21 abril 2018
ETA Perdón selectivo sin
arrepentimiento
ETA intenta salvar su pasado a dos
semanas de su desaparición formal y asume el daño causado no como algo injusto,
sino como mera constatación
El comunicado que ETA hizo público ayer en el que reconoce
«el daño que ha causado en el transcurso de su trayectoria armada» preludia su
esperada desaparición con una
selectiva petición de perdón dirigida exclusivamente hacia las víctimas «sin
responsabilidad alguna», mientras se limita a mostrar «respeto» a todas las
demás. A pesar del cambio en el lenguaje empleado, el texto
refleja la negativa de la banda terrorista a asumir el espanto y la cruel
injusticia que han supuesto los asesinatos de más de 850 personas durante cinco
décadas de actividad violenta. La declaración
representa una manera entrecortada y esquiva de atender los requerimientos de
la inmensa mayoría de la sociedad y de las instituciones democráticas,
ya que no renuncia a la vindicación de tan bárbara andadura y se limita a
constatar sus efectos sin atisbo alguno de arrepentimiento. El tono autocrítico
que por momentos adquiere se desvanece cuando lo que queda de ETA insiste en
justificar sus atentados como emanación de un conflicto previo a la aparición
de las nefastas siglas. La admisión de que «nada de todo ello debió producirse
jamás o que no debió prolongarse tanto en el tiempo» se vuelve retórica y vacua cuando
la organización elude presentar su terrorismo como resultado de un acto de
voluntad continuado no solo insensible al dolor que causaba,
sino que hacía de ese dolor infligido a las víctimas directas un mecanismo de
coacción para atenazar y sojuzgar al conjunto de la sociedad. Resulta
indignante la deliberada distinción que hace la banda entre las víctimas «que
no tenían una participación directa en el conflicto» y las demás, una
diferenciación con la que culpabiliza a estas últimas de su fatal suerte y
concede a los más irreductibles la posibilidad de elaborar su propia lista de
sentenciados con supuesto motivo. Quienes insisten en falsear la historia
arrogándose el papel de herederos de «la violencia y el lamento» del bombardeo
de Guernica no dudan en afirmar que «la verdad debe conocerse», mientras
ocultan ante la Justicia
la identidad de los autores de más de 300 asesinatos. La advertencia de que «la
militancia de ETA ha asumido una responsabilidad colectiva» sobre su
trayectoria es la manera en la que la organización diluye culpas personales y cierra el paso a cualquier juicio
histórico que se detenga en el señalamiento pormenorizado de responsabilidades
individuales.
La batalla del
relato
Han trascurrido seis años y medio desde que ETA anunciara
el cese de su actividad terrorista y casi uno desde que escenificara una
entrega de armas. Todo apunta a que en dos semanas dará paso a su liquidación
definitiva y formal. La dilación de tal proceso, cuando hace tanto tiempo que
está amortizada como poder fáctico, responde más a resistencias internas que al penoso intento de perpetuar su
influencia sobre la política vasca a través de la izquierda abertzale. Por eso mismo resulta sarcástico que
ETA impute a otros la obcecación por librar la «batalla del relato» cuando es
precisamente su relato lo que trata de preservar. O que se refiera a la
«reconciliación» como tarea pendiente cuando es su tenebrosa sombra lo que
violenta la memoria de los vascos. La banda desliza un mensaje condescendiente
a la sociedad vasca y especialmente hiriente cuando afirma que su militancia
«ha decidido mostrar empatía respecto al sufrimiento originado». Como si el causante
del mal se hiciera terapeuta. Los que continúan en su nómina deberían renunciar
a la locuacidad en los actos finales de su desaparición si de verdad respetan
la memoria de sus víctimas y no quieren «provocar de nuevo aflicción alguna».
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