29 abril 2018
O sea que era asi
Aunque alguna inconsciente reacción colectiva
o una voluntaria desmemoria han borrado rápidamente la presencia de ETA en
nuestras vidas, es inevitable que durante tres generaciones esa organización
armada haya ocupado y preocupado de manera destacada a la realidad vasca.
Quienes por oficio o por haberse sentido concernidos de manera directa o
indirecta por la onda expansiva que se ha derivado de la existencia de ETA en
estos sesenta años, han llegado a especular sobre el cuándo y el cómo de la
secuencia final, del desenlace definitivo de esta trágica etapa de nuestra
historia.
En el imaginario colectivo de
quienes han considerado y consideran a ETA como un movimiento vasco de
liberación, quizá hubieran soñado con un final épico que podría ir desde una
entrada triunfal ikurriñas al viento por la Gran Vía como Fidel Castro en La Habana o los sandinistas en
Managua, hasta una mesa de negociación en la que estampasen con solemnidad su
firma representantes del Gobierno español y del Comité Ejecutivo de ETA, con
algún uniforme caqui al fondo. En cualquier caso, con algún logro en la
mochila, porque no en vano se había derrochado tanto sacrificio.
En el otro extremo -y no han andado
demasiado lejos- están los que soñaban con un final apoteósico de victoria,
juicio público de todos los etarras más destacados en el ruedo de Las Ventas y
hasta penas de garrote. Por supuesto, sin ninguna concesión, ninguna clemencia,
ningún asomo de debilidad.
Queda, como siempre, el espacio
para la equidistancia que, mira por dónde, suele ser el más previsible a la
vista de los acontecimientos. Y creo que es mejor no pretender atribuirse
medallas, porque al final de ETA podría aplicarse el dicho -y perdón por la
trivialidad, o la frivolidad- “entre todos la mataron y ella sola se murió”.
En el documento que para debate
entre la militancia elaboró el Comité Ejecutivo de ETA se atribuye a la propia
organización la decisión de poner fin al ciclo político-militar. Por su parte,
altos responsables de la nueva izquierda abertzale ponen de relieve la decisiva
intervención de sus dirigentes en la determinación de ETA de dar por concluida
su acción armada. Por supuesto, los representantes del Estado, los partidos
constitucionalistas y los grandes medios de comunicación sostienen que quienes
acabaron con ETA, quienes la derrotaron, fueron el Estado de Derecho, la Justicia , los cuerpos y
fuerzas de seguridad, los demócratas y las víctimas.
En estas seis décadas, a ETA la
hemos visto desarticulada, resucitada, escindida, activa, dormida, ausente y
presente. La hemos visto languidecer hasta aquel 20 de octubre de 2011 en el
que anunció el cese de su actividad armada. Para la mayoría de la sociedad
vasca ese fue el final. Con sus capuchas, sus txapelas, su anagrama al fondo,
con la austera solemnidad de sus grandes anuncios. Pero en realidad, ha habido
otro final para el que se ha pretendido más lustre, más protocolo, más
dignidad, en suma. Un final a cambio de nada, sin embargo, que no borrará a los
más nostálgicos esa sensación de fracaso porque ETA no logró ni una Euskadi
independiente, ni socialista, ni reunificada, ni euskaldun.
Este ha sido el final, a plazos,
con una apariencia -solo apariencia- de resonancia internacional y una herencia
de militantes en la cárcel que se pretende asuma toda la sociedad vasca. No ha
habido comitiva triunfal ni acuerdo de armisticio firmado por las partes. El
final era eso: un acto más voluntarioso que honorable en un palacio de Kanbo
que, con la crueldad del paso de la historia, entrará muy pronto en el olvido.
La sociedad vasca, quizá, añadirá
una pizca de alivio a su ya cotidiana normalidad. La porción -se supone que muy
minoritaria- de paisanos y paisanas que echan en falta la presencia del
movimiento liberador, reprocharán a los responsables de este mustio final con
la dureza nostálgica del exmilitante de ETA y referente del Movimiento por la Amnistía y contra la Represión , ATA, que en
su comentario a la disolución de la organización armada reprocha: “ETA, en los
tiempos en el que ya se ha entregado política, ética y estéticamente (con
palomas incluidas), cuando ha entregado todo su bagaje, incluso llega a decir
que todo lo acontecido (los casi 60 años de lucha político militar por la
supervivencia de Euskal Herria y su Pueblo Trabajador Vasco) jamás debiera
haber ocurrido. Esta última frase cuando menos refleja el rechazo a su pasado.
Es decir, pide perdón, rechaza su pasado y promete en nombre de las
generaciones futuras que nunca volverá a ocurrir”.
Un inquietante y desolador epitafio.
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