lamenta al comparar su situación con la de las
familias de los terroristas, que sí recibieron ayuda estatal inmediata.
Tan solo cuatro días después de los atentados, Iván ya
requirió de ayuda psicológica, que sigue recibiendo aún ahora, y medicación. Si
bien, tampoco fueron nada fáciles los primeros pasos ya que en la zona en la
que viven no hay psicólogos especializados en terrorismo. El Estado no apareció
ni a iniciativa propia ni tras solicitarlo la familia. La petición de ayuda ha
sido denegada: «No nos reconocen como víctima ni la ayuda porque consideran que
no hay nexo causal entre el tratamiento que recibimos y el atentado».
La soledad sufrida se ha unido a otro infortunio: viven en
Camp- devànol, un pequeño municipio cercano a Ripoll, lugar donde vivían los
terroristas y donde siguen residiendo las familias, una circunstancia que
agrava la inquietud de Iván, y también de la madre y de la abuela. Desde los
atentados, apenas ha sido capaz de pisar Ripoll, donde también viven sus
abuelos. Tampoco Barcelona, donde toda la familia solía desplazarse a menudo.
«Nuestro problema es que vivimos aquí, estamos muy cerca de todos los focos.
Para nosotros ir a Ripoll es muy difícil porque nos encontramos todo lo que nos
recuerda a terrorismo», afirma Iolanda. «Nos daba mucha ansiedad ir a Ripoll,
no nos sentíamos bien», agrega, y se muestra esperanzada en que esa
intranqulidad se vaya disipando.
Sobre todo porque a partir de septiembre Iván no tiene más
remedio que ir diariamente al instituto a Ripoll. Es el único centro de
secundaria que hay en la zona –hay otro, pero es privado– y tiene la plaza
asignada automáticamente. Además del impacto que le genera pisar Ripoll,
también tiene el temor de coincidir con los familiares y hermanos de los
terroristas. «Iván tiene mucho miedo y está muy espantado de ir al instituto
por el tema del yihadismo», asegura Iolanda, que también reconoce y aplaude el
trabajo que se está haciendo desde la administración pública. «Se está haciendo
un trabajo desde las direcciones de las escuelas para que no coincidan en la
clase y que la entrada sea igual de buena para todos. Al final, los hermanos no
han hecho nada», agrega.
La madre, en todo caso, ha ofrecido otras opciones a su
hijo, como matricularse en una escuela de otros municipios, pero sus amigos
están en Ripoll y es donde quiere ir. «Desde el Instituto no nos dirán nunca si
irán familiares por la protección de datos, pero estarán atentos. Los primeros
días estaremos más alerta, porque va con miedo, espantado y con inseguridad.
Pero estoy segura de que se gestionará bien desde el centro. Ya se lo han
querido enseñar para que no se encuentre un ambiente tan desconocido», apunta.
Y es que el temor de Iolanda es que Iván retroceda, ahora que ya se encuentra
«encaminado», tras una dura travesía. Durante las primeras semanas, su madre
recuerda las noches en las que Iván se levantaba de madrugada con ataques de
ansiedad.
El desamparo en el que se ha encontrado toda la familia,
según denuncia Manrique, menudean. Manrique critica la despreocupación y la
acritud del Estado en el trato a las víctimas. En muchos casos, asegura a este
diario, el Gobierno da una atención burocrática, sin ninguna empatía. En este
sentido, una de sus principales pugnas con el Estado es lograr que amplíe las
prestaciones a las víctimas presenciales, que, pese a no sufrir perjuicios
físicos, también pueden desarrollar secuelas psicológicas.
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