03 mayo 2018
¿Perdón
y olvido?
Eran fanáticos que mataban a cualquiera en cualquier lugar
de España
No me considero
ninguna prima donna del periodismo, sino más bien un jornalero del oficio con
algo de chiripa. Pero aún así, en su día me tocó recibir consejos de protección
personal para protegerme de ETA. Fue en Madrid a finales del siglo pasado,
cuando alguien tuvo la original idea de convertirme en director de un pequeño
periódico nacional. Un policía vino a explicarme que debía mirar los bajos de
mi coche cada mañana antes de arrancar. También me enseñó que si en un día
cálido me cruzaba con alguien vestido con una extemporánea prenda de abrigo,
debía alejarme rápidamente, pues podría ser un terrorista que escondía su arma
en el chaquetón. El primer día miré debajo del coche y también a los lados de
mi portal. Pero enseguida olvidé aquello, pues me parecía algo remoto, un
imposible. Sin embargo, lo cierto es que ETA continuó matando hasta marzo de
2010. Antes, en diciembre de 2006, reventó una de sus treguas ficticias haciendo
estallar un coche bomba en un parking de la T 4. Con ese atentado terrorista los gudaris
eliminaron a dos peligrosos enemigos de Euskal Herria: dos ecuatorianos, uno de
19 años y otro de 35, que habían estacionado allí para recoger a unos
parientes. Así era la lucha de ETA por la libertad de la patria vasca.
Los breves y pronto olvidados consejos
de seguridad me sirvieron de todas formas para algo importante: ponerme en el
lugar de los auténticos sufridores de ETA. Imaginarme lo que debieron ser las vidas
bajo amenaza de los vecinos del País Vasco que eligieron resistir en defensa de
sus libertades y de España. ¿Qué tal se concilia el sueño cuando sabes que en
tu bloque puede haber un vecino soplón que te señale –o más de uno– para
colocarte en la diana de una pistola? ¿Qué calidad de vida tienes cuando entras
en un bar, o en un frontón, y cae a tu alrededor un telón de silencio
insultante? ¿Qué sientes cuando tu rutina discurre bajo un férreo protocolo de
seguridad, cambiando de ruta cada día, desayunando con un guardaespaldas frente
a tu cara, temiendo a cada instante que algo falle y te revienten? ¿Quién le
devuelve a Ortega Lara los 532 días en el zulo? ¿Cómo se va a resarcir a miles
de vascos, tan de pura cepa como los capitostes del PNV, que tuvieron que dejar
su tierra para buscar paz y cobijo en Cantabria o Benidorm? ¿Qué ganan Miguel
Ángel Blanco y los otros 852 asesinados con el show etarra de esta semana?
¿Cómo eran los días de los empresarios que tenían que abonar una mordida
mafiosa para mantener abiertos sus negocios? ¿Pueden perdonar los padres de los
niños despedazados en el Hipercor, o los de las cinco niñas muertas en el
atentado de la casa cuartel de Zaragoza? ¿Y los hijos y viudas de los políticos
abatidos con un tiro cobarde en la nuca? ¿Se recuperará el País Vasco de la
seria enfermedad moral que provocó allí el terror implacable de ETA?
Dicen que se disuelven. Pero nunca lo
harán en la memoria. Seamos francos: no se puede perdonar a Himmler y a Pol
Pot. Tampoco a esta mugre, aunque ahora vendan una paz pop vestidos de
camiseta.
Opinión:
Cuando alguien plantea una serie de preguntas dirigidas a personas
concretas pensando que ya conoce la respuesta, podría dedicar una parte de su
tiempo a contactar con los aludidos y consultarles su opinión directamente. Es
lo que llevo haciendo desde que en 1989 entré en el movimiento asociativo y
desde 2009 en que lo abandoné; cuando considero que debo preguntar algo a la
persona indicada lo hago y punto. No hacerlo de ese modo sería lo más parecido
a la manipulación de los sentimientos ajenos.
Pero cuando se presentan opiniones disfrazadas de pregunta, puede
saltar la sorpresa para quien formula la pregunta.
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